Durante varias temporadas estuvo vetado en la plaza de toros de Murcia. Por eso, cuando su amigo y compadre Antonio Soler programó festejos taurinos en la plaza de Cieza, en la misma provincia, casi toda Murcia taurina se desplazó para verle. Y todo ello, en un cartel junto a compañeros que no son de su cuerda, como Perera o Cayetano con toros de José Murube. Pero quien metió público en el coso esa tarde fue Rafaelillo. Y quien mejor predisposición tuvo también fue el torero de Murcia.

Rafael Rubio Luján nació en el torero barrio del Carmen murciano, que no es Triana ni San Bernardo en Sevilla, pero que tiene su encanto particular. Allí también nació y vivió otro ilustre torero, como fue José Vera Brocal «Niño del Barrio». Aparte de pertenecer al mismo barrio, a ambos toreros les une la tragedia, porque José Vera fue corneado brutalmente por un novillo en Madrid, siendo golpeado contra las tablas. Y Rafaelillo tuvo la misma desgracia ante un «miura» en Pamplona. Los dos anduvieron al albur entre la vida y la muerte, y al final, esa ruleta rusa que a veces son las cornadas se decantó por la vida.

Por haber sido su carrera nada fácil, y vérselas ante toros-toros, no ante las clásicas terneras made in domecq, por haber superado años en el desierto taurino, sin poder ver un pitón; digamos como para irse de la profesión y haber persistido en el intento. Por tantas contrariedades, el torero murciano se fue creciendo en un «tour de force», una carrera donde su propia fe ha sido elemento motriz en semejantes condiciones. Fundi, Fernando Robleño, López-Chaves, Alberto Aguilar, Uceda Leal, Sánchez-Vara, Juan José Padilla o el propio Rafaelillo han sido y siguen estando en primera línea en cuanto a vérselas con ganaderías como José Escolar, Barcial, Palha, Dolores Aguirre, Saltillo, Adolfo Martín, Partido de Resina, Miura, La Quinta o Victorino.

La tauromaquia de Rafaelillo se asienta en un toreo sobre las piernas, recordando a los viejos maestros del diecinueve; siendo un claro reflejo técnico de cómo dominar las inciertas embestidas de aquellos toros que suele lidiar. El gran volumen de algunos de esos ejemplares, nos hacen ver a un torero de no mucha envergadura física rozando los alamares de su vestido con la punta de los pitones; creando una imagen casi heroica. Aunque la grandeza del torero murciano no sólo radica en esos trasteos de muleta, porque con la espada suele realizar la suerte con mucha verdad y contundencia, sin tener que dar el clásico telonazo que tape la cara del toro. Pero esta cualidad en la llamada «suerte suprema» apenas le es reconocida.

Las muletas y estoques del maestro Ruiz Miguel liquidaron camadas enteras de Victorino y Miura; y Rafaelillo tiene cotas altísimas en haber lidiado, especialmente toros de Miura, aunque él a veces se lamenta de no poder cristalizar aquellas faenas que puedan realizarse con embestidas pastueñas de toros domesticados, de toros comerciales. Sin embargo, ningún aficionado podrá cuestionar la verdad de su toreo, ya que tiene ante sí los verdaderos toros, aquellos que no sirven para la tauromaquia fácil, más de bisutería que de auténtico valor.

A buen seguro, la tarde que vuelva al ruedo pamplonés, la plaza vivirá una atmósfera de alto calibre cuando el público reconozca que tiene en la arena a un torero de pies a cabeza, que supo burlar el destino, precisamente con un toro de la ganadería que más toreros se llevó por delante. Y en la sombra de ese tributo público estará el doctor Hidalgo, protagonista clave de aquella tragedia. Rafaelillo, probablemente será mejor torero, tal vez porque Rafael Rubio como hombre, como persona, volvió a vivir…

Giovanni Tortosa

Fotografía de Alberto de Jesús.