El día había sido bastante agitado para ‘El Mago’. Su presencia por las calles caleñas despertaba la curiosidad de todos; la televisión hace milagros, nada es más cierto; lo hace para bien y para mal, porque proporciona una popularidad que, el que la sufre o disfruta, según se mire, es pasto de la gente. Rodolfo había estado con el niñito que se encontró en la calle; visitó a doña María, firmó autógrafos a los viandantes, rezó en la capilla de San Antonio y se fotografió con todos aquellos que se lo pedían (algunos eran curiosos y se fotografiaban junto a él tan solo por verse junto al sobreviviente, como si se tratara de un personaje de otro mundo; otros lo querían conocer en persona porque eran sabedores de su condición de torero y lo admiraban por ello; pero todos, sin distinción, lo trataban con respeto).

El diestro ya, a estas alturas del día, tenía bastantes ganas de llegar al hotel. Habían sido muchas las emociones vividas durante todo el día. A su llegada, el conserje le dijo que en la cafetería había un muchacho esperándolo y que hacía un rato largo que había preguntado por él. Así, en principio, Rodolfo no tenía conciencia de que nadie lo conociera hasta el punto de esperarlo para conversar con él. Nada malo debe de ser, murmuró ‘El Mago’ para sus adentros. Al entrar en la cafetería, un muchacho se abalanzó sobre él para abrazarlo. Rodolfo se sorprendió, incluso hasta puso cara de estupor.

«Un gran aficionado debe de ser» –pensó para sus adentros.

–Maestro –dijo el chico–, permita que me presente. Soy Carlos Martínez, mozo de espadas, para servirle las espadas y todo lo que usted me pida. Como es de pública concurrencia, he sabido que torea usted dos tardes junto a nosotros y le brindo mi ayuda. Será para mí un gran honor servirle las espadas y, como le digo, en todo lo que usted me pida. He sido ayudante de muchos toreros pero, maestro, sentirme útil hacia su persona, deberá usted saber que esto sería una bendición para mí. Y no he venido hasta aquí para estar a su lado, como tantos, por aquello del morbo de saberlo vivo tras el accidente; soy un buen aficionado y me conozco, de memoria, su vida como torero. Mi humilde ser, desde este momento, queda a su disposición, maestro.

–Muchacho, con todo lo que me has dicho ¿quién es el valiente que se niega a atenderte? Sepas que el empresario Ramiro Carmona Carrasco me dijo que él se ocupaba de las cuadrillas; imagino que hará lo propio con el mozo de espadas pero, teniendo tu ofrecimiento, ahora tú y yo hablamos un rato y luego, si todo nos parece bien, lo llamo y le digo que la plaza ya está cubierta. Tengo mucha curiosidad de saber las razones por las que me quieres ayudar.

–Como usted sabe, gracias a la televisión no hay secretos ni distancias. Se lo digo porque soy su admirador número uno. Pude ver en su momento aquella inolvidable tarde suya en La México en que usted, ya resignado, quería despedirse y, como una bendición, Dios le sujetó para que usted siguiera impartiendo bellas lecciones de su arte. Esa tarde, maestro, la llevo prendida dentro de mi alma. Como aficionado, me he puesto muchas veces dentro de su piel y, como quiera que conozco el mundo del toro por dentro, soy capaz de adivinar sus propios sentimientos. He sabido de todas sus penurias como torero, y mi alegría resultó desbordante cuando comprobé su grandeza como artista.

‘El Mago’ quedó anonadado; las palabras de Carlos le marcaban huellas en su alma. Su versión ante lo que había sido su vida tenía ribetes de la más auténtica verdad; había comprobado que un colombiano sabía más cosas de él que su propia persona, algo que lo conmovió. Todavía quedan buenos aficionados en cualquier lugar del mundo, pensaba el diestro. Es más, la sinceridad con la que habló Carlos Martínez le subyugó por completo; no había doble fondo ni interés económico alguno, como el chico le había indicado. El hecho de saberse junto al ídolo al que admiraba, con ello ya tenía el mejor pago. Y así, agradablemente, estuvieron departiendo de tauromaquia, toros y toreros un rato largo más. Y Rodolfo comprobó que el muchacho sabía bastante del tema.

–Perfecto, chamaco. Ya estás contratado. Mañana mismo irás al sastre para ver cómo lleva la confección de los trajes. Sí, amigo, te ocuparás de muchas cosas. Entre ellas, por favor, mañana ponte al habla con Ramiro; le dices que vas de mi parte y, junto a él, intenta que todo lo que concierna a la organización de los subalternos y de todos los detalles que tú, en esta amena charla que tuvimos, me has demostrado que conoces como nadie, que todo esté en orden. Nada podemos dejar al azar y, si he tenido la suerte de encontrarte, debemos colaborar juntos y, por favor, no me llames maestro; maestro es el que enseña y yo estoy por aprender todavía. Llámame Mago o Rodolfo, como prefieras, pero tenemos que tratarnos de forma familiar.

–Me hace usted el hombre más dichoso del mundo. Esto es un milagro, Rodolfo. Le doy gracias a Dios por ello. Siempre le admiré, tal como le contaba, pero ni en sueños hubiera podido llegar a pensar que iba a servirle las espadas a usted dentro del ruedo un día. Gracias, muchas gracias.

Todo giraba, en ese momento, con mucha armonía; posiblemente la que ‘El Mago’ provocaba con sus actitudes, nada era más cierto. La admiración que por él sentía la gente se traducía en hechos concretos, como el caso de este muchacho que, espontáneamente, le brindó su ayuda a cambio de nada. La felicidad, en todos los órdenes, se había tornado compañera inseparable de Rodolfo.

En Colombia estaba recogiendo lo que en México había sembrado; paradojas del destino, pero igualmente reconfortantes para su alma, ahora. Se acercaba la fecha mágica concertada y Rodolfo apenas podía conciliar el sueño. No se trataba de su consciencia, ya que se acostó esa noche con la misma muy tranquila, con la dicha sobre sus espaldas. Todo lo hecho en el día era lo que su corazón le había mandado hacer, pero faltaban pocos días para su presentación en Cali y su responsabilidad era muy grande; además, la apuesta económica del empresario era la más audaz de toda la temporada colombiana. Muchas ideas rondaban por su mente. No le temía a la cornada, ni tampoco a la muerte; pero sí le aterrorizaba la idea del fracaso, y esto era algo que podía ocurrir; el arte, y mucho más en los toros, nada tiene que ver con las matemáticas. En consecuencia, es posible que algo pueda salir mal. Por dichas razones estaba ‘El Mago’ intranquilo. Más luego, al final de aquel día tan agitado, Rodolfo finalmente concilió el sueño.

Pla Ventura