Seguimos con la conversación que mantuvimos días pasados con Julián Maestro, el último príncipe del toreo del que, como todo el mundo sabe, nos ha contado anécdotas maravillosas, las que concluimos en estos instantes con las bellas palabras de este señor del toreo que, en su momento, como fue notorio, rozó la gloria en el toreo, aunque fuera de forma efímera, pero estuvo en lo más alto del escalafón cuando fue novillero.

Usted estuvo con José Tomás; ¿qué podría contar de él?

-Fui en el año 95, él todavía era novillero y en esa temporada arrolló. Era raro el día que no le pegaban cinco o seis volteretas. Pensábamos que cuando se enfrentaría al toro lo tendría muy complicado debido a su gran riesgo. El toro tiene mucha más fuerza y sentido que el novillo. Entre José Tomás y el resto de sus compañeros es el valor el mayor exponente; posee un valor extremo, aunque yo prefiero el toreo de Morante, lo veo más natural, pero lo de José Tomás es otra dimensión.

¿Recuerda alguna anécdota singular estando en su cuadrilla?

-Sí, fue en una novillada en Miraflores de la Sierra. Uno de los novillos se quedó emplazado en los medios y Santiago López, -su apoderado de entonces- me dijo que le sacara de allí. Pero, nada más salir al ruedo vino rápido José Tomás y me pidió que me tapase, que él se haría cargo del novillo. Aquella actitud no la comprendí muy bien y por la noche, mientras cenábamos en Sepúlveda, le pregunté a José Tomás por aquello y su respuesta fue: «Julián, tú tienes mujer e hija»; -como diciendo, si el novillo era peligroso y ha de coger a alguien que sea a mí.

Por cierto, ¿cómo considera el papel que tuvo Corbacho con José Tomás?

-Ambos se sentían mucho respeto. Creo que su prioridad estuvo en inculcarle aquella disciplina que le hizo tener una mente tan férrea. También fue esencial en transmitirle toda la esencia de la liturgia taurina, y que José Tomás lleva a rajatabla. Su mentalización por darlo todo en los ruedos le llevaba a despedirse cada tarde de sus perritos, como si nunca más volviera a verlos. Luego, ya en su faceta de matador creo que es bastante rumboso, suele pagar el doble a sus cuadrillas. En ese sentido es parecido a Esplá.

Ha mencionado usted los nombres de dos toreros que lo son en los ruedos, pero fuera no suelen hacer gala de ello. ¿Usted qué opina?

-En realidad los dos son casos de toreros atípicos. Por ejemplo: Esplá apenas acababa el festejo se desvestía rápido y desaparecía del hotel. Solía viajar en su propio coche. Nunca le interesó el «taurineo». Con José Tomás sucedía algo similar.

Anteriormente se refirió a Morante. ¿Qué le transmite el sevillano?

-Me interesa por el misterio que aporta a una tauromaquia actual, que cada vez es más previsible. También por esa mirada romántica al pasado, recordando a los grandes como Joselito. También me interesó en su época la torería de hondo sabor añejo de Antonio Sánchez Puerto. Roberto Domínguez, que considero no se le ha dado el mérito que realmente merece. De Ángel Teruel recuerdo su gran calidad torera; y también a su hermano Pepe, con quien hablaba continuamente. Era una enciclopedia taurina y un tipo con mucho gracejo y personalidad.

Usted ha transitado miles de kilómetros con diversos maestros. ¿Quién era el más mujeriego o ligón?

-Al que más se le acercaban las mujeres era a Víctor Méndes. Hablaba varios idiomas y era muy gentil y simpático. Pero siempre fue muy discreto. De Esplá no tengo idea, ya que no daba tiempo a nada, se quitaba de en medio rápidamente.

Y si hay un torero en el alma y corazón de Julián Maestro ese es José Cubero «Yiyo». ¿Qué podría contarnos?

-De los tres que empezamos, es decir: Sandín, el propio Yiyo y yo, creo que era quien más valor tenía. Llevaba el toreo muy dentro, y no sólo le preocupaba el toro, es que te hablaba de los bordados de los trajes, de los suelos de las plazas, de tantos detalles que te sorprendían. Recuerdo que toreamos una becerrada en la escuela y Yiyo le cortó el rabo a su becerro. Un animal nada claro y él se tiró a matar sin muleta; luego nos dijo: «como me iba a coger seguro, pues preferí que me cogiera así».

¿Podría haber sido el Yiyo el mejor alumno de Manzanares?

Es muy probable, y recuerdo que su ilusión sería tomar la alternativa con Manzanares y Teruel. Y así fue en Burgos. Eran los toreros donde se miraba, y sí, él tenía la contundencia de Teruel y la cadencia y clasicismo de Manzanares. El Yiyo podría haber sido una figura de las que marcan época.

Después de una larga vida dedicada al toro, pues con diez años ya se puso delante de una becerra; y antes que la escuela existiera él ya andaba dando capotazos por la Casa de Campo. Luego sería en Requena, cuando en el año 76 mataría su primer becerro. Añora lo que fuera aquella escuela, donde uno de sus fundadores, Manuel Molinero quiso borrar para siempre la triste figura del maletilla. Hastiado tal vez, y después de andar varios años como novillero se marchó, pero el destino le llevó a encontrarse con el banderillero Madrileñito y éste le convenció para hacerse banderillero.

Anduvo con infinidad de novilleros y matadores, aunque en su recuerdo siempre estarán Méndes, Esplá y José Tomás, sin olvidarse del gran Frascuelo. Como sucediera con Manuel Montoliú, Julián dejó la plata por el oro en una alternativa que le hizo degustar otra manera de ser y estar en torero, porque él encarnó todos los papeles de esta liturgia sagrada. «El superviviente se hace matador»; -así rezaba la crítica de su alternativa en Móstoles en el 2002-, y en su retirada en la plaza de Moralzarzal cuando su hija procedió al siempre agónico, pero bello gesto de cortar la coleta él sintió la íntima felicidad de haber llegado al final acompañado de una enorme paz interior. Aunque tal vez, probablemente también en un rinconcito del corazón anidaron recuerdos teñidos en sepia junto a sus compañeros de la infancia, los soñadores de la gloria; por eso allí estuvo Lucio Sandín y el otro, ya sabemos que viajó a la eternidad…. 

Giovanni Tortosa