Hecho el paréntesis oportuno, los periodistas continuaban ávidos de emociones ante el personaje que tenían enfrente. Se trataba de un recién nacido con sesenta años de edad, y este hecho por sí solo ya es noticia.

– ¿Qué piensa hacer usted ahora?

–Gozar de la vida, puesto que, como ustedes dicen, acabo de nacer y no es cuestión de desperdiciar el tiempo.

– ¿Se quedará mucho tiempo en Colombia?

–Todo el que mi arte me demande.

– ¿A qué se refiere usted?

–A que me han ofrecido la posibilidad de dos corridas en Bogotá y Cali, y esa es la causa-efecto de lo que yo llamo los efluvios de mi arte.

–O sea que es usted torero –preguntó un novato, muy poco informado y con poco futuro en el periodismo, por lo que evidenciaba-.

– ¿Acaso cree usted que tengo tipo de delincuente? Creo que, por mis hechuras y forma de vestir, desde lejos en mi persona se adivina un torero.

– ¿Ha cobrado usted alguna exclusiva por sus declaraciones?

–Yo sólo cobro cuando trabajo, cuando expongo mi vida para crear arte; y muchas veces, ni de tal manera me pagan. La cadena de TV que me ha traído junto a ustedes me ha dicho que me dará una importante cantidad que, ante todo, ya me han informado de un centro de niños huérfanos a los que les entregaré la totalidad de la plata.

–Imagine, Rodolfo, que le entregan un pasaje para España, para ir en avión puesto que allí le espera una exclusiva de veinte corridas de toros. ¿Qué haría usted?

–Con todo el dolor de mi alma, cancelar el asunto o, si me esperan, como antes dije, iría en barco.

– ¿Qué le han dicho los suyos al saberle vivo por un milagro de Dios?

– ¿Los míos? Yo sólo tengo a mi madre y a mi hermana, que están muy contentas y tienen muchas ganas de verme. La gringa –refiriéndose a su ex mujer– seguro que ni se ha enterado; mejor así.

–Ahora mismo, señor, no dude de que quizá algún guionista pueda interesarse en su persona y le contraten como actor para llevar a cabo en la pantalla la tremenda historia que usted ha vivido. ¿Qué le parece la idea?

–No, por Dios; no quiero recordar jamás las escenas que viví; ni por todo el oro del mundo me prestaría a ello.

– ¿Qué le ha dicho usted a su compañera de hospital, la chica que se salvó con usted?

– ¡Chamaquita, qué magnánimo ha sido Dios con nosotros! Le di un abrazo y me despedí de ella. Claro que, antes de irme hacia México vendré a verla para despedirme de ella para siempre.

–Lo dice usted como si ya no tuvieran que encontrarse nunca más; digamos que sus palabras denotan una despedida eterna. ¿Le entendí yo bien?

–Sí, yo me marcho para México y ella se queda en Colombia. No será sencillo que nos veamos. Esa es la definición que yo quería darle.

–Hemos podido saber que tiene usted fama de seductor. ¿Quiere eso decir que las mujeres debemos cuidarnos mientras esté usted en Colombia?

–No es cierto; son etiquetas que nos cuelgan a los que somos hombres públicos; yo soy la persona más sencilla que usted pueda imaginar, tímido, reservado, pero con mucha educación. Y, mucho más cuando me siento junto a una dama; yo les digo chamaquitas, que es como definimos a las muchachas en México.

– ¿Qué propició, maestro, que usted se enfermara con el alcohol?

–Las ingratitudes que me daba la vida; de forma muy concreta, los empresarios taurinos que querían jugar con mi arte y, a instancias de algunos compañeros, dejarme sentado en la banqueta puesto que, de tal modo, no molestaba a nadie. Como dirían por España, muerto el perro se acabó la rabia ¿sabe usted?

–Pero si usted se define como artista y ha tenido tardes gloriosas en México, ¿cómo es posible que los públicos no le reclamaran?

–Tampoco es que la gente fuera por las calles con pancartas diciendo: ¡Queremos que toree ‘El Mago’! Imagino que el sentimiento de los amantes del arte sería verme en los carteles; pero la decisión no era mía ni de ellos, y los que manejan los turbios asuntos del toreo me arrinconaron.

– ¿Se siente usted, por tanto, un fracasado?

–Podré torear o dejar de hacerlo, pero fracasados sólo lo son los ineptos, los que no saben hacer nada, los que Dios no les dotó de ningún arte ni sensibilidad; recuerde que yo soy artista, por tanto, no cabe en mi léxico la palabra fracaso.

–Tras ser abandonado por la gringa, como usted la define, ¿se enamoró alguna otra vez más?

–Sí, pero no me atreví a confesárselo; andaba yo sumido con mi ruina por el alcohol y no quise ser una carga para ella. Quizá que, ahora, curado y sabiéndome otra persona, cuando regrese a México le declare por fin mi amor.

– ¿Qué prefiere, vivir sin amor o sin el arte?

–Quisiera estar enamorado y correspondido para, de tal modo, impartir las más bellas lecciones de arte.

–Dicen que, durante muchos años, a falta de amor se refugiaba usted con las mujeres públicas. ¿Es cierto?

–Sí. Y encontré mucho cariño junto a ellas que saciaban mi sed del alma, reconfortaban mi cuerpo, me escuchaban y no pedían más allá de su sueldo. Para todas ellas, mi gratitud y mi respeto si me están viendo en estos momentos.

– ¿Qué planes tiene usted ahora mismo junto a nosotros?

–Creo que ya lo dije; un empresario me ofreció la posibilidad de torear y, si se concreta la oferta, mañana mismo me voy al campo para entrenarme y Dios dirá. ¿Quién le dice a usted y a mí que empiezo a torear y tengo que hacer campaña entre ustedes? Dependerá de mi estado físico. Vivamos el presente, que es lo único que nos importa y, en mi caso, mucho más tras haber nacido de nuevo hace pocas fechas.

–Nos ha hablado usted de su estado físico pero, a su edad, ¿se siente con fuerzas para enfrentarse a un toro bravo?

–Por supuesto; sepa usted que yo no soy ningún deportista; que soy artista, y a poco que un toro quiera colaborar con la causa de mi arte, pongo a Colombia del revés, hablando en términos taurinos. Debo estar fuerte, pero no tengo que hacer maratón alguna.

–Maestro, –dijo el último interviniente –que Dios lo bendiga.

Así se terminó la espléndida rueda de prensa; declaraciones que, de momento, ya las estaban disfrutando en todo el mundo mientras que, antes de salir del hotel, ‘El Mago’ ya estaba deseoso de entregar a los niños pobres el dinero que la cadena de TV le había entregado.

Pla Ventura