Luis Francisco Esplá Mateo ha sido un torero atípico, nada convencional y que no hubiera desmerecido en cualquier época del toreo. Los tópicos que envuelven a los toreros, en nada tienen que ver con él: los pequeños altares con imágenes religiosas, rodearse de los típicos aduladores y palmeros en ambientes tabernarios, las actitudes preconcebidas antes y durante el paseíllo; y sobre todo difiere del resto en su gran honestidad y sinceridad, al no echar balones fuera a la hora de hacer crítica de sí mismo; nunca hizo culpable al toro por haber estado mal, simplemente se auto-culpaba y encima describía las causas.

Para nuestra suerte, Esplá nos mostró con su particular tauromaquia aquello que tenía de nostalgia, de una filosofía torera que no pudimos vivir. Las «misse en scene» de Luis Francisco tenía los incentivos de hacernos partícipes de suertes como la de banderillas, donde el espíritu de Gallito, Maera, Sánchez Mejías o el aire atlético de Carlos Arruza afloraban, o un lance capotero de Marcial Lalanda como «la mariposa» resurgía en manos del torero alicantino.

Y si encima ejercía como director de lidia, la cosa podía tomar un interés máximo en los aficionados. Recuerdo como momentos «Esplanianos» la tarde isidril de la consagración de Ojeda. Mientras el público de sombra se decantaba por el sanluqueño, el sector más crítico como el 7 y buena parte de la zona de sol respaldaban los modos y conceptos del alicantino. El público «del clavel», (denominado así por Alfonso Navalón) se posicionaba con el sanluqueño.

Aquello fue como una rémora de los años veinte, cuando Gallito y Belmonte dividían a los aficionados en dos bandos.  También, y compartiendo cartel con Manolo Vázquez y Miguel Espinosa «Armillita Chico», Luis Francisco brilló con la luz diamantina de las playas del Postiguet. Aquella tarde, «Bambino Esplá» anduvo inconmensurable, estando y participando en la lidia de forma irreprochable. Hubo un toro devuelto al que los capotes de subalternos no pudieron llevar hasta la puerta de chiqueros; ¡pues allí estaba Esplá con su capote de reverso azul para reconducirlo hasta la puerta de toriles! El veterano Manolo Vázquez, al cerrar un quite fue repelido por el toro, pero justamente detrás y a escasos metros andaba Luis Francisco, para en un par de segundos actuar como ángel custodio y  coger al torero sevillano en su brazos. Como de costumbre, alguna voz discrepante achacó al torero alicantino cierto afán protagonista, pero el resto de la concurrencia aplaudía todo ese compendio de detalles taurómacos.

Fueron muchas tardes vividas con Esplá como protagonista. Los toros de Hernández Pla o del Puerto de San Lorenzo eran clásicos en aquellos festejos que compartía junto al lusitano Víctor Méndes, El Soro, Palomar, Morenito de Maracay o Cristian Montcouquiol «Nimeño II». Aparte de la celebérrima corrida «del siglo», recuerdo otra cita, como lo fue un mano a mano junto a José Cubero «Yiyo», en un festejo de la Beneficencia, en la misma temporada que meses después, «Burlero» de Marcos Núñez segara la vida del torero del barrio madrileño de Canillejas.

Los aficionados venteños también hablaban del «bueno» de los Esplá, que no era Luis Francisco, sino su hermano Juan Antonio; torero muy apreciado en esa plaza. Ambos, hijos del que también fuera novillero, Paquito Esplá, jugaban al toro siendo muy niños, en la placita que el padre tenía en el barrio alicantino de Carolinas. Allí se daban fiestas camperas para turistas, y también sirvió como escuela taurina. Al cabo de los años, la carrera de Juan Antonio se diluyó, mientras la figura de Luis Francisco se disparaba como un rayo.

Echamos en falta su tauromaquia, en una época donde casi todo es previsible para los espectadores. La rutina ya es consustancial en la mayoría de festejos, y un torero casi completo como lo era Esplá ya no existen: capotero variado y propenso en quites, banderillero singular como pocos; para muchos, su nivel bajaba con la muleta, pero su estilo donde daba primacía a la lidia no era posiblemente de corte esteticista, sino que usaba el trapo rojo al modo de Domingo Ortega, como un resorte para castigar los embates de sus enemigos. Porque la clase de toros que le servían como material para sus obras no eran precisamente los bombones de Domecq, provenían en su mayoría de los encastes duros, y de hecho su cornada más fuerte sería en la torista Ceret por un toro del Cura Valverde.

Unos modos y actitudes en el redondel sacro, que a día de hoy pondrían el nivel taurómaco en la mejor predisposición para los aficionados,  con el sello indeleble de un torero-pintor que asustaba los miedos hoteleros de antes del festejo perfilando esbozos de figuras femeninas.

En la imagen, el retrato de Luis Francisco Esplá, obra y gracia del autor del ensayo, nuestro Giovanni Tortosa.