Lo primero que nos cautivó de César Jiménez fueron sus formas toreras, una manera de caminar en la plaza, más bien de otras épocas; era como «cargar la suerte» haciendo el paseíllo, en el andar alrededor del toro, sus ademanes tenían un gran regusto, un sabor añejo.

Aquello, y aunque pueda parecer una cosa de menor relieve, venía a ser el sello de la personalidad de alguien que entroniza con la tauromaquia de pleno. César fue de lo mejor en su generación, como alumno de la escuela taurina de Madrid. José Luis Maganto lo descubrió y fue quien le hizo rodar por fiestas de pueblo, capeas y tentaderos.

Brilló con luz propia en su etapa de novillero, consiguiendo entre otros éxitos, el anhelado «Zapato de Oro» de Arnedo. Tomar la alternativa en Francia se puso de moda, especialmente en Nimes, y allá  fue Jiménez para doctorarse con el que fuera ídolo de esa misma ciudad; nos referimos al sanluqueño Paco Ojeda, siendo testigo Julián López «El Juli».  Al igual que lo hiciera con otros toreros muy jóvenes, José Luis Marca fichó a Jiménez para darle muchos contratos, aunque no sabemos a qué dinero, a sabiendas de cómo se las gastaba el «viejo zorro aragonés».

Las temporadas de 2003 y 2004 fueron con 96 y 106 actuaciones, las más prolíficas del torero de Fuenlabrada. El carrusel de apoderados llegó, y Jiménez viajó en una odisea en busca de la perfección, y puede que ésta no llegara. Serolo, Martín Arranz junto a Joselito, el murciano Ángel Bernal y hasta el que fuera su banderillero Poli Romero, reconvertido en apoderado, estuvieron junto a César.

Las series en redondo de rodillas, solían ser sus inicios de faena. Cierto es, que sus trasteos tenían un eco populista, en sus primeros años como matador de toros. Luego, sus conceptos toreros fueron aquilatándose, llegando a elaborar un toreo de corte clásico, profundo y tal vez salpimentado de regusto «Joselitista». Tuvo varios éxitos resonantes, tanto en Sevilla como Madrid; habiendo salido un par de veces por la puerta grande de Las Ventas. Fuera de las plazas, César siempre fue reivindicativo, y al igual que era muy crítico con sus propias actuaciones, también lo era con el sistema taurino; ese sistema que no permite que sus protagonistas manifiesten sus opiniones, que desea que todo siga en silencio.  Puede que esto le haya pasado factura al gran torero que siempre fue César Jiménez. Su callada retirada de los ruedos, siendo tan joven, nos dejó perplejos y su justificación, aludiendo motivos personales, nos supo a quién da la batalla por perdida.

Aunque ahora se dedica al empresariado taurino y actúa como comentarista en una televisión, no estaría de más su vuelta a los ruedos. En un panorama un tanto grisáceo, la rotunda personalidad torera de César refrescaría el ambiente y sus calidades estéticas tendrían un buen eco en los más jóvenes aficionados, que probablemente no le vieron torear.

Giovanni Tortosa