El destino había confabulado para que ‘El Mago’ sintiera emociones que jamás había sentido; y tuvo que ser allí, en Colombia. ¿Qué hacía un mexicano en Colombia? Vivir, soñar, crear, amar y, dentro de pocas fechas, hasta impartir lecciones de arte dentro de una plaza de toros. Ésta era la dulce realidad de Rodolfo Martín que, desde su trágica llegada a Cali, primero Dios le permitió conservar su vida y, tras su recuperación, todo parecía confabularse en su honor. Las pruebas, las tenía todas.

El diestro, sabedor de los contratos que había firmado, estaba ya pensando en acudir al sastre para que le confeccionase el vestido de torear. Esa era la idea del matador mexicano que, ilusionado como nunca, estaba deseoso de llegar a casa de Félix Roselló, el sastre colombiano. Los gustos de Rodolfo al respecto eran simples; jamás se vistió con un terno bordado en oro; siempre lo hizo en tela de seda y adornos de plata, como haciendo honor y gala de su humildad. La única manía de Rodolfo era que el traje le quedase perfecto; ni la más mínima arruga en las telas. Igualmente había pensado que el mismo sastre le podría confeccionar un sarape en vez de un capote de paseo; éstas eran las manías del artista mexicano y, en honor a la verdad, eran algo muy sencillo de lograr.

El diestro azteca peregrinó todo el día por las calles de Cali sin un rumbo concreto. Quería empaparse de la gente y, con su mirada, seguir contándole al mundo su felicidad. En honor a la verdad, su aspecto de cowboy, por el sombrero que lucía, hacía que a los viandantes él no les pasase desapercibido, puesto que llamaba mucho la atención. Y, gracias a la televisión por la rueda de prensa que en su día concedió, su cara les sonaba a todos los que lo veían; bien es cierto que muchos de los que lo miraban lo reconocían pero no se atrevían a pararlo. Él de por sí, era un tipo con mucha personalidad y esto a muchos, les infundía demasiado respeto como para atreverse a molestarlo. Paseando Rodolfo por un bulevar, una señora que vendía flores lo paró en la mitad de la calle.

–¡Señor! –le dijo la mujer–. ¿Usted es el mexicano sobreviviente del accidente del avión, verdad? ¡Déjeme que le regale un rosa, amigo! Y permítame que lo abrace; me parece usted un tipo realmente interesante. ¡Vaya experiencia la suya! Salvó usted su vida por milagro y ahora, ¡gracias a Dios!, disfruta usted entre nosotros. ¿Se quedará usted a vivir en Colombia?

–Chamaca, –contestó ‘El Mago’ –parece que ha visto usted a Dios en mi persona. ¡Muchas gracias por todas sus gentilezas!

Y mientras Rodolfo presentaba sus respetos a la señora, mucha gente se arremolinó a su alrededor. Es usted muy amable al regalarme esa rosa que, se lo juro, la llevaré siempre en mi corazón. Ya lo creo que me gustaría quedarme entre ustedes; estaré por un tiempo, sí; pero le pido a Dios que me permita volver a México para ver a mi madre y morirme junto a los míos y entre mi gente. Y deje que le confiese que desde que estoy en Colombia recibo agasajos por doquier; creo que nunca me trataron tan bien en parte alguna pero aun así, a mi patria quiero volver. Son ustedes muy generosos con mi persona, algo que les agradezco por completo.

Y mientras conversaba Rodolfo con la señora de las flores, la gente le pedía autógrafos; veían todos al hombre que volvió a la vida y querían todos tener un recuerdo de su persona.

–¡Escuche, señor! –Le decía otra señora–. Estuve muy pendiente de usted y, como sé que en realidad es usted un famoso torero en México y que, como todos sabemos, vino usted para acompañar a nuestro compatriota Luis Arango, el día que murió su hermano en aquel fatídico accidente en la fábrica de armas y, dado que el destino caprichoso quiso que Luis Arango muriese en el accidente del avión, me pregunto si tendremos el gusto de verlo torear en Colombia.

–Sí, señora, se lleva usted la primicia; esta mañana he firmado dos actuaciones, una para Cali y otra para Bogotá. Por lo tanto, tendré el orgullo de poner mi persona al servicio del arte primero aquí en Cali, el próximo día 12 de diciembre, mientras que, si Dios lo permite, lo haré el día 19 en Bogotá.

Aquella mujer, sin pretenderlo, había logrado que se formara un gran corro de personas alrededor del diestro que, emocionado, saludaba a todos, firmaba autógrafos y, cuando se enteraron de que torearía en Cali, los allí reunidos lo vitorearon con ganas. Sin necesidad de ningún medio de comunicación, allí se llevó toda aquella gente la primicia de que ‘El Mago’ torearía en Colombia.

Por momentos crecía la expectación junto al diestro; la vendedora de flores lo había descubierto entre la gente y, Rodolfo era ahora pasto de la multitud que lo aclamaba.

–Señora, que Dios la bendiga por su gentileza y sepa usted que, entre todas sus flores, la más bella de todas ellas es usted –así piropeaba el diestro a la vendedora–. Ha tenido usted un detalle conmigo que, se lo juro, me ha conmovido. Como le contaba, desde que estoy en Colombia parece que Dios me vino a ver, y no sólo eso, sino que parece que va conmigo a todas partes; todo son agasajos, atenciones y estoy recibiendo todo el amor del mundo entre ustedes. »¡Dígame una cosa! Por su entusiasmo percibo que es usted aficionada a la mejor fiesta del mundo, la de los toros ¿verdad?; por ello, le ruego que pase por el hotel Sheraton, donde me hospedo y será un honor para mí regalarle una entrada; porque, como decimos los mexicanos, el amor sólo con amor se paga, y lo que usted ha hecho conmigo, linda señora, es una prueba de amor.

La señora quedó anonadada; no podía creer que, gracias a una rosa, Rodolfo le dijera todas esas palabras bonitas que ella estaba escuchando. Ella, de condición humilde, se sentía la más halagada del mundo. Estaba siendo más correspondida que nunca y, en esta ocasión, por un hombre famoso; muy conocido por su tragedia pero, como la señora pudo comprobar, por ser un artista de la tauromaquia y, para su dicha, ella tuvo el placer de saludarlo y, lo que es mejor aún, que ella ahora iba a poder acudir a la plaza de toros de Cañaveralejo para presenciar su actuación.

–¡Gracias, Rodolfo! Es usted un amor de ser humano. ¡Que Dios lo bendiga plenamente y aún más! Y, ese día, en el ruedo de nuestra ciudad, allí estaré. Y, si ve que llueven claveles en su honor, ése será mi regalo más bello para usted que me deja muy conmovida. Y vuelvo a repetirle, ¡que Dios lo siga bendiciendo! –y un abrazo y un beso en su mejilla le dio la señora al diestro, para despedirse.

Pla Ventura