Aunque algunos ganaderos de bravo tengan pinta de finos y muy leídos, en el fondo son gentes del campo con toda su verdad y sobriedad. Tendido Cero entrevistaba al ganadero Tomás Prieto de La Cal en su confortable cortijo de «Las Ruizas». Y don Tomás era contundente cuando decía: «independientemente del resultado del festejo con Morante, yo seguiré en la misma línea que he llevado hasta ahora con mis toros».

El ganadero era consciente que aquello podía ser como jugar a la ruleta rusa. Lo tenía claro, y hacía resaltar que festejos como el del Puerto tenían el éxito asegurado, al menos en la concurrencia del público.

Por su parte, Morante llevaba meses creando esa «luz de gas», que era sencillamente hacer creer a los parroquianos y público en general que ya andaba un tanto harto del sota, caballo y rey de las consabidas ganaderías comerciales. Estaba cebando el interés del personal, al igual que Telecinco hace con noticias «bomba» que nunca ofrece o simplemente tienen la fuerza de un petardo. Morante vendió la moto y nosotros se la compramos.

El torero de La Puebla lleva tiempo jugando a ser una reencarnación entre Lagartijo y Joselito. Gusta de tener gestos propios de aquellos tiempos, actitudes, formas de vestir, y un largo etcétera. Pero, la gran diferencia entre las tauromaquias antiguas y la que él disfruta, es precisamente el toro. Acercándose a los «veraguas» podría obtener mayor rédito en esa enfermiza identidad.  Nos hicieron creer que la finca donde pastan estos toros jaboneros, era poco menos que el patio de su casa; que los conocía mucho más que a los toros artistas.

El papel se agotó en apenas cinco minutos. La puesta en escena con el matador y su cuadrilla habitual sobre una calesa, llegando a la plaza. Las lágrimas derramadas por el genio al término del paseíllo al escuchar el himno español, con el mismo brío de la Marsellesa en el Elíseo  parisino. Un ambiente inmejorable, donde el vestido de estreno en azul Purísima, como los cielos de Murillo, despertó los arrebatos de sus fieles. La secta morantista estaría al borde del éxtasis.

El resultado del festejo ya es suficientemente conocido por el personal. Tomás Prieto, como autor de los toros, intuimos que tuvo que «morderse la lengua»; aunque a pesar de todo dijo: «los toros no fueron buenos, pero tampoco tan malos como se ha dicho». Y tiene toda la razón del mundo. Los veraguas recibieron más leña que todas las corridas de Domecq en lo que llevamos de temporada. Don Tomás también podría sopesar el comportamiento de sus toros en los capotes de algún banderillero, como el caso de Juan José Trujillo. O también la prestancia que dieron en banderillas: Joao Ferreira y Fernando Sánchez. Las críticas aluden a unos toros tan malos, que Morante tuvo que limitarse a matarlos, cuando deberían haber dicho: rematarlos, porque del caballo ya salían moribundos, casi muertos.

De todos modos, nos quedamos con la duda. Llevamos años leyendo y escuchando a la crítica que tanto avala al torero de La Puebla,  aclamarle como uno de los mejores lidiadores de la historia del toreo. Con los toros de Prieto de La Cal pudo demostrarlo, en una lidia a la antigua, donde la mayoría de los toros eran mansos. Sin embargo nos encontramos con un «artista» más abúlico y ausente que Cagancho, Rafael «El Gallo» y Paula juntos.

Por un fracaso parecido, el taurinismo dejó en fuera de juego a Fandiño. Con el diestro sevillano no sucederá lo mismo, serán los toros que viven en «Las Ruizas», los que vayan al infierno del ostracismo. Mientras tanto, el maestro se lamenta de haber participado en el evento y promete no volver a hacerlo. Algo así como la rendición del pecador. Pero aquellos que hicieron miles de kilómetros para ver semejante bodrio, y gastaron un dineral, ¿a quien pueden implorar?, ¿a quien pueden exigir por daños y perjuicios?  Después de toda la puesta en escena, del postureo habitual, de las soflamas morantistas por doquier, lo más brillante del festejo lo hizo un banderillero portugués llamado Joao Ferreira, que pertenece a la cuadrilla de un torero modesto como es Javier Castaño.

Giovanni Tortosa