Siempre ha habido héroes soñadores y quienes sueñan con ser héroes.

Javier Castaño cumple las dos premisas, siendo el héroe que un día soñó y no se resigna a bajar los brazos ante el mundo del toro.

Buscador incansable de gloria, cuyo día a día se basa en un esfuerzo constante de preparación  intensa, de lucha, y de trabajo duro por conseguir una meta.

A los 14 años ingresó en la escuela de tauromaquia de Salamanca, y desde entonces ha sido una  fuente inagotable de valor, de valentía y superación ante los imprevistos que han acontecido a lo largo de su vida.

Toda su etapa de novillero ha estado basada en el día a día en el campo y entrenar con tesón para llegar a lo más alto a base se sacrificio.

Desde 1995 que se viste de luces por primera vez, hasta el 1 de abril de 2001 que tomó

la alternativa en San Sebastián, han sido muchos momentos difíciles a los que el torero salmantino ha tenido que hacer frente, circunstancia que es de recibo reconocer debido al mérito con el que Javier se ha ganado un respeto en el mundo de la tauromaquia.

Nadie podrá borrar de su memoria la tarde de aquel 17 de abril de 2016 en la feria de

Sevilla, donde reapareció en los ruedos con una corrida de Miura, tan solo 19 días después de anunciar a través de un comunicado, que había conseguido ganar la batalla al cáncer de testículos que había padecido y contra el que llevaba luchando desde principios de ese mismo año.

En silencio y bajo llave estaba el secreto bien guardado, hasta que la mella que deja tan cruel enfermedad se hace evidente en su físico, y solo con la humildad que lo caracteriza, Javier anunció públicamente que había vencido al cáncer, que volvería a los ruedos con más fuerza que nunca y desde ese momento, su cabeza pensaba en Sevilla…

Volverse a encontrar con los de Zahariche que tantas y tantas veces había tenido delante no amedrentaba al torero, ya que la gran mayoría de tardes en las que se vestía de luces habían transcurrido con ganaderías duras, encastes complicados, de los que requieren hacer bien las cosas, que no permiten errores, dejando así patente su valentía cada vez que lidiaba toros difíciles, demostrando con ímpetu el valor y la sed de triunfo por la que su corazón latía.

Y así lo hizo, después de unas semanas de intensos tentaderos para «volver a prepararse de nuevo», ante lo que el mismo reconoció: la vuelta a los ruedos más especial y a la vez más dura, Javier puso rumbo a Sevilla.

Plaza a la que no quería faltar a la cita, plaza con la que necesitaba encontraste, plaza de la que necesitaba sentir su calor y su gente, y allí se encontraba, montera en mano, sin pudor, con humildad y honradez, saludando a sus ediles que rompían en aplausos ante la ovación tan emotiva que cada uno de los allí presentes le dedicó, un reconocimiento más que merecido a la batalla ganada más importante de su vida, un reconocimiento al amor propio que había dejado más que demostrado que el mismo se profesaba, pero sobre todo por lo que había conseguido…estar en la Maestranza esa tarde, haciendo sabedores a los allí presentes el sentimiento tan profundo que tiene hacia su profesión, la cual le había ayudado a no venirse abajo, a demostrar a todo el mundo que todo se puede, que todo se consigue cuando uno ama lo que hace, en su caso, al toro.

Dura tarde en la que Javier resolvió unos complicaos astados que ya conocía, cuya tauromaquia se basó en valor, verdad y constancia, sometiendo a los Miura como solo el sabe, la aspereza en sus embestidas, la desigualdad y las carencias de dicha ganadería no minaron las ganas de Javier de sentirse toreo, de volver a los ruedos con la cabeza bien alta, de sentirse orgulloso, y sobre todo en paz consigo mismo, ya que volver a sentir los nervios previos, el cosquilleo en el paseíllo, el temblor en las piernas hasta que ve al primero de su lote, hasta que los nervios se desvanecen, se van por cada poro de su piel derrochando entrega, demostrando su valía, su mérito, en definitiva su tauromaquia de verdad.

Un oasis de sentimientos durante el largo invierno es necesario para afrontar los nuevos retos, cuya parada más próxima es Alès y la siguiente Cerét.

También sentir la fe en uno mismo para que salgan bien las cosas y a la vez, impulsarse por la ilusión de sentirse torero es lo que le hace avanzar: nos comenta Javier, que está en una etapa de su vida en la que siente que aún le quedan muchas cosas que decir en el ámbito de su profesión, siendo tales circunstancias responsables de un continuo aprendizaje, que a pesar de la veteranía, es su humildad la que guía su camino, camino por el que pisa con firmeza.

En el corazón del buen aficionado está Javier Castaño, es necesario para el mundo del toro que también esté en los carteles, que en la variedad está el gusto y siempre hay un hueco para los héroes soñadores, y los sueños se cumplen… toreando.

Por Gabriela Martín