Eolo soplaba con fuerza sobre la capital hispalense. Condicionó toda la tarde, como la condicionó la manifiesta invalidez de los toros de Núñez del Cuvillo. Sin embargo, poco importó cuando sobre las nueve de la tarde, un ciclón trasatlántico arrasó sobre la Real Maestranza. Un torero, de Perú, que lleva a un Rey como apellido y que, sin duda, quiere coronarse como tal. El sexto toro de la tarde -realmente fue el octavo- embistió con clase en la muleta. Cumplió con su patrón de selección. Respondió a la exigencia de mano baja, bajísima, que su matador le planteó. El inicio de faena, rodilla en tierra, indicó la intensidad que iba a tener la faena. A partir de ahí se desató el desiderátum: temple, mando y cercanía con la mano derecha. Sin embargo, la cumbre llegó con la zocata que, pese al viento, Roca Rey fue capaz de prolongar las embestidas, reducirlas y enroscárselas al cuerpo. Las voces se desgarraban en oles. Mató de un verdadero estoconazo, como acostumbra. Las dos orejas incontestables, la petición de rabo fortísima y correctamente ignorada.

 

El error a espadas en el tercer toro impidió que Roca Rey saliera lanzado con vistas a Triana. Sin embargo, la primera vez hizo guardia, para enterrar un espadazo en la segunda entrada. El tercer toro (bis) fue el más encastado de la corrida, eso sí, sin picar. Como toda la corrida. La nota más negativa de Roca Rey es el total pasotismo hacia el tercio de varas. Los toros hay que picarlos. Y si no sirven al corral. Sin embargo, lo verdaderamente preocupante es que a toros sin picar se les puedan hacer faena. Este toro, no obstante, acusó la falta de castigo: ello provocó que derrotara al final de cada pasaje, una y otra vez. En algunas ocasiones, le punteaba los trastes. Roca Rey arrastró los nudillos por el albero y cuajó, pudo, al animal por el pitón derecho. De viajar bien la espada, estaríamos ante una Puerta del Príncipe incuestionable. Esta sí.

 

Llegó el hijo predilecto de Sevilla, Manzanares, con algo más de voluntad que en las últimas ocasiones. No obstante, no todo es voluntad. Ante sus dos toros se mostro anodino, espeso e incrementó sus carencias toreras. El primer fue un pobre animal, regordío, sin fuerza y en proceso de canonización. Con la mano derecha tiró líneas y no bajó lo suficiente la mano, pues el toro protestaba todo lo que fuera por arriba. Manzanares se limitó a componer la figura. Naufragó durante toda la lidia. ¿De la izquierda? Nada. Mató en la suerte de recibir con una estocada contraria. Saltó al ruedo un “Asesino” que hizo de segundo sobrero. Más de lo mismo, toro sin picar, capotes hacia arriba y cuidados paliativos. Manzanares más de los mismo: deambulando, desajustado, sin poder a los toros, incómodo…

 

Poco, o nada, puedo decir de Castella. El francés se topó con dos tetrapléjicos cuyas no devoluciones se explican por la cicatería del usía y por las rarezas de Sevilla.

 

Segundo día de figuras. Ayer sí se colgó el “no hay billetes”, ¿Roca Rey? Seguramente. Segundo día de figuras y segundo día en que el toro ha sido un mero convidado de piedra. Animales flojos y sin casta. El tercio de varas se convierte en un simple trámite. Se aplaude por no picar. Desastroso. El único cuestionamiento que puede hacerse al fenómeno Roca Rey es el toro que tiene delante. Solo queda esperar a Adolfo y a Madrid… De momento ayer casi fue Príncipe de Sevilla.

 

Por Francisco Díaz.