Frustraciones personales al margen, Luz se sentía feliz en la ciudad que la vio nacer; saberse vallecaucana le otorgaba una licencia hermosa, la misma de la que son portadoras todas las mujeres caleñas. Como quiera que el horizonte de Luz se estaba despejando gracias al trabajo que había logrado, no dudó en comprase un libro que hablara de su ciudad. Casi todos, sin lugar a dudas, desconocemos las maravillas que nos rodean y la muchacha, respecto a su ciudad, no quería caer en semejante dislate. Posiblemente, la devoción que Sebastián de Belalcázar, el fundador de Cali, sentía por el patrón de España Santiago Apóstol hizo que antepusiera dicho nombre a la ciudad caleña. Santiago de Cali es un referente ante el mundo. Este paraíso colombiano fue fundado en el año 1536 y según reza la historia, Belalcázar, para tal fundación, trajo a Cali indios Quechuas y Yanaconas procedentes de Ecuador, de ahí la mezcla sensacional se seres humanos que allí habitan. Cali, como estaba leyendo Luz, es la segunda ciudad más antigua de Colombia; le gana Cartagena de Indias puesto que Bogotá (Santa Fe de Bogotá) es la tercera ciudad más antigua, pese a que ostenta el título de ser la capital de Colombia y, ante todo, la capital andina de la bella Colombia.

En su fundación Cali era una pequeña villa poblada de haciendas de adinerados españoles que, por medio de esclavos quechuas, cultivaban las tierras de los señores feudales, plantaban la caña de azúcar y criaban animales en sus pastos ganaderos. De dichas haciendas, todas muy conocidas, en la actualidad, hoy han tomado vida y nombre numerosos barrios caleños como Cañaveralejo, Chipichape, Pasoancho, Arroyohondo, Limonar y muchos más. Fue en el año 1815 cuando Fernando VII, rey de España, envió sus tropas para la conquista definitiva de la ciudad de Cali, ejército que al mando de Pablo Morillo “El Pacificador”, cuatro años más tarde, en 1819, sucumbía ante el Libertador Simón Bolívar que, en el año 1822, entró triunfante en la ciudad de Cali.

Así, poco a poco, Luz estaba descubriendo la grandeza íntima de su maravillosa ciudad. Le quedaban muchas páginas por leer, mucho que aprender pero la filosofía intrínseca que dicho libro le estaba aportando ya formaba parte de su ser. Sus acciones venían a demostrar que, estando en paz consigo misma, podría alcanzar cuantas metas se propusiera. Ese cambio de mentalidad es el que, sin duda alguna, la llevó hasta el maravilloso logro de encontrar un puesto de trabajo. Antes, con mucha antelación, se había propuesto dicha tarea, pero como quiera que su negativismo la oscurecía, su ser quedaba quebrantado por sus desánimos y desilusiones.

Faltaban cinco días para que Luz comenzara su andadura laboral; para que soñara despierta puesto que, el trabajo ha sido y seguirá siendo la bendición del universo para todo ser humano. Lo que era una quimera se le volvió realidad. ¿Y no será que ella tenía mucha culpa de su situación? Vivir en negativo es condenarse uno mismo hacia el abismo de lo imposible. En estos días previos, Luz quería cantarle al mundo su felicidad; se paseaba por las bellas avenidas caleñas, se paraba para contemplar monumentos, analizaba a su alrededor, saludaba a los viandantes, abrazaba a cuantos niños se encontraba en su camino.

Toda ella, sin duda alguna, era el monumento más lindo a la felicidad; situación que para ella, era una quimera inalcanzable hasta el día en que, mentalmente, decidió que se produjera esa hermosa catarsis en su existencia y su vida comenzó a cobrar sentido. Doña Liliana sabe mejor que nadie cuánto sufrió su hija porque sufrió con ella. Vivir junto a un ser amado, como era su niña, incapaz, hasta aquel momento de encontrarle sentido a su vida, sin duda alguna, es la peor de las pesadillas. Luz, en las jornadas previas a su ingreso en aquel puesto de trabajo, le daba las gracias a su madre por todo ese amor incondicional que le regalaba y se disculpaba por todo ese penar que le hizo pasar, cuando no encontraba el rumbo que ahora había encontrado. La abrazaba con ternura y le prometía una vida mejor.

El trabajo que había conseguido era el detonante de aquella ilusión que la desbordaba. Mientras Luz paseaba por las calles impartiendo su alegría, de pronto escuchó una voz que le susurró al oído:

–¡Hola, Luz! ¿Cómo estás? –le decía alguien.

Era Candela, una compañera del colegio de la que llevaba mucho tiempo sin saber de ella.

–¡Candelita de mi alma! –dijo Luz–.

¡Qué gusto encontrarte! ¿Cómo te va? Tras el saludo afectuoso de ambas amigas, Candela se puso a contarle a su compañera Luz todos sus proyectos. Luz la escucha con atención. Ambas muchachas quedaron sentadas en un parque fastuoso en el que se respiraba una paz infinita.

–Mira, Luz, lo tengo decidido. He vagado mucho por la ciudad, cursé mis estudios y no he encontrado acomodo laboral en parte alguna por lo que me marcho a Europa, concretamente a España. A Luz se le secó la garganta. Esa era la idea que durante mucho tiempo vivía dentro de su corazón: ¡Marcharse a Europa! Y, ahora en el caso de Candelita que se quería ir a España como lugar concreto, de repente se le antojaba como que su amiga le truncaba todos sus actuales planes. Al ver que Candela se marchaba a España, Luz caía en la cuenta que, lo que para ella era un sueño, podía ser posible; es más, era una realidad, que no quedaba sólo en la quimera, que ella presentía.

–Cuéntame los detalles, –le dijo Luz.

–Un amigo se marchó para allá hace dos años y, según me cuenta le va muy bien. En principio, regularizar su situación le costó mucho pero, al final, lo ha conseguido; ya tiene permiso de residencia y su insistencia al respecto de que me vaya, me ha animado para irme. No puedo negarte que, por momentos, me asusto; hasta me tiemblan las piernas. Por un lado tengo una ilusión tremenda por conocer otro mundo y, acto seguido, me horrorizo al pensar qué me puede deparar el destino en un país tan lejano. Como sabes, soy enfermera en el Hospital Central pero, amiga querida, los haberes que percibo apenas me alcanzan para la subsistencia.

Luz se quedó pensativa. Por un lado estaba feliz por haber encontrado un trabajo y, al escuchar las declaraciones de Candelita, se quedaba atónita. Le costaba entender que su amiga, teniendo un trabajo digamos digno, lo dejara todo para irse a España.

–Nuestro futuro –continuaba Candelita–, es muy incierto; somos prisioneros de nuestros gobernantes y que, en nuestra maravillosa tierra colombiana, para medrar un poquito tengamos que alejarnos de la tierra que amamos, como entenderás, es un dolor enorme.  Aunque se nos rompa hasta el alma, acá, junto a los nuestros, a poco podemos aspirar. Yo tengo un trabajo que, como sabes, muchas amigas nuestras lo desearían pero a mí no me llena, no me satisface y no es que yo no le ponga amor ya que se lo pongo todo, pero tengo la sensación de que en dicho hospital se quedan con mi sudor, con mi esfuerzo y, a sabiendas de la situación de nuestro país en que nadie hace nada por arreglarlo, los trabajadores somos víctimas de una nefasta gestión gubernamental que, en definitiva, sólo favorece a la clase pudiente. Luz hizo un esfuerzo sobrehumano mientras escuchaba a su amiga.

Por momentos, se le resquebrajaban todos sus esquemas. Por un instante, hasta tenía la sensación de que el trabajo encontrado tampoco mitigaría sus penas, las de su alma y las de su cuerpo. No acertaba a comprender si aquel encuentro con su amiga había sido una bendición o una maldición; en el aire flotaba una extraña sensación que la albergaba como si de un manto negro se tratase.

Pla Ventura