De Antoñete se decía que sus huesos eran de cristal por su tremenda fragilidad. En David Silveti se podría decir lo mismo, ya que su carrera taurina estuvo a merced de esas lesiones; casi la mitad de lo que duró su trayectoria frente a los toros lo pasó en hospitales, clínicas y posteriores recuperaciones. Pese a todo ello, David Silveti regó los ruedos por los que pasó, de verdadera torería; y entre los toreros de su generación fue el de mayor gusto, elegancia; quien hizo el toreo de mas empaque, lentitud y profundidad; puro clasicismo.

Silveti era de los pocos que no escondía la pierna de salida, que su quietud era intrínseca a su modo de interpretar el toreo. Un estilo que a la fuerza tuvo que ser muy personal, debido a sus mermadas condiciones físicas. Después de haber sufrido varias roturas de menisco y ligamentos, de haber pasado por diversas intervenciones quirúrgicas hubo de utilizar una prótesis para poder torear.

Hijo, nieto, hermano y padre de toreros, David fue un espada de enorme afición, que vivió consagrado al toreo, teniendo que derribar muchos muros que el destino le puso a prueba, pero su voluntad férrea le hizo ir salvando los escollos, a excepción del capítulo final. Sería en Irapuato, donde otro grande como Curro Rivera le otorgó la alternativa. Esa misma tarde sufriría una cruda lesión de ligamentos después que el sexto toro le voltease. Parece que el destino le fue regalando desgracias, después de aquella tarde en Irapuato.

Fue un 22 de noviembre de 1977; Manuel Arruza sería el testigo de la ceremonia. La casualidad o no se sabe que piruetas del maleficio, hicieron que en la confirmación de alternativa, que tendría lugar en la monumental de Insurgentes, tuviese la misma lesión. En aquella ocasión fueron Manolo Martínez y Eloy Cavazos, padrino y testigo respectivamente.

Y no vamos a enumerar las lesiones sufridas por David Silveti, ya que serían infinitas y podrían cansar al lector. Tampoco sus numerosos éxitos. Pero sí diremos que Silveti no fue torero que mirase sólo por sus intereses; en él subyace una tremenda preocupación por los conceptos de la tauromaquia, por una liturgia lo más pura posible, desde el vestir hasta la colocación de los subalternos en la plaza. Luego, está su enfoque ético, en la defensa clara del espectador,

cuando asume que él no puede trampear con la técnica, que no debe engañar al público. Que un profesional no puede abusar de su oficio para subvertir y falsear el valor, cuando se aprovecha del afeitado de las astas, o se vale de la técnica para pasarse al toro lo más lejos posible, aunque haga simular lo contrario.

En la vida convencional, si un deportista sufre las lesiones que tuvo Silveti, puede que se retire de ejercer ese deporte, que viva plácidamente con su esposa e hijos; que disfrute de lo ganado con su profesión. Al final, será alguien que mire con nostalgia su pasado deportivo y poco más. Sin embargo, en el toreo suelen producirse otras coordenadas vitales que hacen las cosas diferentes. La comunión existente entre un torero y su oficio es insustituible mientras éste viva. Y la pasión que envuelve a esa profesión digamos mágica, no tiene límite.

Se puede ser feliz en cualquier campo o actividad, pero si falta el aire que se cuela entre una muleta y un toro, ya no es lo mismo. Por eso comprendemos el final que tuvo David Silveti, en un 12 de noviembre de 2003; el mismo que tuviera Nimeño II, quien fuera padrino de su confirmación en Madrid.

Por eso, por todo ello, el toreo es grandeza sublime; es un mundo donde pocos pueden atisbar lo que secretamente se esconde, entre miedos y gloria, si el torero no toma su alimento espiritual, muere…David Silveti, con tan solo 48 años decidió marcharse de este mundo, aunque en los ruedos de México quedara su estela escrita en las arenas como «El Rey David»…

Giovanni Tortosa

En la foto vemos a David Silveti  en uno delos últimos derechazos que interpretó en La México.