‘El Mago’ escuchaba con atención al empresario, que estaba ansioso por contratarlo. La firma del contrato, para ambos, resultaba un negocio muy rentable; más para el empresario, como siempre sucede. Ramiro Carmona Carrasco le decía a Rodolfo que estaba de acuerdo con la lidia de los toros del maestro César Rincón, y la pregunta crucial en este momento giraba en torno a las preferencias del Mago en lo que a sus compañeros de cartel se refiere.

–No tengo predilecciones, señor –respondía Rodolfo. Para mí todos los compañeros son igual de importantes; porque todo el que se juegue la vida, como pueda ser mi caso, tiene mi respeto.

–Siendo así, montaré dos carteles con diestros colombianos y, lógicamente, usted será la base, centro y cabecera de cartel. Debo confesarle que, por todas las pesquisas que he realizado antes de tomar esta decisión, su contratación será un éxito consumado de cara a la celebración de los festejos venideros; y debería callarme todo esto porque todavía no hemos hablado de sus honorarios.

–No se preocupe por ello, que verá cómo llegamos muy pronto a un acuerdo. Yo soy muy sencillo de contratar, –decía ‘El Mago’ –puesto que, cuando vislumbro que puedo hacer atisbar el arte dentro de una plaza de toros, muy pronto me dejo querer. Como quiera que el dinero nunca fuera el motor que ha movido mi vida, si le parece firmamos ambos contratos por cien mil dólares. ¿Le parece bien?

–No está usted por hacer regalos –sentenciaba el empresario–. Es mucho dinero, pero haré el esfuerzo.

–¡Oiga! –Dijo ‘El Mago’–, que todavía no he acabado con la contratación. No crea usted que ya está todo dicho. A dichos emolumentos, amigo, tiene usted que incrementarle dos cheques, uno por cada festejo, de diez mil dólares cada uno que, en mano, se los entregaremos a la madre de Luis Arango, mi querido amigo, que Dios lo tenga en su gloria.

–¿Está usted loco? –respondía el empresario. Eso es una temeridad. Imagine que no concita usted tanta gente como yo supongo. Entonces sería mi ruina. ¿No lo comprende?

–Para eso es usted el empresario y yo el artista que le proporcionará, en definitiva, la ganancia. Usted arriesga su dinero y yo arriesgo mi vida. La balanza, como comprenderá, se inclina a su favor, ¿no le parece? Es cierto que usted puede perder su dinero, pero yo puedo dejarme la vida dentro de una plaza de toros. Si está usted de acuerdo en todo, rellene entonces el contrato con todo lo que hemos hablado y firmamos de inmediato.

Ramiro se quedó pensativo. No pensaba que la contratación iba a ser tan complicada; le habían hablado mucho del romanticismo de ‘El Mago’ pero, a fin de cuentas, el diestro dejaba momentáneamente el romanticismo de lado y quería, con todo su derecho, llevarse la parte que honradamente entendía que le correspondía. Al final, había poco que objetar; era cuestión de ponerse de acuerdo ambas partes y, pese a las discrepancias monetarias, ambos se sentían propensos a firmar.

–Me ganó usted la partida, Rodolfo –afirmó el empresario. Nada que objetar. Ya tengo listo el contrato. Léalo y, si le parece, firmamos de inmediato. Como verá, hemos fijado las fechas para los dos primeros domingos de diciembre; será primero en Cali y, al domingo siguiente, en Bogotá. Ya casi nos aproximamos a las fiestas y los aficionados están ávidos de presenciar las corridas de toros. Ahí tiene usted todos los datos. Si le parece bien, firmemos.

‘El Mago’, revisando el contrato con gafas de leer, ponía un gesto adusto y su cara denotaba la de un intelectual o un gran hombre de empresa en la revisión de un escrito comercial. Pero lo real era que así muy por encima revisó Rodolfo todo; porque leyó muy deprisa y de repente estampó su firma. Estaba todo muy claro; determinados los toros a lidiar y estipulada la cantidad a cobrar. Lo demás, apenas tenía importancia. Lo pedido para la madre de Arango vio que también figuraba, tal como solicitó; por lo tanto, nada tenía que objetar.

Él sabía que el peso de la responsabilidad caía sobre sus espaldas. Y poco le importaban los compañeros, puesto que los ídolos de España que hubieran sido de su gusto, por cuestión de presupuesto, no podían actuar junto a Rodolfo. Por lo tanto, eso era algo que no le preocupaba lo más mínimo. Al final, juntos como dos amigos, el empresario y el diestro se dieron un abrazo y sellaron de esta manera, además de haberlo hecho ya con su firma, la feliz proclama de que hubo entendimiento entre ambas partes y que los espectáculos con que soñaba el empresario para sus plazas ya eran una realidad.

La empresa, lógicamente, anhelaba llenar los cosos taurinos para recaudar mucho dinero; ‘El Mago’, además del dinero, lo que en verdad soñaba era que aflorara su arte en dichas plazas colombianas, algo que por ese solo hecho, ya lo tenía muy ilusionado. Rodolfo estaba feliz. Se estaba cumpliendo otro de sus sueños y, una vez más, sentía que Dios estaba con él. Era el otoño dorado de su vida y tenía la sensación de que estaba recibiendo lo que hasta ahora se le había negado. El hecho de pensar que, por fin, hasta podría debutar en Colombia tras treinta años como matador de toros, lo colmaba de ilusiones como a nadie.

Ciertamente, se le salía el corazón del pecho; eran muchas las emociones y ‘El Mago’ tenía el deseo de agradecerle a Dios tanta dicha, razón por la cual, de pronto, se marchó a la capilla de San Antonio que justamente se hallaba a escasas manzanas del hotel. Para él era maravilloso poder darle las gracias a Dios por tantas bendiciones.

Tras el recogimiento en la iglesia y la íntima satisfacción se sentirse correspondido por la propia vida, se dispuso a salir a caminar de vuelta al hotel. Estaba gozoso. Sus vivarachos ojos lo delataban. En su cara se palpaba la felicidad que sentía y trasmitía a cuantos le rodeaban. Posiblemente, el puro que saboreaba le sabía mejor que nunca. Paseaba por las calles caleñas como un galán cinematográfico; el buen gusto de Rodolfo a la hora de vestir, tan elegante en la plaza como en la calle, era el detonante de su agradable imagen. No es que el hábito haga al monje, pero siempre resulta gratificante ante los ojos de los demás la imagen que proyectemos. Y en este menester, como en el arte taurino, Rodolfo era un maestro.

Pla Ventura

Foto de José Tébar Pérez