Cuando prácticamente se habían perdido todas las esperanzas de encontrar algún sobreviviente entre aquel caos inmenso, vuelto a repetir el recuento de cadáveres, se comprobó una vez más que aún faltaban dos cuerpos para completar la totalidad del pasaje. Hasta el momento, entre todos los muertos, no se había identificado a nadie como ‘El Mago’, y faltaba en la lista una mujer llamada Lucía Ostos que era una de las azafatas de vuelo.

Era ya la mitad de la noche y los servicios de emergencia seguían trabajando sin descanso; es más, hasta albergaban la posibilidad de encontrar a las personas citadas con vida. Todo era muy raro, puesto que el radio de acción que abarcó el accidente, más de un kilómetro a la redonda, ya había sido rastrillado, incluso con los perros de rescate. Para todos se hacía muy extraño que no se encontraran los cuerpos de las personas citadas.

Efectivos policiales sobrevolaban la zona en un helicóptero de avistamiento dotado de un potente foco. La noche, además de trágica, no podía ser más densa. Sin duda alguna, para todos los presentes y actores del drama real del accidente del avión, era la peor noche de sus vidas. Hasta el presidente de Colombia se personó en el lugar de los hechos.

–¡A sus órdenes, señor presidente! –dijo el jefe de la policía.

–¿Algún sobreviviente? –preguntó el presidente.

–Llevamos muchas horas en este horrible escenario y nos faltan dos víctimas por encontrar. No sabemos si serán cadáveres o estarán con vida; ambas cosas nos preocupan, pero mucho más si están con vida, porque pueden estar muy mal heridos y el tiempo corre en contra de ellos y nuestra. El hecho de no encontrarlos, como usted entenderá señor Presidente, puede ser mortal para ellos.

–¡Sigan buscando! ¡Amplíen el radio! He venido para brindarles mi ayuda y apoyo. Aquí esperaré hasta que hallemos la totalidad de las víctimas. Estoy desolado. Jamás había presenciado nada igual, y mucho menos siendo el presidente de Colombia.

A más de un kilómetro de los hechos, en una zona bastante barrancosa, el helicóptero divisó algo que se movía. Hacia dicho lugar enfocaron la potente luz casi sobrevolando a muy pocos metros de altura, y de repente vieron a dos personas moviéndose. Estaban bastante cerca el uno del otro y a unos escasos cien metros debajo de la nave; era increíble. El aparato no podía descender hacia dicho lugar ni tampoco podían descender rescatistas con sogas, porque era tan solo un pequeño helicóptero de avisaje, pero ellos pronto avisaron a los servicios de emergencia y rescate, dando las coordenadas del lugar para que, aquellos dotados de todos los elementos necesarios para este tipo de situación, partieran raudamente hacia el lugar.

No era mucho el camino existente desde el punto cero del impacto hacia ese lugar, pero deberían hacerlo en su mayor trecho a pie. Una camioneta de doble tracción los llevó hasta muy cerca de donde se encontraban las dos víctimas que, no había duda, si estaban vivas como en realidad lo parecían, eran Lucía y Rodolfo.

El presidente fue informado de esta novedad y se acercó al lugar; quería ser testigo de excepción del rescate con vida de las personas citadas. Como todos, estaba expectante ante el milagro de lo que podría suponer que, en medio de aquel cataclismo, se pudiera encontrar a alguien con vida. Mientras los efectivos sanitarios se acercaban al lugar, junto con todo el equipo de ayuda, para intentar sacar del barranco a los sobrevivientes, a lo lejos se escuchaba una voz desgarrada que decía:

–¡Matador!.. ¡Luis! ¡Compinche!.. ¿Dónde estás?.. ¡Socorro! ¡Socorro!

Eran los gritos desgarrados de Rodolfo Martín ‘El Mago’ que, de forma desesperada, pedía ayuda. Los gritos orientaban a los rescatistas y paramédicos que iban en su auxilio y, en medio de tanto caos, a medida que se acercaban y los gritos se escuchaban más fuertes, ellos sentían como iba en incremento la tremenda emoción, ansiedad y alegría que les daba encontrar un sobreviviente.

Esto era todo un milagro, y a más de uno cuando llegaron hasta él, por más que eran profesionales, se les cayeron las lágrimas. No había transcurrido todavía ni media hora desde el avistamiento cuando el equipo de salvamento ya estaba junto a ‘El Mago’. Lo encontraron extenuado, por supuesto, pero sin aparentes lesiones que pudieran hacerles temer por su vida.

Estaba bastante magullado, tenía una pierna rota, un corte importante en la cabeza, probablemente golpes internos –que era lo más crítico por el momento, pero que no podrían evaluar hasta llegar al hospital y hacer los estudios pertinentes–;erosiones múltiples por todo su cuerpo completaban el cuadro, pero estaba vivo.

–¿Cómo se encuentra? –le preguntó el médico que lo atendió.

–Mire usted, no me encuentro; no sé dónde estoy. ¿Qué ha pasado? Tengo la sensación de que salí de México y estoy en el averno; esta oscuridad es horrible. Siento que perdí el cuerpo; no sé si tengo dolor o floto. ¿Dónde estoy? ¿Dónde está mi compinche? –refiriéndose a Luis Arango.

–No diga nada más señor e intente calmarse que lo vamos ayudar; para eso estamos aquí –decía el jefe de los servicios sanitarios.

Al poco, ‘El Mago’ era elevado en una canastilla apropiada hacia el helicóptero médico de rescate que ya estaba sobrevolando el lugar para llevarlo hasta el hospital. Más allá, otro grupo del equipo de rescate estaba aún sobre la empinada cuesta llena de matorrales y árboles salvajes, atendiendo a la mujer que había divisado el helicóptero de la policía. Ella estaba inconsciente y tenía su pulso muy débil pero estaba con vida.

Era efectivamente, Lucía Ostos, y tenía heridas de mucha consideración, pero, el éxito de toda la operación de rescate era haberla encontrado con vida. Y ya la estaban izando a otro helicóptero médico para llevarla también al mismo hospital que Rodolfo. No se podía negar que el rostro de los presentes, abatidos por el dolor y la enorme tragedia, ahora estaba iluminado por el hecho de encontrar a estos dos sobrevivientes que, pasado el tiempo, serían los testigos de la hecatombe caleña.

Todos sentían que este era un triunfo importantísimo de la vida sobre la muerte, es decir, un milagro de Dios. El presidente colombiano, testigo directo de los trabajos de recuperación de lo que hasta el momento sólo habían sido cadáveres, sintió una inmensa alegría al ver a los dos afortunados que habían salvado sus vidas. Dentro de la tragedia, brilló la luz de la esperanza.

Pla Ventura