Al igual que existen aficionados toreristas y toristas, en la pintura taurina están aquellos pintores que han dado preferencia al torero y aquellos que su arte ha derivado hacia el toro. Zuloaga o Vázquez Díaz se sitúan como retratistas de toreros; otros como Julián Alcaraz dedicó su oficio a exaltar la belleza del toro. El pintor de Blanca (Murcia), Luis Molina utilizó su inmenso talento pictórico para enaltecer la figura de uno de los animales más atractivos y cautivadores: el toro bravo.

El toro en la dehesa, sólo o acompañado de la manada, junto a los mayorales a caballo, bebiendo en una charca o bramando al viento en un atardecer lujurioso de tonalidades calientes. Plasmar la morfología de un toro de lidia no es nada sencillo; no es pintar una manzana junto a unas uvas para conformar un bodegón, ni hacerlo sobre un paisaje inerte. Transferir la gran carga estética que conlleva un animal fiero, incierto y repleto de misterio como es el toro bravo es tarea harto complicada, pero si se consigue puede ser lo más fascinante para su autor.

Por ello, cuando observamos pinturas o carteles taurinos, de inmediato podemos advertir si el autor es o no aficionado a la tauromaquia. Porque aquí no puede haber enmascaramientos, para insuflar vida a una escena de corte taurina se tiene que ser aficionado a carta cabal. A través de sus pinturas, Luis Molina ha rendido homenajes a toros en su plenitud, a los diferentes pelajes de capas, a los diversos tipos de encornaduras y todo aquello que huela a campo bravo. Su pasión no quedó ahí, porque el pintor de Blanca tuvo tiempo y gusto exquisito para inmortalizar a toreros. Ejemplos como Pepín Liria o un jovencísimo Víctor Puerto que posaron para él. También lo hicieron novilleros de aquellos «prometedores», que al fin y al cabo fueron flor de un día.

Cuando alguien se va de este mundo solemos entonar plegarias emotivas, donde recogemos las excelencias, las bondades de quien partió a otros confines. La figura  de Luis se difuminó con 88 años, pero tuvo el gran lujo de dejarnos su inmensa obra pictórica. En la estela poética que dejaron sus toros sobre el lienzo, seguiremos sintiendo su latir de hombre bohemio, de quien sólo vivió para pintar, de haber sido un enamorado de la vida.

Giovanni Tortosa