Tras su llamada telefónica con Judith, ‘El Mago’ sonreía como un niño chico con su juguete nuevo. No era para menos, había saboreado el amor junto a una linda mujer y, gracias a ella, Rodolfo volvía a vivir. Si bien no deja de ser cierto que, como él ha vivido muchas veces muy apenado por la actitud de algunas mujeres a lo largo de su vida, ahora, pese a todo lo bello que estaba sintiendo gracias a Judith, también sentía un lógico recelo. Le parecía un milagro estar viviendo este amor; un milagro tan grande como el que hizo Dios cuando le salvó la vida tras el accidente de aviación.

Pero, pese a este sentimiento negativo que le embargaba, lo cierto, en honor a la verdad, es que su corazón sentía una alegría desbordante, de la que hacía partícipe a todo el mundo, puesto que sus ojos lo delataban; no había más que mirarlo de frente para comprobar su dicha.

El timbre del teléfono lo sacó de sus pensamientos. Era de la conserjería del hotel, para comentarle que mientras él no estuvo, se recibió ahí una llamada de un señor llamado Ramiro Carmona Carrasco. Rodolfo, por un instante, se quedó lleno de dudas acerca de quién era la persona que había llamado. Aún estaba aturdido por este amor que estaba gozando y no acertaba a comprender de quién podía tratarse.

De pronto, como si de una chispa que se encendió en su mente se tratase, se acordó de que Ramiro Carmona Carrasco era el empresario taurino que lo había ido a visitar al hospital y que le había propuesto torear en Colombia. ¡Otro motivo más de felicidad! Pensar que su persona y su arte eran reclamados aquí en Colombia lo dejaba extasiado.

Sin duda alguna para él, que era tan creyente; Dios iba junto él a todas partes y lo estaba recompensando como a nadie; le estaba dando el amor de una bella mujer y la posibilidad de entregar su arte a los colombianos.

El conserje del hotel le dijo también, cuando le pasó el recado, que el referido señor llamaría un poco más tarde porque tenía mucho interés en contactar con el diestro. El presagio de todo lo que estaba por ocurrir no podía ser más bello. Pensar que, poco tiempo atrás, pudo haberse dejado la vida en Cali y, de repente, gracias al milagro del que él estaba convencido, todo se había tornado maravilloso; se recuperó de sus heridas, se le trata como a un rey, consiguió el amor de una bella dama y, para colmo, ahora pretendían contratarle para torear en Colombia, algo que él no había soñado jamás. Y estaba Rodolfo sentado en el sillón de la habitación, pensando en todo esto, cuando volvió a sonar el teléfono.

–¿Hola? –respondió Rodolfo.

–Hola Maestro: soy Ramiro Carmona Carrasco, el empresario taurino de Bogotá. Recordará que, en su momento le propuse a usted si quería torear unas corridas en mis plazas, ¿recuerda?

–¡Claro! ¿Cómo no recordarlo, amigo? –así, amontonando las palabras respondía Rodolfo– ¡Cuénteme sus planes! Estoy a su disposición.

–Mire, matador, me gustaría reunirme con usted para que concretásemos lo que yo pretendo sean mis planes y, por supuesto, que coincidan con los suyos; es decir, que tengamos un entendimiento y que usted pueda firmar los contratos de las actuaciones que yo quiero programarle. Si usted me lo permite, en poco más de una hora me reúno con usted y concretamos todos los pormenores. ¿Qué le parece?

–Que aquí le espero entonces. ¡Gracias y hasta luego!

–Respondió Rodolfo Martín-.

Había que ver la cara de ‘El Mago’; tras tantos años deambulando por el mundo y, ahora, en el otoño dorado de su vida, por fin había venido Dios a verlo. ¡Y de qué manera! Aunque en realidad, esto que él decía era tan solo una expresión, ya que él tenía perfectamente claro, que en los momentos más amargos y oscuros de su vida fue siempre la presencia divina la que alivió todos sus males, por ello, no era de extrañar que Dios estuviera una vez más junto a él, que no era más que un soñador y bohemio personaje amante de la vida pero que el arte de vivirla lo transformó en su más fiel baluarte.

Gracias al importe que le pagó la aseguradora de la compañía aérea, por ser víctima del avión siniestrado, se hallaba otra vez impecablemente vestido, como estuvo cuando fue a ver a Judith. Así esperaba el diestro al empresario; ni el sombrero tejano le faltaba, prenda ésta que le daba una personalidad especial. La imagen no es esencial, ya que no es que el hábito el que hace al monje, pero siempre es bueno dar una buena impresión, mediante una cuidada presencia.

Sentado como estaba en el sillón, Rodolfo daba la imagen de un intelectual moderno; ya de pie, desde lejos se adivinaba que, dentro de aquella vestimenta, anidaba un torero de los pies a la cabeza. El diestro no tenía otra cosa en la cabeza que volver a torear y, gracias a dicho señor, su último sueño se podría convertir en realidad. La dicha que sentía esperando la llegada de aquel hombre, por su semblante, hasta se podría comparar con la dicha de la ilusión que llevaba cuando iba a reunirse con Judith, la mujercita que le había devuelto la ilusión a su vida y la vitalidad a su cuerpo; la mujer que le recordó que él todavía seguía siendo un hombre. Una nueva llamada volvió a interrumpir su pensamiento.

–¿Sí…? ¿Con quién hablo? –contestó Rodolfo sin mucho ánimo.

–¡Buenos días, señor Martín!, soy el secretario del Presidente Santos.

–¡A sus órdenes, señor! –Dijo Rodolfo como asustado– ¿Dígame usted, de qué se trata?

–Me indica el Presidente, maestro, que tenemos la intención de entregarle una mención honorífica por haber sido sobreviviente de la tragedia aérea que tristemente enlutó a nuestro amado país; y es por esto, que queremos nombrarle hijo predilecto de Colombia. Además, porque hemos podido saber que sus honorarios, los que cobró por la rueda de prensa ante las televisiones del mundo en la que contó usted su experiencia, los donó para los niños huérfanos colombianos. Y como, consideramos que es usted un modelo a seguir, así se lo queremos contar al mundo. ¿Qué le parece?

–¡Por Dios! –Suspiró ‘El Mago’–. ¿Soy yo acaso, merecedor de tanto elogio? ¿Se imagina usted todo lo que me ha propuesto y la trascendencia que todo eso tiene? Dígale al Presidente que quedo a sus órdenes y, si a usted le parece, cuando esté todo concretado me vuelve a llamar y concertamos la fecha para encontrarnos al respecto.

–Será un honor para Colombia, maestro, poder agasajarle como usted se merece. Me reuniré con el Presidente y, cuando lo tengamos todo concertado, lo llamo de nuevo para hacerle entrega de este don que queremos obsequiarle. ¡Muchas gracias, maestro! ¡Que tenga usted un buen día y siéntase en este país como en su propia casa! ¡Hasta pronto!

Y otra noticia más que dejó al maestro sin habla, quién hasta se tocaba y pellizcaba el rostro frente al espejo para comprobar si era cierto todo lo que su cuerpo estaba sintiendo.

Pla Ventura