Entre Caravaca y Calasparra sólo hay 24 kms. Sin embargo, ayer nos parecía que ambas localidades estaban en las antípodas, al menos en lo referente a la cuestión taurina. La seriedad de los festejos y el criterio de su afición, al menos en la «Feria del Arroz» dista mucho de lo que vimos en Caravaca; justamente lo contrario. Todos los despropósitos taurinos, las nuevas y absurdas modas, todo ello se dio cita en la corrida que festejaba la comunidad murciana en Caravaca.

Un cartel diseñado para dar aire al torero Antonio Puerta, que hace años fue injustamente decapitado profesionalmente por un relevante empresario, digamos que de los que «cortan el bacalao» en la región. A Puerta le colocaron a un Rafaelillo sacado de su habitual circuito. Es como pedir a un tenor de corte wagneriano que cante opereta en la verbena del pueblo; o a un domador de leones que lo haga con gatos. Y para cerrar el trío pensaron en el catedrático Ferrera.

En un ambiente familiar y con seguidores de los coletudos murcianos, se dio suelta a seis ejemplares que en Calasparra no hubieran superado el criterio veterinario como novillos. Con semejante material, los actuantes echaron una tarde que tenía más visos de tentadero festivo que de una corrida seria. La nobleza tontuna y monjíl  de los astados permitió que los maestros pusieran en juego sus capacidades creativas, que tenían muy claro que aquellos animales no les harían la menor carantoña agresiva.

«Mira, a ese toro lo han picado en los lomos, por eso le llega la sangre hasta las pezuñas. Si lo hubieran picado donde tienen que hacerlo no echaría tanta sangre», -Le explicaba un señor mayor a un joven, probablemente su nieto. Al presunto abuelo sólo le faltó explicar cómo se hace una «carioca». Es lo que vemos cada tarde en los festejos. Para colmo, el público, al parecer desconocía  la existencia de la cuadrilla del arte que acompaña a Ferrera, y en ambos toros del pacense pidieron que pusiera banderillas el maestro. Por ello, no nos extraña que Fernando Sánchez así como José Chacón no pusieran mayor énfasis y se aliviaran en sus momentos estelares con los rehiletes.  Por cierto, la presidencia solo permitió que se pusieran cuatro banderillas en cada cornúpeta, cosa ya habitual especialmente en plazas de tercera.

Después de la consabida merienda, llegaron los momentos de sumo éxtasis del evento. Lo mejor de Ferrera, para nuestro gusto, fueron unos derechazos inspirados en su admirado maestro Manzanares padre. Lo demás formó parte de un repertorio de toreo-destoreo donde los maestros parecían trabajadores orientales a destajo. Y decimos maestros en plural, porque Rafaelillo parecía un alumno aventajado del catedrático extremeño.  A la moda de las «bernadinas», ahora se suma lo de arrojar el estoque de ayuda y dar derechazos como si fueran naturales.  También lo de matar en la suerte contraria, sean como sean las condiciones del toro, el caso es que tengan las patas juntas y punto.

Salvo el desaguisado que se produjo en su primer toro en el tercio de varas, vimos a Puerta entregado y con oficio de llevar muchos festejos a sus espaldas, aunque sólo lleva un par esta temporada. En su segundo se marcó un «lópez-simón» al sacarse las zapatillas, cosa que siempre contemplamos como un desacato a la liturgia taurina. Y como de modas fue la cosa, no hemos de olvidarnos de la presidencia, que siguiendo la estela de Sevilla y Madrid obsequió con gran cantidad de casquería a los triunfadores. A la presidenta le hubiese quedado espléndido un gorrito de Papá Noel debido a su generosidad en los regalos. Todo un festival de pañuelos blancos, a los que se podían haber añadido un azul y un naranja  para poner el broche de oro al evento.

Giovanni Tortosa