No existe nada más bello en la vida de un torero que la dulce espera ante la fecha del festejo en el que tiene que intervenir; se trata de una amalgama de sensaciones extrañas. Y es bello porque en poco tiempo se experimentan sensaciones difíciles de explicar; desde el miedo hasta la alegría, pasando incluso por la incertidumbre de lo desconocido; y esto último es muy cierto porque, por mucho que se conozca la profesión, cada tarde en el ruedo es distinta; toros distintos que en nada se parecerán a los anteriores; incluso público variopinto que, nunca se sabe cómo reaccionará.

Rodolfo se levantó radiante. Se le veía feliz pese a las situaciones descritas de las que no quedaba huérfano. Pero no sospechaba que alguien le estaba esperando en el hall. Era tempranito, pero la expectación que el diestro había creado en el hotel era inmensa. Desde que él se alojaba en dicho centro, todo el mundo quería hospedarse en el Sheraton. Su fama había trascendido más allá del mundo de los toros y conocerle, darle un abrazo, un saludo, era la ilusión de todos. Es cierto que, además de todo, Rodolfo no pasaba desapercibido; sus andares, forma de vestir, incluso de hablar, lo delataban por completo. Su traje, pañuelo al cuello, sombrero y puro, lo hacían inconfundible.

‘El Mago’ era enemigo de los ascensores; sufría claustrofobia y un espacio tan reducido lo mataba por completo. Por dicha razón siempre usaba las escaleras y en esta radiante mañana las bajaba con aires de artista. Su porte era distinto al resto de los mortales; desde lejos, como se evidenciaba al verle, cualquiera podía sospechar que estaba frente a un torero. Ya en el hall de entrada, en uno de los sillones contiguos a la ventana principal, allí lo estaba esperando Judith. Él, al verla, se abalanzó sobre ella y, con una sonrisa inmensa, la abrazó con toda su ternura.

–¿Cómo tú por aquí tan temprano? –Dijo el diestro– Me colmas de alegría, preciosa mía. Al verte se me ilumina hasta el alma. Eres la razón de mi vida. Sin duda, otro milagro en mi existencia. Dios sigue siendo muy dadivoso conmigo. Tú eres otro ejemplo más de esto que digo, Judith.

–Palabras no te faltan, Mago –le espetó Judith –pero llevo varios días sin saber de ti. Te vi en la televisión con Noemí y, al parecer, has cautivado a todo el mundo. ¿Ya no te acordabas de mí? Si no vengo a verte, imagino que no me habrías buscado. Me has dejado triste, Rodolfo. Hace pocas fechas me juraste amor eterno y llevas varios días sin hablarme.

–No te me enfades, muñeca. ¡Claro que me acordaba! ¿Cómo no acordarme de la mujer que amo? –Intentaba disculparse el diestro–. Pero sí te cuento que, para mi fortuna o desdicha, se me está haciendo complicado salir a la calle. Estoy preso de la ilusión de la gente y no puedo desilusionar a nadie; digamos que, desde que aparecí en televisión explicando las causas de la tragedia, desde aquel momento mi popularidad es un hecho constatado y, como sabes, hay que pagar un alto precio que no es otro que entregarme a los demás; me paran por todos los sitios y tengo que corresponder a todos; sabes que la fecha de mi reaparición está muy cerca y tengo que crear ambiente como decimos los toreros. Una persona desengañada sería más que suficiente para echarme al público encima, y comprenderás que el proyecto que tenemos que llevar a cabo es algo muy complicado; no soy un niño. Todo, lo que haga tiene que ser muy concienzudo; ahora, fuera de la plaza, y mucho más entonces, cuando esté frente al toro.

–Rodolfo, por lo que más quieras, no me engañes; pude ver que Noemí te miraba de forma especial. ¿No habrás quedado con ella?

Los celos de Judith aparecieron de inmediato. Esa muchacha es muy guapa y, te repito, pude ver que se sentía muy feliz cuando te entrevistaba; y te lo digo porque he visto cientos de entrevistas de ella y jamás la había visto tan entregada al personaje.

–¡Por Dios, Judith, no veas fantasmas donde no los hay! Esa chica entrevistó al Mago, que, como viste, supo estar a su altura; Rodolfo Martín te sigue amando. No, amor, no es ahora el momento de enfados ni de enojos; es mucha la responsabilidad que tengo sobre mis espaldas como para que ahora mi alma se sienta rota por tu culpa. ¿Tú sabías que los grandes fracasos de los toreros han venido todos por culpa del desamor? Sí, chamaca, por un desencuentro con la persona amada. Y, te lo juro, yo no quiero que eso me suceda; sabes que me juego el todo; el ser o no ser en esas corridas de toros. Si piensas que te he engañado, no hablemos más; nos alejamos ahora mismo y ningún daño nos haremos. Pero yo no puedo salir a una plaza de toros con el alma rota y el corazón destrozado; sería mi fracaso más grande y, como te he dicho, me juego mi prestigio en unos días. Hay lujos que no me puedo permitir y éste es uno de ellos. Mi cuerpo tiene que sentir paz y tranquilidad para que aflore mi arte. ¿Comprendes, amor?

–Perdóname, Rodolfo. Me matan los celos. Eres un hombre tan guapo, tan apuesto, que hasta sospecho que todas las mujeres quieren quitarte ese sombrero y empezar a desnudarte. Para colmo, faltaba la entrevista con Noemí. Ya tienes todos los condicionantes para ser admirado, querido, amado y, ante todo, ser el capricho de muchas señoras que darían todo lo que tienen por llevarte a la cama.

–¡Pero si yo no tengo sueño!

–¡Cabrón! Tú sabes a qué me refiero; no te hagas ahora el tonto. Me sacas de quicio cuando haces salir ese niño que dices llevar dentro. ¿Comprendes que te amo? ¿Sabes que me rompiste todos los esquemas cuando te vi por vez primera? ¿Sabes que me sentí mujer como nunca cuando hicimos el amor? Claro que lo sabes y, esa es la desdicha ¡qué lo sabes! Te suplico que no te trabajes el papel de versero despistado conmigo porque será entonces cuando me enojo de verdad.

–Judith, amor, que no te he podido apartar de mi pensamiento en estos días. ¿Cómo habíamos quedado? ¿Recuerdas? Tenía yo que concertar las fechas de mis actuaciones para que no coincidieran con las tuyas, y así lo hice; tomé tu agenda y firmé otras fechas, precisamente las que tú tenías libres. Y estaba loco por contarte todo. Pero tú te me adelantaste. ¡Qué bella eres, amor! Aquí me tienes; soy tuyo, absolutamente tuyo. ¿Crees que otra mujer en el mundo podría darme lo que tú me has dado? No seas niñita; no seas infantil que hay mucha mujer dentro de ese maravilloso cuerpo, ¡si no, que me lo vengan a decir a mí!

Pla Ventura