Los argumentos de su madre no tranquilizaban a Luz; más bien, todo lo contrario. Se sentía una carga y así, tal cual como se sentía, era la pesada losa que aplastaba su interior y la rabia contenida que albergaba en su cuerpo al verse, a sí misma, como una negra cruz de acero para el entorno familiar. Aunque estaba triste y deprimida, Luz se empeñaba en encontrar un trabajo con el que ayudar a su madre y a su familia. Doña Liliana, tan bondadosa como siempre, procuraba por todos los medios que sus hijos no palparan aquella desastrosa realidad económica. Pero los dieciocho años de Luz eran más que suficientes para que la muchacha, sin mediar palabra, pudiera comprender aquel titánico esfuerzo que su madre, diariamente, llevaba a cabo.

Era una mañana luminosa, Luz salió otra vez a la calle con un solo y claro objetivo: encontrar un trabajo. Tarea que ya había emprendido en repetidas ocasiones anteriores, consiguiendo falsas promesas por parte de todos a cuantos tuvo que acudir.

–¡Ahora o nunca! –se dijo nuevamente, para sí misma.

Como es costumbre en Colombia, Luz, antes de salir de su casa oró mucho; ella sabía que Dios iba ayudarla. El apego espiritual de los colombianos hacia Dios es su mayor e inigualable argumento ante la vida. Luz caminaba sin rumbo, en realidad como siempre había sido su existencia. Pero, en aquel peregrinar por las calles caleñas, de repente y frente a sus ojos, divisó el hotel Sheraton, en plena calle 82 de la ciudad. Un edificio colonial dotado de enormes jardines y algo le decía que en aquel fastuoso hotel iba a conseguir lo que buscaba: un trabajo. Las puertas giratorias del recinto hotelero al contemplar la belleza de la muchacha, como si por arte de magia se tratase, giraron solas, como accionadas por algún duende mecánico y daba la sensación que, el mecanismo de apertura que accionaba la puerta, al ver la belleza de Luz, se frenaba para apreciar con más detenimiento sus encantos.

Como siempre, la muchachita, vestía bonita; pantalones blancos ajustados, blusa del mismo color (el color de la ilusión), zapatos de poco tacón, bolso informal y el pelo suelto para que su hermosa melena fuese zarandeada por el viento. Una vez dentro del hall del hotel, los huéspedes que estaban por allí, todos, sin distinción, la taladraron con sus miradas; era inevitable. El encanto natural de la muchachita era el arma más poderosa que, sin pretenderlo, siempre esgrimía.

–¿En qué podemos servirle, señorita? –dijo el conserje. –

Vengo a buscar trabajo. No me importa la tarea; me preocupa tan solo poder ganarme un sueldo. Somos muchos en casa y, tras abandonar los estudios, he preferido salir a trabajar. La sinceridad en las palabras de la muchacha dejó perplejo al conserje que optó por presentarla al gerente del Sheraton, que se encontraba allí en aquellos momentos.

–¡Un placer, señorita! –dijo el gerente–. ¿En qué puedo servirle?

–Verá, señor; llevo mucho tiempo buscando trabajo y me gustaría trabajar aquí. No me importa el cargo a desempeñar; lo que sea con tal de tener una remuneración que me permita ayudar a los míos.

El gerente quedó enmudecido porque, dada la belleza de Luz, él pensó que la chica se estaba ofreciendo como señorita de compañía para los clientes solitarios. Allí se solían hospedar altos ejecutivos por cuestiones de negocios, toreros españoles que en aquellos días estaban haciendo campaña en Colombia participando justamente en la feria del Señor de los Cristales, en la plaza de toros de Cali; políticos de alto rango, artistas y todo tipo de clientes con un alto nivel económico, lo que era lógico puesto que el Sheraton no era para la clase obrera. La miró bien y, de pronto, aquel señor entendió que la petición de la muchacha iba encaminada por el derrotero del honrado trabajo, simple y llano.

La hizo esperar un poco.

–Aguarde –le dijo el gerente.

Ante aquel “aguarde”, la muchacha quedó nerviosa, como expectante. Su corazón parecía decirle que había llegado el momento soñado de tener el anhelado trabajo. Se sentó en uno de los lujosos sillones, y por un rato, en realidad desde que llegó al hotel, su cuerpo era el centro de atención. Por las miradas que allí se perdían entre los clientes, se podría sospechar que todos creían que el hotel, dada su fastuosidad, había contratado a una puta de lujo para uso y disfrute de sus clientes. Al poco rato escuchó:

–¡Señorita, acérquese, por favor! Mire –dijo el gerente–

Tenemos un puesto de limpiadora, dado que el pasado martes, una de nuestras empleadas dejó para viajar a España y, fíjese, ha llegado usted justo a tiempo. Su trabajo tendrá una duración de diez horas diarias; cinco en la mañana y el resto, en la tarde o noche, eso dependerá. Le pagaremos seiscientos mil pesos y podrá comer o cenar en el servicio de cocina del hotel. ¿Qué le parece?

Luz quedó muda; apenas le salían las palabras. Su cara era de sorpresa; no le había tocado el primer premio de la lotería pero, con la situación, así le parecía. Y tenía sus razones porque en los últimos meses, la pobre muchacha, se había desgastado los zapatos caminando por toda la ciudad y aledaños en la búsqueda del tan anhelado trabajo.

–¡Gracias, señor! –al fin, contestó ella–. ¿Cuándo empiezo?

–El próximo lunes, al llegar, pregunte usted por la señora Rosalinda que le dará su uniforme y como jefa de personal, le indicará todos sus cometidos. Yo le adelanto, se trata de limpiar todas las habitaciones, pero con una limpieza inmaculada; el Sheraton no puede permitirse el más mínimo error ni queja de cliente alguno. Su sonrisa tiene que ser una constante, su amabilidad, su razón de ser, su educación, la base y sustento de su trabajo. La más mínima queja de un cliente hacia usted motivaría el despido de forma automática. ¿Ha comprendido?

–¡¡Sííííí!!– respondió muy contenta ella.

Estaba emocionada, algo tan sencillo como un trabajo a la muchacha le parecía un milagro. Salió agradeciendo a Dios por tanta bendición. Los ruegos y oraciones que, previo a darse esta situación, habían salido de su alma, en este momento se le estaban dando como ella deseaba. Aunque el hotel quedaba a muchas cuadras de su casa, ella recorrió el trayecto a paso firme. Sabía que le llevaría más de una hora caminando pero, como quiera que estaba feliz, se paraba en todas las esquinas dando la sensación que quería contarle al pueblo caleño por completo la felicidad que le llenaba.

Aquella cara triste, aquellos ojos profundos de mirada perdida, de repente, habían recuperado su brillo. La única prisa que le embargaba, era encontrarse con los suyos, de forma concreta, con su madre, ella adivinaba que doña Liliana se llevaría una inmensa alegría. Ya en casa, Luz se abrazó a su madre con ternura.

–¡Mamá, he encontrado un trabajo en el hotel Sheraton! ¡Estoy feliz! ¿Puedes creerlo?

La mamá, emocionada, se puso a llorar. Aquella noche, en la cena, pese a la carencia de casi todo inevitablemente, saboreaban el mejor de los manjares: la dicha y la felicidad de saber que Luz había encontrado trabajo. Hasta ahora, la razón de su vida. Además, y casi seguro, dicho trabajo, de alguna manera, opacaría un poco la idea de Luz de marcharse a otro país.

Pla Ventura