Ante la evidente situación causada por el COVID-19, España está viviendo la más extraña y dura sensación desde la Guerra Civil. Por tanto, la excepcionalidad de la situación conlleva consecuencias no menos extraordinarias. Y qué decir tiene en el mundo taurino. Ya saben, parafraseando a Ortega: hay que asomarse a una plaza de toros, para comprender España.

 

Son muchos los sacrificios que el mundo taurino ha visto obligado a hacer en este mes ya transcurrido de confinamiento, y los siguientes. Evidentemente, me refiero a Fallas, la Feria de Abril y San Isidro, entre muchas otras plazas de provincias. Muchos aficionados, seguramente con mejor voluntad que realismo, depositan sus esperanzas en el siguiente San Fermín. Algunos ansían ponerse el pañuelo rojo sobre la camisa blanca. Tener una excusa para divertirse y celebrar, aunque no sepamos exactamente el qué. Después de tanto encierro, todos soñamos con la calle, y sobre todo con el toro.

 

Sin embargo, ya amenazan los primeros rumores sobre una eventual cancelación. En un ejercicio de honestidad intelectual, parece más que obvio. Carece de total sentido paralizar a un país para congregar durante una semana a más de un millón de país, en tan reducido espacio. Y solo un par de meses después, pues ya sabemos que este confinamiento se prorrogará, al menos, hasta el 10 de mayo. Por tanto, lo más cabal es encerrar todo pájaro que en nuestra cabeza haya.

 

Para los más incrédulos, Noticias de Navarra ha adelantado previsibles escenarios. Según declaraciones de algunos concejales, esgrimen los mismos argumentos expuestos supra. Si bien, son solo rumores, el refranero popular recuerda que «cuando el río suena, agua lleva». A falta de confirmación, la cancelación parece el escenario más posible. Todo dependerá de la decisión que adopten las autoridades sanitarias. Que sea lo mejor para la salud de todo. Un 7 de julio sin toros, será menos 7 de julio.