Sin apenas darse cuenta de nada, de pronto, habían pasado los días y ‘El Mago’ estaba ya vistiéndose de torero para hacer el paseíllo en Cañaveralejo. La mañana resultó expectante; ‘El Mago’ estaba feliz. Sentía que otro milagro, una vez más, alumbraría su vida. Llegó a Cali para nacer en dicho sitio y los poco más de tres meses vividos en la ciudad vallecaucana le habían sabido a gloria; primero porque allí le curaron sus heridas; más tarde, por todo el reconocimiento que en Cali le obsequiaron y, acto seguido, porque sin hacer nada extraordinario, ‘El Mago’ se sentía amado como en su propio país.

Los colombianos, posiblemente desde aquel momento de su aparición en televisión, comprendieron que dentro de aquel cuerpo un tanto atípico, anidaba un ser humano admirable. Allí en Cali palpó Rodolfo Martín la gloria que en muchas ocasiones en su país le era negada por empresarios sin visión y sin sensibilidad para el arte, ni corazón; es decir, sólo mercaderes de la ganancia sin riesgos. Sus paseos por las calles, sus apariciones en TV y en la radio, seguramente conquistaron a los aficionados al ver a un tipo singular, único en su género, que en nada se parecía al estereotipo de lo que se entendía como un torero.

‘El Mago’ ya conocía el coso caleño, porque días atrás había pisado su suelo, acompañado de Carlos Martínez, el muchacho que se brindó, espontáneamente, a oficiarle de mozo de espadas y el que le entregó, sin reparos, su amistad. Por lo tanto, el tema de reconocer el terreno donde se iba a jugar la vida lo tenía superado, y esto lo dejaba muy tranquilo. Sobre la silla estaba el vestido naranja y plata que luciría esa misma tarde en Cañaveralejo. En vez de capote de paseo, un sarape muy al estilo mexicano, una prenda que se enorgullecía ‘El Mago’ de lucir en sus actuaciones. Y, por supuesto, el indispensable habano que era saboreado por Rodolfo con más pasión que nunca; porque, en su interior, estaba seguro de que esa tarde le sabría a gloria.

–Por cierto, Carlos –dijo ‘El Mago’– ¿quiénes son mis compañeros de cartel?

–Estamos en vísperas de la feria y las figuras españolas no han llegado todavía. De todos modos, maestro, el cartel es usted; le acompañarán dos muchachos colombianos, Paco Perla y Sebastián Varguitas, ambos matadores de toros, como se presupone, pero el centro de atención de todas las miradas no es otro que ‘El Mago’. Eso sí, los toros, maestro, son de la ganadería del Espíritu Santo, del que es propietario el maestro César Rincón, garantía total de éxito; sepa usted que, para nosotros, Rincón como ganadero es tanto como decir Garfías en México o Juan Pedro Domecq en España.

En este día se respiraba un aire festivo en Cali. El empresario había publicitado muy bien el evento y en cualquier lugar de la ciudad se hablaba del festejo en el que, a la tarde, actuaría en Cañaveralejo el superviviente del avión, como así le llamaban los que menos le conocían; y, como fuere, con nombre o sin él, lo que si era muy cierto es que ‘El Mago’ había despertado la atención del mundillo taurino y, sin duda alguna, la de todo Cali. Siendo así, se barruntaba una gran entrada, pero –como siempre en este tipo de eventos – todo estaba por verse.

Era un festejo extraordinario fuera de abono, y esto hacía que los aficionados tuvieran que gastarse un dinero extra. Por lo tanto, todo quedaba por suceder, aunque ya se palpaba qué sucedería, porque a expectación nadie le podía ganar al diestro de Apizaco. La había concitado toda. Era un día bello, la tarde aún lucía un sol radiante, la temperatura era ideal y el traje de luces sobre la silla esperaba inquieto a su ‘inquilino’.

–Vamos a vestirnos –dijo ‘El Mago’.

Ayudado por Carlos, al poco rato Rodolfo estaba mirándose en el espejo para ver cómo le quedaba el vestido. ¡Perfecto!, había quedado el traje de luces sobre su persona. Sonreía el diestro; presagiando que se avecinaba una gran tarde de toros. En la puerta del hotel se había congregado una multitud que quería verlo y abrazarlo. Era todo un ídolo y, cuando lo vieron aparecer por la puerta, vestido de torero, la multitud congregada pretendía fotografiarse con él, abrazarlo, desearle suerte y todos los parabienes del momento.

Como en sus tardes más gloriosas, ‘El Mago’ bajó a la calle con dos horas de antelación al festejo puesto que su ángel particular le había dicho al oído que la gloria empezaba en la misma puerta del hotel. Y así sucedió. Rodolfo tenía que complacer a todos; durante mucho rato firmó autógrafos y Cali entero se retrató con su ídolo. El taxista que lo esperaba estaba ya inquieto. Pasaba el tiempo y el hombre quería salir pronto por aquello de ser previsor por si acaso pudiera encontrarse con algún atasco que le impidiera llegar a la hora justa a la plaza. Carlos había organizado todo y los miembros de su cuadrilla ya lo estaban esperando en la plaza.

Rodolfo, ya dentro del taxi, partía sonriente hacia Cañaveralejo. El trayecto, no demasiado largo, supuso una bocanada de aire fresco para el diestro, que saboreaba el cariño que desde todos los puntos de la ciudad recibía; daba la sensación que el taxi tenía cláxones para advertir de que dentro de aquel auto viajaba ‘El Mago’. Ya en la plaza, Rodolfo tuvo una sensación maravillosa; alrededor de Cañaveralejo había miles de personas; ‘El Mago’ no acertaba a comprender que se habían quedado afuera, en la calle, sin tener entrada para el recinto.

Preparose para hacer el paseíllo junto a sus compañeros, que lo saludaron con mucho cariño. ‘El Mago’, en ese ínterin, se asomó a la puerta de salida hacia la plaza y, al ver la gente que abarrotaba el coso, unas lágrimas se deslizaron por sus mejillas; era mucha la emoción que estaba sintiendo. Comprobar que se había agotado el boletaje supuso para Rodolfo el primero de los éxitos. La felicidad reinaba en Cañaveralejo. El empresario le abrazó con inusitado cariño; a sus compañeros de cartel, toreros humildes que siempre habían toreado en Cali con muy poquito ambiente, aquello los motivó por completo. Les parecía un milagro.

Todo hacía presagiar que la magia del Mago haría su aparición. Hasta aquel preciso momento, todo se circunscribía junto al triunfo; el primero de todos, llenar la plaza en una corrida antes de la feria caleña. Y que esto lo haya logrado un desconocido; ya se podía decir que, el milagro estaba servido. Se inicia el paseíllo y, de pronto, empiezan a llover claveles sobre el ruedo caleño; sin duda alguna, la más bella muestra de felicidad de los colombianos cuando algo les llega hasta el fondo del alma.

‘El Mago’, con su andar pausado y ceremonioso, emprendió un paseíllo que, por sus andares, daba la sensación de que no terminaría nunca; sonaba la música, había vítores en su honor y, de pronto, un muchacho salta al ruedo portando entre sus manos una gran bandera mexicana que cubrió la espaldas del diestro mexicano. La ovación resultó unánime; hasta se paró ‘El Mago’ en el centro del ruedo para agradecer la ovación. Paseo inacabable, puesto que sus compañeros tenían que esperar al diestro de Apizaco; así, arrastrando su pierna izquierda, por fin llegó hasta la barrera para dejar el sarape en la misma. Todo un acontecimiento, y todavía no había empezado la corrida. El ambiente era de lujo total; pura gala para engrandecer la figura del mítico torero tlaxcalteca.

Pla Ventura