Por Andres Oyola

 

Era una forma de diversión festiva extendida por toda la península, organizada a imitación de una parada militar que incluía descarga de pólvora. Se llevaba a cabo con toros o sin ellos. En el riojano pueblo de Anguiano, donde tiene lugar su célebre danza de los zancos en honor de la patrona Santa María Magdalena, para sus fiestas de 1605 y años siguientes disponen los regidores locales que, entre otras diversiones,

“ … se aga una soldadesca, y de ella nombraron por capitán a Pedro de bannos, v[ecino] de esta villa, con cargo que Pedro de baños solo ponga una arroba de pólvora del Concejo. Se a de dar esta arroba y poner caxa, pífano y vandera, y allanar a los soldados para que la acepten: y pueda ir así adelante. Y para la fiesta se allare vandera y si no, que no aya soldadesca …”

 

Evidentemente, el texto nos interesa por cuanto que este tipo de diversión se sumó a las celebraciones taurinas, como forma de toreo de mucha popularidad. La hemos localizado en Bienvenida (Badajoz) en 1582 gracias al proceso incoado a los responsables de la misma. Todo parece indicar que la práctica de la misma era algo conocido,  canónicamente instituido, a juzgar por cómo se describe en los documentos. Si en esto, como en otros extremos del suceso, hemos de creer a los testigos, el toro para las garrochas fue comprado a escote entre los mozos organizadores; todos ellos, según declaración, dedicados precisamente al manejo del ganado como pastores, zagales, aprisqueros, …. Se habla en el proceso de que se lidiaron toros y los garrocharon; de éstos a uno lo aguardaron y lo mataron. Debe entenderse que los toros o cabestros se lidiaron, sin llegar a su muerte, al paso que uno sólo, al que “truxeron a lidiar, e lidiaron e garrocharon  al dicho toro hasta que lo mataron.”

 

El lugar de la suiza fue el “ …çimenterio e plaça que esta a la puerta de la yglesia desta villa…” . La fecha,  “ … primero día de Pascua de Resurrección”, es decir el domingo mismo. Circunstancias todas que incurrían de lleno en la prohibición papal, que no permitía las corridas de toros, especialmente en los días de fiesta religiosa. Como en el caso de Anguiano, se trata de una mascarada de corte o imitación castrense, ya que los mozos se constituyeron en una especie de unidad militar, con su capitán, que es el principal inculpado en el proceso, su alférez o abanderado, y con su “atambor y armas”, que se concretan en “lançones, espadas, garrochas y otras armas.”  Apenas se habla de la lidia del toro, ya que se pasa inmediatamente a la concreción de que lo esperaron y garrocharon hasta su muerte. Los lidiadores eran criados de los alcaldes de la villa, que pagaron las penas pecuniarias impuestas a los mozos, lo que lleva a pensar que toda la comunidad era cómplice de la celebración taurina.

En el siglo XVIII, el cronista de Badajoz Hernández Tolosa hace referencia a una forma de lidia a la que llama máscara, de la que repite haber sido muy lucida o estar compuesta por más de veinte hombre, todo lo que nos lleva a pensar que se trata de lo que entonces se conocía por una suiza, en la se hacen presentes las armas para matar al toro, cosa que no siempre consiguen, lo que obliga a recurrir a alguno de los toreros-vaqueros jerezanos o andaluces para realizarlo. En una ocasión un componente de esta máscara hirió a un compañero con una garrocha, otra prueba de lo que decimos.

 

De la permanencia de este tipo de carnavalada dan cuenta al menos dos testimonios de relativa actualidad. El primero es un grabado de pleno siglo XIX en el que se puede contemplar la representación de una suiza con toro. Se trata de un encierro en una plaza de pueblo o ciudad, en el que sus protagonistas lucen vestuario de la época, y se tocan con gorros militares de corte napoleónico. El autor del trabajo se ha fijado en la presencia de dominguillos o muñecos en la parte izquierda del grabado, pero ha obviado o tal vez ignorado que lo que se representa en la parte derecha es un tropa organizada en forma de suiza; en efecto, la presencia de protagonistas con tambor, banderas y alabardas remiten a un pasado que sigue vivo en la representación del festejo taurino. El toro aparece enmaromado y con un grueso collar del que pende la maroma de la que tiran otros toreros; uno de ellos le cita con una especie de capote o muleta. En los balcones y ventanas altos se asoman los que sostienen las cuerdas de los dominguillos y, en los bajos, se refugian algunos de los corredores. Uno de los soldados lleva escopeta, probablemente encargado del remate del toro.[1]

 

El segundo testimonio es la permanencia de un espectáculo que, a nuestro entender, tiene su origen en la suiza y es continuación de la misma, como aún se puede observar en algunas poblaciones de Portugal, fronteras precisamente con la provincia de Salamanca, en las denominadas capeas raianas que el antropólogo portugués Capucha describe e interpreta como un espectáculo parabélico, cuando a nuestro entender no es más que la pervivencia de una suiza tradicional :

“A tarde os rapaces ….desfilam nas suas ruas como si partissen para a guerra, armados con espadas e lanças, sob a direcçao de dois “mordomos” a cavalo e ao som de um tamborileiro.”[2]

 

[1] Maya Álvarez, Pedro: “El “Toro del Aleluya” de Arcos de la Frontera” en Demófilo. Revista de Cultura Andaluza. Nº 25. Monográfico: Las Fiestas Populares des Toros.

[2] Capucha. El autor la interpreta desde la necesidad de organización y defensa contra la amenaza de los castellanos.