Segunda corrida del plan de reconstrucción de la tauromaquia. En los próximos días saldrá a la luz un artículo mostrando unas ciertos interrogantes que pululan por el cielo del mundo taurino, pero eso es otro tema.

Corrida de Juan Pedro Domecq para Enrique Ponce y Curro Díaz en Cabra. Una corrida más encastada que lo que a priori se podría pensar. Toros cómodos, con el trapío adecuado para la plaza de tercera categoría donde tendrán lugar las corridas de reconstrucción. Ya veremos si al final… logramos reconstruir algo.

Enrique Ponce tuvo en su primer oponente un toro que empezó con codicia pero se agarró demasiado deprisa al suelo. Toques y pico, en una faena que no fue precisamente de ligazón. Mató de estocada. La ovación fue su premio. En su tercer toro, un toro que pedía mando, espacio, y el centro del ruedo, lo tapó magistralmente para que no se viera su bravura. El toro se venía como un obús,  el de chiva no supo por dónde meterle mano. Ni lo templó, ni le mandó. Enganchones, pico y trallazos fue el contexto de una faena. Un toro para soñar el toreo, pero con el que no pudo hacer su “pamemada”. Que tristeza. Lo mato de tres cuartos caída, es decir de un bajonazo profundo. Le concedieron paradógicamente e ilógicamente las dos orejas, al “destoreo”. Ole. ¡Qué viva la reconstrucción!

Curro Díaz tuvo los pasajes más toreros de la tarde en el pueblo cordobés. Cuando este torero coge el aire a un toro, la belleza aparece en el ruedo. El toreo plástico, con aires nostálgicos y clásicos siempre nos aporta un sentimiento de esperanza para el futuro. Cierto que sus dos toros empujaron menos, de lo que requiere el toreo de pellizco. Pocas opciones de toros que acabaron muy pronto parados. Antes nos regaló naturales de muy bella factura y empaque.

Esta reconstrucción nos deja en evidencia que hay cosas que no cambian, y nunca cambiaran. Somos nosotros los aficionados de coger los mandos de una tauromaquia que hace mucho que va a la deriva, y empezar a demandar lo que queremos ver en un futuro, si la emoción o la nobleza.

Por Juanje Herrero