«Sueño con ese toro que me permita expresar lo que llevo dentro»; frases como ésta o similares oímos cada dos por tres en boca de novilleros y maestros. Parece que lo más importante y prioritario está en plasmar a través de una tela roja el más profundo sentir de los maestros. Que la sensibilidad más interna salga al exterior a base de derechazos y algún que otro natural es lo que más preocupa a los otrora llamados lidiadores.

El toreo se ha convertido en un mero referente esteticista, donde lo más trascendente para sus protagonistas estriba en pegar unos muletazos con aromas de flores; -tal y como decía el periodista Filiberto Mira, quien inventase aquello del «tartésico» en directa referencia a Paco Ojeda. ¿Quienes hablan de lidiar a un toro según las características de éste?  La denominada «faena hotelera» se impone a todo lo demás. ¿Quién dijo de respetar la suerte de varas? A veces vemos a los propios maestros como en fuera de juego, desentendiéndose de lo que pasa entre piquero y toro; a sabiendas que van a meterle un lanzazo trasero, y a veces en los bajos, para el picador tiene menos riesgo y eso es lo que prevalece.

Y qué ocurre a la hora de la suprema verdad, ese desenlace que muchos quieren dilatar con faenas interminables, con adornos y remates de otros remates. Como las modas recientes de sacarse las zapatillas, otra moda sacude los ruedos: la de irse a barreras después de la faena de muleta para tomar un sorbito de agua, intercambiar algunas palabras con el mozo o apoderado y demorar el tiempo para matar.

Cuando un torero firma un contrato con el empresario, no especifica cuantos naturales plasmará, ni los cientos de derechazos con los que aburrirá al cornúpeta y a los espectadores; tampoco si habrá variedad capotera e incluirá alguna suerte de procedencia mexicana. Nada de eso figura en dicho documento. Lo único que tiene consistencia legal es su compromiso a matar los toros designados, en la mayoría de los casos un par de ellos. Pues eso, que es la primacía del espectáculo y por ende así se denomina a un torero: matador de toros, parece que no tenga la importancia que en otras épocas tuvo.

Tampoco los públicos andan muy preocupados por analizar el sitio donde cayó la espada, y mucho menos si el maestro ejecutó aquello de manera ortodoxa o por el contrario echó mano de ventajas al estilo de don Julián. Lo importante es que el animal caiga cuanto antes para florear el pañuelo.

¿A qué maestros vemos liar la muleta convenientemente para citar a la hora de entrar a matar? Se nos ocurre el nombre de Fandiño como un torero que cuidaba ese prolegómeno. ¿Quiénes echan la muleta abajo, para que el toro descuelgue y el maestro pueda ejecutar en el hoyo de las agujas? Sólo recordamos a Roca, y no siempre. ¿Quiénes se cruzan de verdad? La respuesta queda en el viento….

Giovanni Tortosa