Cuando unos jovencísimos aspirantes a toreros, venidos del exilio murciano; -ya saben, por aquello del cierre de la escuela taurina de Murcia-, se presentaron ante el torero y profesor Francisco José Palazón, se dirigieron con el consabido «hola maestro». El ahora profesor y director de la entidad taurina de Alicante les contestó: «aquí, el único que merece el apelativo de maestro es José Mari Manzanares padre, los demás nos tratamos como compañeros». Es como el gesto de  quitarse la montera para reverenciar al que fue torero de toreros; un requiebro de admiración y lealtad al maestro del singular barrio de Santa Cruz.

Después de las lógicas andanzas como novillero, a Palazón le llegó el momento clave en toda vida de un aspirante como es recibir la alternativa. Siendo alicantino, a nadie se le escapa la festividad de san Juan, en plenas Hogueras, como escenario ideal para el evento. Para mayor disfrute del «toricantano», el empresario dispuso de un cartel de verdadero lujo, donde José María Dols Abellán sería el padrino y como testigo, José María Dols Samper, hijo del anterior.

Todo un sueño para cualquier novillero que aspira al estatus de matador. El festejo fue televisado y el ambiente era propicio para el triunfo y éxtasis de la saga Manzanares. Además, fue uno de los contados carteles donde padre e hijo competían como toreros.

Y al fondo de todo ello, quedaba la figura solitaria de un joven de Petrer, que imaginamos como perdido en la atmósfera caliente de una tarde única con fuego de hogueras y con la responsabilidad tremenda que le otorgaba aquel acontecimiento. La realidad de aquél festejo señero estuvo en saber que había lugar para ese joven torero; y que éste no se dejó amilanar por nada, que además triunfó; siendo un triunfo de mayor importancia que la de sus ilustres compañeros de terna.

En ese momento, José María Manzanares (padre), ostentaba el récord como el matador de toros con más festejos oficiados de todos los toreros, en todas las épocas de la Tauromaquia. Mientras, el hijo, que ya contaba con varias temporadas de alternativa andaba en un territorio indefinido, sin todavía cristalizar en el torero que es hoy. Por tanto, el triunfo de Francisco-José tiene mayor enjundia y mérito, en su primera corrida como matador.

A partir de aquella tarde gloriosa, el nuevo torero que siempre aspira a consagrarse como figura, tuvo por delante un tiempo futuro que le fue dejando festejos en su propia tierra, y de vez en cuando se asomó al escenario controvertido de Las Ventas. Así durante diez años, que han sido los que Palazón vistió de luces.

Su concepto de toreo clásico le dio muchos triunfos, aunque suponemos que él, ambicionó mucho más. No sabemos si en el futuro se dejará ver como un oficiante más de este ritual único, lo cierto, es que su presente está ligado a los sueños de algunos jóvenes, que en tiempos confusos y revueltos, persiguen el noble anhelo de crear arte ante los descendientes del Minotauro.

En el coso alicantino comparte junto al gran banderillero Álvaro Oliver, esa pedagogía especial que es impartir clases de toreo a los que siempre denominaremos como «soñadores de la gloria». Por cierto, Oliver, que también pertenece a una saga de taurinos: su abuelo y padre fueron conserjes de esta plaza, su hermano Daniel, también banderillero; y él tuvo una alternativa de puro ensueño, también en Alicante, de manos del genial Antoñete y Julio Robles como testigo.

En sus manos está el futuro de la cantera, en una tierra que siempre alumbró artistas como Gregorio Tébar, los Manzanares, los Esplá, Tino, Pacorro, «El Caracol», Blau Espadas, Cervantes, «Rondeño» y tantos otros. Pero sobretodo, el reto para un torero como Francisco José; -que sabe muy bien de luchas que van más allá del toro, por un pasado donde tuvo que lidiar ante un cárdeno engatillado que se lo puso difícil; porque lo suyo es como un volver a vivir…

Giovanni Tortosa

Fotografía de Valledeelda.com   Manzanares brinda a Francisco José Palazón.