Morante intenta parecerse cada día más a su idolatrado Joselito, y no precisamente en lidiar y matar aquella cantidad de saltillos, pabloromeros y miuras que liquidó el genio de Gelves. Como todos ustedes conocen, Joselito no tenía apoderado, era él mismo quien definía su carrera, cerraba contratos y perfilaba todos los detalles concernientes a un representante. La figura de Manuel Pineda era simplemente la de un administrador, que ni siquiera viajaba con el torero. Pues bien, ahora Morante, una vez despedido Toño Matilla, será torero y apoderado al unísono. Otro rasgo «joselitista» en su universo particular.

Y lo de Morante ha sucedido justamente nada más concluir su actuación en la «cubierta» de Vista Alegre. Una versión «light» de San Isidro que la casa Matilla programó, donde hemos visto mucho cemento en tardes de carteles redondos, con presencias estelares de las figuras del universo taúrico. Esto viene a contrastar con pueblos como Casarrubios del Monte o cualquiera de los festejos retransmitidos por Castilla La Mancha Media, donde las plazas registraban llenos o muy próximos a ello. En esos públicos había un alto porcentaje de jóvenes y niños en festejos humildes, carentes de toreros ilustres. Esto viene a confirmar lo que tantas veces  hemos proclamado; que hay toreros que ya están totalmente amortizados y su presencia en los cosos apenas despiertan entusiasmos.

Entre los que despertaron el interés y subieron la taquilla está el peruano Andrés Roca Rey, que ahora es apoderado por un grande del toreo como es Roberto Domínguez. Esa circunstancia nos hizo recordar cuando Julián López hizo entrar en su vida profesional a Domínguez. Aquél «Juli» era un joven torero que conectaba fácilmente con los tendidos, que era pura entrega, y a su vez también tenía muchos defectos técnicos.

El peruano anda en esa tesitura: muy comprometido, justifica ampliamente su salario y además es uno de los mejores intérpretes del «volapié»; nada que ver con el famoso «julipié». No se concede ninguna ventaja a la hora de matar y lo hace con una técnica irreprochable. El único pero estaría en el escaso sabor que dejan sus faenas, donde la cantidad supera a la calidad.  Ahora bien, ¿hará Roberto una transformación en su toreo al igual que hizo con el «Juli»?

Frente a Roca se sitúa Pablo Aguado. Este hombre sí deja un perfume embriagador a través de sus ralentizadas verónicas. Siempre y cuando su oponente se lo permita, el sevillano es torero al igual que Juan Ortega, de prender en nuestras memorias las esencias más exquisitas del toreo. Esta dupla de toreros artistas nos hace rememorar otra pareja de ensueño: Curro Romero y Paula. Morante que estaba mal acostumbrado a viajar sólo, como el único torero de ese corte, ahora tendrá que rivalizar con ellos. El gran problema de Aguado es su deficitaria técnica a la hora de matar. Se queda en la cara, al igual que lo hacía Ureña. Por ello surgen esos percances, no por la entrega ni ese falso heroísmo que cantan algunos.

Del resto, mencionar a Diego Urdiales que entraba en un cartel en el que parecía como convidado de piedra y donde puso su maestría capotera al servicio de la causa. También vimos a Ureña mucho más entonado. En realidad, y a pesar de las luces y sombras nos parece esperanzador todo lo acontecido, salvo la escasa asistencia de público. Puede que la querencia natural del aficionado madrileño esté en el barrio de Ventas.

Giovanni Tortosa