Mi amigo, el catedrático Galváñ Botella, que lo ha sido todo en la vida: profesor, colombófilo, historiador, entrenador de fútbol, director de zarzuela, escritor, concejal de cultura, y también gran aficionado taurino me preguntó hace unos días qué me parecía el toreo de Andrés Roca Rey. En la casa del catedrático, ilustre personaje de Aspe, uno de los más bellos pueblos del interior de Alicante se encuentra una interesante colección de arte, donde florece una pintura al óleo que representa a Antoñete toreando al célebre toro ensabanao de Osborne, entre otras escenas taurinas.

El profesor y catedrático, hombre de gran refinamiento, muestra su interés por el toreo clásico al estilo del diestro madrileño del mechón blanco. Por tanto, su pregunta acerca de un joven torero que está en las antípodas del gran Chenel no deja de sorprenderme. Y como no somos dados a la contestación simple, a un sí o un no, pues decidimos hacer una breve disertación acerca del quehacer en los ruedos del torero peruano.

De principio, la predisposición y entrega que muestra Roca Rey es encomiable. Su actitud es siempre positiva, en un continuo intento de quedar bien y si el toro se lo permite, triunfar. Cierto es, que Roca todavía no pertenece al selecto club patroneado por Manzanares, donde él y algunos de sus colegas usan capotes talla XXL; por supuesto, nada que ver con aquellos capotillos que manejaba Curro Romero. Delantales, chicuelinas, saltilleras, galleos y un largo etcétera de suertes fluyen en el toreo capotero del diestro andino. Sin embargo, y hasta el momento presente, nunca vimos verónicas de calidad media-alta en Roca.

Se suele decir, que el peruano deja sus toros crudos en el caballo, pero también habría que matizar aquello de que esos toros llegan a la plaza, como si hubieran sido picados en el campo. La escasa fuerza y relamida nobleza, como de monjas claretianas que muestran las ganaderías comerciales que suelen lidiar estos toreros tampoco permiten un excesivo castigo en varas.

Las faenas de muleta suelen ser largas, con infinidad de pases, donde es cierto que hay ligazón, pero la colocación en nada tiene que ver con aquellos conceptos de pureza, tal y como veríamos en Diego Urdiales o Emilio de Justo. Torear al hilo o fuera de cacho es como vivir en un resort de lujo, tanto para el joven peruano como para  algunos de sus colegas. Los aficionados sabemos que una de las herramientas fundamentales para evaluar las faenas suele ser la memoria. Si acabado el festejo, nuestra memoria no responde a los estímulos provocados por lo acontecido, y aquellos lances se evaporaron como la niebla, entonces lo vivido no tuvo alma. La cantidad tuvo prevalencia sobre la calidad.

Y llegados al final, es decir, a la llamada suerte suprema, podemos situar a Roca Rey como un portento a la hora de ejecutarla. Quizás sea uno de los mejores intérpretes actuales del «volapié». Suele acometer en corto y por derecho, siendo su mano izquierda el gran resorte que hace la perfecta sincronización para citar al cornúpeta. Ahí es donde reside su efectividad. Además, no  cierra los ojos a la hora del embroque; y decimos esto, porque otros toreros si lo hacen. Cruza muy bien hasta salir por la penca del rabo.

Con todo esto, no hemos respondido taxativamente al catedrático Galváñ. Pero sí hemos dejado unos retazos de lo que nos gusta de este torero, y también aquello que a nuestro humilde juicio tiende a desentonar en su particular tauromaquia. Un torero con etiqueta de figura,  aunque su presencia en muchos festejos no logre llenar las plazas, al igual que el resto de figuras.

Giovanni Tortosa