El empaque torero se tiene o no, es algo que nadie te puede enseñar. Ser torero no conlleva necesariamente disponer de esa virtud. Manzanares (padre), César Jiménez o el lorquino Pepín Jiménez han sido algunos toreros portadores de ese privilegio. Recordemos que la tauromaquia está estrechamente emparentada con las liturgias religiosas, y que el torero viene a ser la representación de un sacerdote que perpetua  sus ritos ancestrales, teniendo al toro como elemento consustancial de sus ofrendas.

El entonces novillero Pepín Jiménez, puso a cavilar a toda una afición madrileña en los albores de los ochenta, compartiendo tardes junto al malogrado José Cubero «Yiyo». Sus formas toreras no dejaron indiferente al público venteño. Y esa misma plaza fue el gran escenario, donde el torero rubio dejó sus mejores pinceladas de un toreo vertical, hierático, majestuoso, rebosante de luz. Una fecha estelar sería el 18 de junio del 1980, cuando Jiménez y «Yiyo» torearon mano a mano frente a novillos de Joaquín Buendía y de Martínez Elizondo. En el 81 tomaría la alternativa en Murcia, de manos de Paco Camino y en presencia de Dámaso González. Su carrera fue de más a menos, y siempre se le achacó su falta de regularidad. Claro, que tan irregulares eran Paula o Curro Romero, y sin embargo para estos la «regularidad» era como de otro planeta, y se les permitía todo. Si Pepín hubiese nacido en Camas o en el sevillano barrio de San Bernardo, tal vez su presencia en los ruedos habría sido bien distinta, pero siendo un torero murciano no tenía patente de corso.

También se dijo que su valor era escaso; pero en su carrera, cimentada sobre todo en Madrid, tuvo que enfrentarse a ganaderías de las que ninguna figura suele presumir. Los encastes duros presidieron parte de sus actuaciones en Las Ventas, y raramente decepcionó; supo lidiar con toros a contra-estilo y sobrado de oficio. Sus seguidores, decían de él, que anteponía su profesión como profesor de EGB a la de torero. Sea como fuere, Jiménez siempre tuvo a la catedral del toreo a su favor, y los buenos aficionados sabían que tenía condiciones para haber sido una figura de época. En Aranjuez, un toro de Fernando Peña le produjo roturas en una pierna; circunstancia que le hizo retirarse definitivamente.

Es posible que Pepín Jiménez haya sido torero de detalles, que su círculo íntimo alimentó, al igual que los sevillanos hicieran con Curro Romero y otros; pero, esos detalles toreros, ¿qué cotización tendrían hoy en la Bolsa taurina?…En un presente, donde apenas existen grandes contrastes entre nuestros toreros, que casi todos parecen que siguen al mismo guionista, Pepín Jiménez, a buen seguro pondría los tendidos boca abajo con su toreo mayestático y solemne; porque su tremendo empaque llenaba los escenarios dorados, mientras muchos aficionados sabían que aquella forma de interpretar el toreo, era para paladares exquisitos.

Giovanni Tortosa