Mientras tenía lugar el éxito de Luis Arango en su plaza caleña, Luz, al ver la sangre de los toros sufrió una lipotimia por lo que tuvo que ser atendida en los servicios sanitarios de la plaza. Nada grave, pero sí con la suficiente consideración como para que no pudiera ver terminar el festejo, y lo más triste es que, como los toreros, acabó en la enfermería de la plaza. Sea como fuere y pese al contratiempo citado, Luz se marchó contenta. No pudo refrendar por completo aquello que había empezado a apreciar pero su impresión no resultó mala, todo lo contrario. Madre e hija regresaron a casa tras diagnosticar los doctores que el desvanecimiento de Luz no había tenido ninguna consecuencia digna de preocupación, superada la citada lipotimia ahí quedó todo. Ya en casa, ambas, estaban felices.

Al día siguiente, Luz empezaba su singladura como empleada en el hotel Sheraton y dicha circunstancia la tenía ilusionada. Ya clareaba el día y Luz, contenta y dichosa, partió hacia el que sería su lugar de trabajo. Su paso era firme, varias cuadras le separaban de su domicilio hasta el hotel pero, sus andares denotaban la misma ilusión del que corre en la búsqueda de un gran premio. Ciertamente, Luz sentía que estaba siendo premiada con dicho trabajo. Traspasó la puerta del hotel y la recibió el conserje.

–¡Buenos días! ¿En qué puedo servirle, señorita? –dijo aquel hombre.

–¡Buenos días! Necesito hablar con la señora Rosalinda porque hace unas fechas se me contrató para trabajar como chica de la limpieza… y el gerente me dijo que me presente con ella pero me parece que antes tendría que hablar con él para firmar el contrato.

–Aguarde un segundo –dijo el conserje– ahora aviso al gerente para que la reciba y le indique. Luz se sentó en uno de los sillones de aquel inmenso hall, y los huéspedes que por allí deambulaban, quedaban atónicos ante la belleza de la muchacha; era el centro de atención. Una mujer bella siempre causa expectación, y Luz, sin pretenderlo, siempre era el centro de todas las miradas. De pronto divisó al gerente que, decididamente, se dirigía hacia ella. Este hombre con el que ella había conversado días atrás era de unos treinta años, alto, bien parecido y con porte de galán.

–¿Señorita Luz? –preguntó el señor.

–Sí, ¡buenos días!, aquí estoy –respondió ella, incorporándose desde el sillón, de un saltito.

–¡Buenos días señorita! Venga, acompáñeme a mi despacho y firmaremos el contrato.

Al fondo de aquella planta baja se encontraba el fastuoso despacho del gerente. Un sillón giratorio, varios sillones fijos para recibir al personal, una mesa grande en madera de caoba, cortinas de seda, distintas pinturas de Botero adornaban las paredes; todo un lujo al alcance de pocos. Luz estaba maravillada con ese sitio tan importante. Ambos firmaron el contrato, y mientras ella estampaba su firma, la mano del gerente acarició la suya. Un escalofrío recorrió su cuerpo. No acertaba a comprender bien el significado de aquella actitud. Tal vez, simplemente fue un roce casual. Pero no podía negar que aquel hecho para bien o para mal, la había impresionado.

–Ahora, –dijo el gerente– irá hasta donde se encuentra la jefa de personal, como le dije la otra vez, ella es la señora Rosalinda, para que le entregue el uniforme y le indique cómo debe de realizar el trabajo, los horarios a cubrir y todos los detalles necesarios para que usted cumpla su cometido con eficacia y, dado su físico así como su belleza exótica, si usted quiere escalar posiciones en nuestro hotel, ya sabe lo que tiene que hacer. Aquí me tiene para lo que necesite, no dude en llamarme cada vez que tenga un problema que siempre estaré para usted.

Luz quedó anonadada. No sabía interpretar acertadamente las palabras de aquel señor. “Si quiere escalar posiciones, ya sabe usted lo que tiene que hacer”. La frase la dejó helada. Se sentía incómoda. Aquella caricia en su mano mientras firmaba, la frase pronunciada por este hombre, esta amabilidad, todo la estaba confundiéndola. Y pensó entonces que quizá ella, por su inexperiencia, seguramente no sabía interpretar debidamente cuanto le estaba sucediendo. Subió hasta la quinta planta y allí la estaba esperando la jefa de personal.

Se presentó ante ella, y dicha mujer, muy brevemente, le explicó el funcionamiento de su trabajo.

–Debe ser usted muy seria en sus acciones –decía la señora– y siempre tendrá que tener usted la sonrisa flor de labios. Los clientes no saben de amarguras, por tanto, siempre tenemos que trasmitirles felicidad. Su amabilidad para con todos será una constante y la menor queja por parte de un cliente será motivo de despido; hemos despedido a muchas. Debe limpiar las habitaciones que se le asignen, de esta manera…

–Y así continúo la señora con las instrucciones hasta que terminó y la dejó a Luz con sus nuevas tareas. Aquella ilusión con la que había llegado al hotel, de pronto, se le estaba convirtiendo en una presión inmensa. Allí no cabía el menor fallo y, dado su juventud e inexperiencia, estaba como asustada. Todo parecía muy lindo y, sin embargo, en el ambiente reinaba una presión que desde fuera no se notaba pero que ella sentía dentro de su ser.

Digamos que la sensación de susto era lo que primaba ahora dentro de su persona, tenía miedo a fallar, “la menor queja será motivo de despido”. Ésta, indudablemente, fue otra de las frases que dejó sin aliento a Luz. Primero la había impactado el gerente y la jefa de personal la terminó de hundir en la más vil de las incertidumbres. Luz no sabía la complejidad del trabajo que tenía que desarrollar.

Desde fuera, como le habían contado todos con los que pudo hablar respecto de este trabajo, todo era maravilloso; una vez dentro, experimentando en carne propia la problemática del trabajo todo se le tornaba negro. Desde ese mismo momento, una vez ataviada con su uniforme, empezó con las tareas de limpieza. “Todo tiene que quedar como los chorros de oro, reluciente, limpio, despejado, con olor a jazmín”, recordaba ella que le había dicho la señora Rosalinda.

Luz, si bien antes de conseguir este trabajo había estado deprimida, era alegre por naturaleza y, por dicha razón, para sonreír no tenía que fingir. Ella era la sonrisa permanente, una sonrisa que su infelicidad justificada y pasajera, por momentos le había robado del rostro, pero como allí –ya se lo habían dejado muy claro– no había lugar para que cupiera el menor atisbo de pesar y ésta era una de las grandes consignas recibidas. La amabilidad y la sonrisa serían entonces siempre sus valores permanentes.

Justamente, en esa quinta planta donde se encontraba, empezó su tarea. Quedaba una sola habitación por limpiar y, como quiera que no tenía colgado el cartel de “No Molestar”, igual le pareció que en el interior podía haber alguien, por lo que Luz llamó antes de entrar. Se abrió la puerta y apareció un hombre con un albornoz, recién terminaba de ducharse y todavía no se había vestido. Ella, al verlo, se quedó como asombrada.

–¿Es usted …? –comenzó a preguntar Luz cuando el muchacho le dijo:

–Sí, señorita, soy Luis Arango, el torero colombiano.

Lo que menos podía imaginar Luz es que, en aquel hotel pudiera encontrarse a un torero. Ella, obviamente, no lo sospechaba pero el toreo entero, en Cali, se hospedaba en dicho hotel.

–Déjeme contarle, –dijo Luz, muy emocionada y contenta– que ayer estuve por vez primera en el coso de Cañaveralejo y pude verlo a usted torear aunque no pude terminar de presenciar su éxito, señor, porque la sangre de los toros me produjo mucho impacto y tuve una lipotimia por lo que me tuvieron que asistir en la enfermería de la plaza….

–No sabe usted la dicha que estoy sintiendo; lo que menos podía yo sospechar –dijo Luis– es que usted fue espectadora de excepción de mi éxito de ayer. ¿Sabe?, estoy muy feliz; porque me consagré en la plaza de mi tierra y, dicho triunfo, me abrirá las puertas de todas las plazas colombianas y no dudo que también las de España y Francia.

Luz miraba y escuchaba al torero sin entender bien a qué se refería y sin decir palabra. De pronto, Luis se dio cuenta que estaba arrojando comentarios al aire y le dijo a Luz:

–Por su uniforme e implementos deduzco que es usted empleada de este hotel, ¿verdad? ¡Dígame una cosa! ¿Cómo es que una mujer tan linda como usted trabaja como simple limpiadora en este lugar? Luis, impactado por la singular belleza física de la muchachita, no acertaba a comprender que ella fuese tan solo una limpiadora ya que, por el sólo hecho de su físico, Luz debería de aspirar a mucho más. Siendo así, el diestro caleño, maravillado ante aquel espectacular cuerpo, le dijo a Luz:

–¿Le agradaría pasar la noche conmigo?

Pla Ventura