El Presidente de Colombia decidió quedarse en Cali hasta que concluyeran los dos días de velatorio oficiado a las víctimas de la tragedia aérea. Ese lapso ya había pasado y, en la mañana del tercer día, dispuso que lo acompañaran para visitar a los que sobrevivientes. Tanto Lucía Ostos como Rodolfo Martín estaban internados en un hospital central de la ciudad caleña. El mandatario, antes de regresar a Bogotá, quería conversar con ellos, puesto que él era totalmente consciente del milagro que había supuesto que se salvaran solamente dos personas de semejante desastre aéreo.

Dios, indudablemente, dejó que vivieran porque alguna misión importante les tenía asignada ya que, de otra manera, jamás se podría entender. Y él, como hombre político que era, sintió que era oportuno ir a expresarles personalmente a ellos, el beneplácito que toda Colombia sentía de saberlos vivos y recuperándose. Además, también era éste su sentir personal, como ser humano, y, dado que él era el representante máximo de su pueblo, consideró su deber hacerle saber a los sobrevivientes lo que sentía el pueblo colombiano por ellos.

Allí se personó entonces, en el hospital San Juan de Dios. Los directivos y personal de dicho centro asistencial se sintieron muy halagados con la visita presidencial. Preguntó, en primer lugar, por su compatriota Lucía Ostos que, según los médicos, estaba en un estado muy grave, y aunque consideraban que su vida no corría inminente peligro, la tenían en la UVI (Unidad de Vigilancia Intensiva) porque su estado, a causa de las múltiples heridas y politraumatismos severos sufridos, aún era de intenso cuidado.

El Presidente se tuvo que conformar con verla solamente a través del cristal de dicho habitáculo y, lamentablemente, no pudo mediar palabra alguna con ella. Por el contrario, Rodolfo Martín ‘El Mago’, se encontraba en una habitación de planta de dicho hospital y sí podía recibir visitas; aunque en realidad, pese a estar herido como estaba y necesitar del afecto y cariño de la gente, se hallaba en otro país y, en consecuencia, pocas visitas recibiría. Además había muerto su amigo y, como él dijera, en Colombia no tenía cuate alguno más.

Muchos periodistas habían querido entrevistarlo y también gente de su mundo de los toros, pero ‘El Mago’ se negó con rotundidad. Su ánimo no estaba para tales dispendios. Así que muy lejos de su mente quedaba que una persona pública como el Presidente de Colombia acudiera a visitarlo. En el hall de entrada se quedó la comitiva presidencial, alertados ya de que el matador no quería recibir visitas. Entonces, por respeto y acatando su voluntad, decidieron dejar solo al Presidente para que subiera a verlo.

El doctor Cantalejo, que había asistido a los heridos de la catástrofe, acompañó al Presidente a la habitación de Rodolfo Martín ‘El Mago’. El doctor abrió la puerta de la habitación y los dos guardaespaldas presidenciales otearon la misma, uno de ellos se adentró ágilmente al recinto y revisó rápidamente el baño y el ventanal, el otro se quedó en la puerta con el Presidente y el doctor. El doctor sonreía nerviosamente, pero como todo este procedimiento duró menos de un segundo, cuando los dos hombres de seguridad se apostaron uno a cada lado de la entrada, simplemente le dio tiempo a decir:

–Permiso Rodolfo, –y, sin esperar respuesta, invitó al mandatario a entrar–. ¡Pase usted, señor Presidente! El Presidente se dirigió entonces a Rodolfo muy amablemente para preguntarle por su salud.

–¡Buenos días! ¿Cómo está usted, maestro?

–Buenos días –saludó ‘El Mago’ muy bajito y bastante adormecido. Así todo, nada le había pasado inadvertido. Fijó sus ojos en el hombre que se le paró al lado de la cama, e intrigado le dijo–:

A usted lo he visto yo en la televisión; ¿es acaso amigo de Luis Arango? Rodolfo Martín aún se encontraba afectado por los calmantes que le habían suministrado y también por el enorme estrés emocional que sufría, por lo tanto, era muy razonable que –tal vez– no hilvanara adecuadamente sus pensamientos y no acertara a comprender que quien lo estaba visitando era –ni más ni menos– que el Presidente de Colombia y, después de todo, tan mal ubicado no estaba, ya que no es una visita que por lo general, una persona común espera.

Claro que él no era alguien común, ya que, además de ser un diestro con destacada fama entre los que entienden el arte de torear, era uno de los dos sobrevivientes de un infierno. Pero eso, él aún no lo tenía asumido. El doctor Cantalejo, intentó disculpar al Mago ante el Presidente.

–Es posible –decía el doctor– que el señor Martín haya perdido un poco la memoria, y que su mente no razone como debiera. Sepa usted, señor Presidente, que el shock sufrido ha sido inmenso y además le estamos suministrando muchos analgésicos debido a sus heridas y quebraduras. Imaginamos que tardará bastante tiempo en volver a recuperar su normalidad; su cuerpo se curará pronto, pero nos preocupa su mente. El Presidente, sin emitir palabra, simplemente le hizo un gesto con la mano al doctor, para asegurarle que entendía perfectamente la situación y que el protocolo, lógicamente, en este caso, era lo de menos. Y dirigiéndose al Mago, le dijo en un tono muy amable:

–Soy el Presidente de Colombia, y si bien he tenido la dicha de conocer a Luis Arango, no he tenido la dicha de ser su amigo. Me hubiera gustado, y no se preocupe matador, no se preocupe por nada. Todos los que estamos aquí, estamos para servirlo y ayudarlo a recuperar su salud, que es lo único que ahora nos debe importar a todos pero, principalmente, a usted. Imagino que los doctores aquí presentes lo están atendiendo muy bien y ya le han contado o le contarán a su debido tiempo, con detalles, todo lo que le pasó y lo que se espera de usted, en lo referido a su salud. ¡Gracias a Dios! –exclamó el mandatario, extendiendo ambos brazos hacia Rodolfo y, haciendo un escrutinio, con la mirada, de su persona –. Al menos así, a simple vista, yo lo veo muy bien.

–Estoy aquí para brindarle mi ayuda –continuó diciendo –. Ya me han contado los motivos por los cuales vino usted a Colombia, y su gesto, maestro, permítame decirle, fue admirable y digno de un buen hombre y de un buen amigo.

–Sepa usted, aunque aún no lo comprenda, que ha sido acreedor de una bendición del Cielo al salvar su vida. Algo muy importante tiene planeado el Señor para usted y también para la señorita Ostos, a quien también el Cielo le salvó su vida. Ambos, alguna misión, sospecho que tienen que llevar a cabo sobre esta Tierra. Así sea, simplemente la de manifestar agradecimiento a Dios –quien siempre será, pase lo que pase, fuente de toda razón y justicia – amando la vida, por sobre todas las demás cosas de este mundo. Y despreocúpese maestro por cualquier otra cosa que no sea recuperar su salud. Todos los gastos que conlleve su recuperación están pagados por las respectivas pólizas de seguros de la compañía aérea y los que no, se hará cargo el pueblo colombiano. Y cuando usted sea dado de alta, tanto su embajada como nosotros, le facilitaremos los medios necesarios y el pasaje para que usted pueda volver a México.

Tras la alocución del presidente, de momento, ‘El Mago’ recuperó la lucidez; no se sabe si por completo o, por el contrario, simplemente porque supo discernir el momento tan especial que estaba viviendo. Y, Rodolfo, emocionado, respondió:

–Muchas gracias, señor Presidente, es un detalle muy lindo el que ha tenido usted conmigo; me siento muy reconfortado con su presencia. He salvado la vida pero, en realidad, lo que quiero salvar es mi alma, mi mente; estoy confundido. No puedo parar de llorar; no sé si lloro por mí o por todos los compañeros de pasaje fallecidos. Me siento muy mal, señor Presidente. Yo vine para acompañar al cuate Arango, como usted sabe. Había muerto un hermano suyo en un accidente y, como quiera que éramos amigos, vine con él para consolarlo y, ¡fíjese en que ha quedado el consuelo! Me brindó un toro hace muy pocos días en La México; allí confirmó su alternativa, y el toro de la ceremonia, lo que sería su bellísima faena, me lo dedicó. ¡Era un tipo estupendo, señor Presidente! Necesito recuperarme aquí junto a ustedes; no sé si me marcharé de Colombia, si lo hago es por mi madre que está viejita y necesita de mi compañía; pero sí le digo que, cuando me vaya, por Dios, que no subo nunca más a un avión; será por barco, si es que me voy.

–Tranquilo, Rodolfo –dijo el Presidente–, quiero que se sienta usted como en su casa. Ante todo, mi único deseo es que se recupere usted bien y si decide quedarse, no dude que Colombia será su hogar. Es un honor para mí compartir estos momentos con usted y que me haya recibido; es más, era un deber de colombiano interesarme por usted y por la señorita Ostos con la que lamentablemente no he podido platicar. Soy yo el agradecido, ya que no todos los días uno tiene el privilegio de hablar con un sobreviviente.

Si bien –recapacitó el Presidente– en todas partes del mundo, incluso de este país, hay muchos sobrevivientes y no precisamente de catástrofes aéreas, sino de la indiferencia y otros males. Males remediables si nosotros, los hombres, quisiéramos remediarlos. Cosa que yo, como hombre y dirigente de este país y de este gobierno, estoy de a poco remediando y haciendo remediar. Pese a que los medios le den más prensa al caos que al cosmos.

–Claro, señor –dijo Rodolfo–. Los medios, por lo general, quieren regocijarse más con el drama que con el arte. Porque a la gente parece que le gusta más la tristeza que la alegría. Será también porque, por lo general, y gracias a gobernantes diferentes a usted, les dura más. Es por esto que yo no he querido recibir a ninguno de ellos, porque a ellos siento que lo que les interesa es vender prensa con mi drama; y de mi persona, lo único que yo puedo vender es mi arte en los ruedos.

No me gusta que se comercie con la sangre, con los cadáveres, con los heridos o moribundos, o con esas otras miserias humanas, como dice usted. Cuando salga del hospital, antes de partir –si es que me voy– haré unas declaraciones para todos los medios, pero para decirles que estoy bien y gracias a Dios, vivo. Ahora lo que me importa, tal como me aconseja usted, es mi salud y, ante todo, mi recuperación anímica. Gracias, señor Presidente, que Dios lo bendiga por su gesto y su cariño. Jamás lo olvidaré.

El Presidente abrazó a Rodolfo para despedirse y le dijo:

–Aquí tiene usted el teléfono de mi secretario particular, y si decide quedarse en Colombia o necesita cualquier cosa, no dude en llamarme. Será un honor atenderlo. Me siento feliz porque, en este abrazo, amigo, he sentido que he abrazado a un recién nacido que conserva la sabiduría de sus otras vidas, por lo tanto, espero que viva usted muchos años.

Pla Ventura