Rodolfo estaba ilusionado ante la invitación de Judith, puesto que teniendo su amistad y confianza ya no se encontraba solo en Cali. Sentía que alguien lo esperaba y la situación lo ponía muy contento; incluso, como en esta ocasión, hasta sentía una sensación distinta, puesto que era un encuentro con una bella mujer que, para colmo, era artista; o sea que entre artistas andaba el juego. Un taxi llevó al Mago hasta el teatro y, para su sorpresa, a su llegada una nube de personas lo estaba esperando en la calle; su cara se había hecho famosa en todo el mundo.

Pronto fue reconocido como el sobreviviente del avión y todo el mundo le pedía autógrafos. Para la gente, su persona era todo un talismán. Todos querían tocarlo, abrazarlo, tener un recuerdo de él, y por momentos se abrumaba. Ni en las tardes de sus mejores triunfos había tenido tanta expectación. Así son las cosas de la popularidad, que nada tienen que ver con el éxito ganado en buena lid. En la entrada, una señorita le entregó su boleto y lo sentaron en la primera fila del teatro; lujos y prebendas no le faltaron. J

udith, junto a sus músicos, empezó a cantar y ‘El Mago’ se quedó sin habla; canciones bellísimas y melodías eternas encandilaron al diestro. En la mitad del concierto, y para que no faltara de nada, Judith le dedicó ‘amor de mis amores’, tema con el que, inevitablemente, la muchacha le estaba lanzando un mensaje subliminal al torero superviviente. Una fuerte ovación le fue dedicaba por el público al diestro que, sombrero en mano, supo corresponder. Era una situación atípica, puesto que la estrella de la noche debía ser la cantante como protagonista del evento y, sin embargo, Rodolfo era el centro de atención de todas las miradas. La popularidad lo marcó desde que se salvó del trágico accidente.

Terminado el concierto con enorme éxito por parte de Judith, las innumerables personas presentes la vitoreaban sin cesar; muchas fueron las salidas del camerino hasta el escenario para recibir las ovaciones de su entregado público. Un ademán de la muchacha bastó y sobró para que ‘El Mago’ acudiera al camerino para felicitarla por el éxito logrado. El teatro quedó vacío, se marcharon los asistentes de la artista y se quedaron solos en aquel recinto del arte.

–¿Te gustó? Si me permites tutearte, Rodolfo –exclamó Judith.

–Por supuesto. Cantas divino, chamaca. He quedado emocionado. Cuando me dedicaste la canción se me cayeron las lágrimas. ¿Te diste cuenta? Me llegaste muy adentro; mira que, en toda mi vida profesional, con la de gente que he conocido en la farándula, nunca antes nadie me había dedicado una canción. Que Dios te lo pague, mujercita linda. Y tengo una curiosidad: ¿qué te indujo a conocerme; el hecho de ser sobreviviente de la desdicha o que yo sea torero y mexicano? Tengo mucha curiosidad por saber el motivo, porque, como hombre, nos llevamos bastantes años, ¿no crees?

–Los años no importan cuando quieres a una persona, y desde el momento que supe de ti, cuando te visité en el hospital, desde aquel día me dejaste sin habla. ¿Te dije alguna vez que tienes un carisma que asusta? Me tienes loca, ¿sabías? No me importa confesártelo; he estado con muchos hombres pero, Rodolfo, tu persona me conmovió; como dicen en Colombia, me moviste el piso.

–Por Dios, chamaca, que desde que me abandonó la gringa nunca he sido hombre de una sola mujer. Me gustas mucho, me dejas sin sentido al mirarte pero, por favor, no puedo prometerte amor eterno ni compromiso alguno; seamos libres, amémonos si lo prefieres, pero sin ataduras. Se nota que no has estado casada; yo me casé una vez, fracasé rotundamente y no volveré a intentarlo ni contando con tu amor como me estás confesando.

–¡No entendiste, matador! ¿Crees que yo me casaría contigo? Ni contigo ni con nadie. Es más, mi público masculino no me lo perdonaría; ya sabes cómo somos los artistas. He dicho que te amo y que quiero que le demos rienda suelta a nuestros sentimientos. ¿Acaso tú no me deseas? ¿No crees que haya mucha mujer dentro de este cuerpo? Tengo muchas ganas de estar entre tus brazos; de que me hagas tuya de una vez; te deseo con locura, Rodolfo.

Ciertamente, ‘El Mago’ sabía de sus dotes como seductor de muchas y bellas mujeres pero el destino le estaba recompensando en aquel momento de los malos lances que la vida le había entregado con anterioridad. Y era ahora cuando, una vez más una bellísima mujer, artista reconocida, pretendía mitigar su sed de amor, calmar su frío del corazón y sentirse plena como mujer entre sus brazos. La escena, para ambos, resultó de una ternura increíble. El camerino del teatro fue testigo de aquel encuentro amoroso donde un hombre y una mujer, por deseos del corazón, querían entregarse sus cuerpos.

Eran libres, no tenían que rendirle cuentas a nadie y la pasión reinaba en sus mismas entrañas. Ella tomó la iniciativa y se abrazó a Rodolfo, que tras tantos años de experiencia y haber convivido con tantas mujeres, temblaba de emoción. Era una sensación distinta; alguien, por amor –o quizá por capricho– lo deseaba, y saberse amado y deseado lo conmovía; Rodolfo, por circunstancias del destino, casi siempre tuvo que pagar el amor y, en tal momento, saberse arrebatado así, de esa manera y por una bellísima mujer le dejaba hasta la boca seca.

Tras darle un apasionado beso en sus labios, la muchacha comenzó a desnudarse con una ternura increíble; poco a poco se desprendía de sus prendas y, al llegar hasta las más íntimas, le pidió a Rodolfo tan dulce menester. El diestro, tan experimentado en dichas tareas, pese a ello estaba nervioso, casi temblando. Estaba a punto de acostarse con esta mujer, nada era más cierto; pero él sentía el rubor del quinceañero cuando es la primera vez en la vida de cualquier hombre o mujer. El cuerpo de la chica era espectacular, de póster, y ella, Judith Bergman, le entregaba a él ese cuerpo escultural. Los ojos de Rodolfo tenían un brillo espectacular; el momento así lo demandaba.

Muy pronto, las manos del diestro acariciaban aquella dulce anatomía; aquel cuerpo de mujer que, sudorosa y ardiente, pedía ser amada por el hombre que la había arrebatado; sería un capricho, puede ser. Pero la verdad es la que el diestro estaba viviendo. Por sus cuerpos, atenazados por la pasión que sentían, pasaba todo. Sus mentes estaban en blanco y apenas pronunciaron palabra alguna. Y tenían razón, porque el diálogo del amor es siempre en silencio; hablan los ojos, conversa el corazón y, la boca, en realidad, se convierte en un bello instrumento para darse los besos más apasionados.

Y así discurrió aquel encuentro que llevó hasta una ardiente locura a un hombre y una mujer que el destino quiso que se conocieran y amaran.

Pla Ventura