La noche había sido cruel para Luz. No pudo conciliar el sueño. Eran muchas las emociones y, de tal modo, dormir era toda una quimera. Muy tempranito se levantó, se arregló y, tras el desayuno, se marchó hacia su trabajo. En realidad, lo que más le importaba no era otra cosa que ir al hospital para ver a Luis, cosa que hizo con desmesurado afán. Salió de la casa y, como el tiempo la apremiaba, con los ahorros que llevaba en el bolso, no dudó en coger un taxi. No tenía mucho tiempo y ver a su amado era primordial antes de empezar su jornada de trabajo.

Ella sabía que, si no acudía ahora en este momento, luego tendría que esperar a que transcurriera toda la jornada de trabajo, para estar nuevamente, con el diestro al que amaba con locura. Al poco tiempo el taxi la dejaba en el hospital. Tras pedir permiso subió hasta la habitación del diestro. Luis estaba dormido. Ella cogió su mano y él abrió los ojos. No la esperaba tan pronto.

–¿Cómo estás, mi amor? –le susurró Luz.

–Estoy mejor, amadita mía. He dormido casi toda la noche y hoy mismo me han dicho que me quitan los drenajes y esta tarde hasta quizá pueda levantarme. Por momentos, Luz, me voy sintiendo cada vez mejor, esto avanza y mi dicha es maravillosa. Fíjate que hace pocos días todos temían por mi vida y, si Dios quiere, en quince días podré reaparecer en Bogotá, como es mi más bello deseo. Deja que te confiese que la medicina y la cirugía han hecho un gran trabajo en mi cuerpo pero tu amor, tu dedicación, tu cariño y todo lo que me haces sentir, todo ello forma una parte importantísima de mi recuperación. Estoy muy feliz contigo y quiero que te vengas conmigo a Bogotá. El toro de mi reaparición te lo quiero brindar a ti, amor mío. Estoy loco porque llegue ese momento, verme vestido de luces y que tú estés en la barrera de dicha plaza. Ello colmará todas mis ilusiones.

Luz se quedó sin habla. No daba crédito a todo lo que estaba viendo y escuchando. Le parecía casi un milagro la recuperación de Luis Arango, justamente el diestro que ella amaba. Al verlo tan convencido en sus palabras, Luz no pudo contener unas lágrimas de felicidad. Un escalofrío recorría su cuerpo. La colmaba de dicha que Luis quisiera llevarla a Bogotá. Es más, para ella, era como un sueño poder ir hasta la capital de su país algo que, hasta el momento, no había podido llevar a cabo nunca y acudir a Bogotá, justamente, para ser testigo directo de la reaparición de Luis en la plaza de toros capitalina, llamada la Santa María de Bogotá, la ilusionaba por completo.

–Luis, estoy feliz a tu lado –le dijo Luz–. Ahora tienes que recuperarte por completo, amor. Y dado que ya pasó el peligro, tengo que confesarte, como me dijo el doctor, todos temimos por tu vida y yo lloré amargamente porque no podría entender mi vida sin ti, y mucho menos que tú la perdieras. A Dios gracias, venciste el peligro te veo ilusionado. Ahora comprendo las razones por las que siempre me contaron que los toreros son de una pasta muy especial, y contigo así lo he experimentado. Hace apenas setenta y dos horas, peligraba la continuidad de tu vida y en este instante me has ofrecido la posibilidad para que te acompañe en tu reaparición en Bogotá. ¡Gracias mi amor; gracias por todo! Me haces muy feliz. Creo que Dios ha estado contigo, o mejor dicho, que está con nosotros .¡Te amo, mi vida! ¡De verdad, te amo!

Un suave beso de Luz en los labios de Luis selló aquella despedida momentánea porque, como se sabe, el trabajo esperaba a la chica en el hotel. Y también es cierto que la recuperación física del diestro, tal y como Luz lo había visto, la dejaba muy tranquila. Todo marchaba maravillosamente bien y el hecho de verlo tan recuperado dejo a Luz altamente satisfecha. Sus oraciones, como ella sentía en su interior, habían hecho el efecto deseado.

A la hora en punto entraba Luz en el hotel y allí era esperada con curiosidad. Todos le preguntaban por el diestro, unos quizá lo hacían por morbo, y los más porque desde el fondo de su corazón, todos, sin distinción, sabían de la relación amorosa del diestro con la chica de la limpieza y les interesaba de verdad saber acerca de su mejoría. A ella, de todas maneras, no le preocupaba para nada lo que los demás pudieran pensar, estaba feliz y eso era lo importante. Cada cual podía pensar u opinar a su libre albedrío. Lo cierto es que la dicha que Luz sentía era la que trasmitía a todos cuantos la trataban.

Terminada la jornada, desde el mismo hotel, llamó a Luis y, pese a que por la mañana lo había visto muy bien, quería tranquilizarse sabiendo de la verdadera recuperación del diestro. Tras escucharlo se marchó a su casa radiante y feliz, no cabía en su propio cuerpo. Ya en su hogar, su madrecita se interesó por la salud de este diestro que amaba su hija. Una madre siempre quiere lo mejor para sus hijos y doña Liliana no podía ser una excepción.

–Sí, madrecita –dijo Luz–, Luis está muy bien. Lo he visto en la mañana antes de entrar al trabajo y termino de hablar con él ahora, hace apenas un rato. A Dios gracias, su evolución es fantástica, mucho más de lo que podíamos imaginar. Hasta me ha dicho que tengo que acompañarlo a Bogotá, en el día de su reaparición dentro de apenas quince días. La madre escuchaba atentamente a su hija mientras la observaba pensativamente. No hizo comentario al respecto. Sólo cambió el tema de conversación.

–Por cierto, mi hijita –dijo doña Liliana–, ahí te dejo una carta que ha llegado de tu amiga Gabriela, la que vive en España. Creo que es aquella chica con la que tenías mucha relación y de la que hace mucho tiempo no sabías nada, ¿verdad?

Era cierto. Luz apenas mencionaba ya a Gabriela. Hacía mucho tiempo que no sabía nada de ella. Se había marchado de Cali hacía ya más de cuatro años y desde entonces apenas había tenido noticias de ella. Por dicha razón, la citada carta la sorprendió muchísimo, o eran muy buenas noticias o muy malas, la duda –obviamente– se le despejaría en cuanto leyera la carta. Sí sabía, como le comentó oportunamente Candela, que Gabriela se había ido a España con un contrato de trabajo y, como quiera que Candela se acordara de dicha situación, es por ello que instaba a Luz para que juntas hicieran lo mismo y se marcharan a la tierra prometida.

Luz miraba la carta con cierto recelo, algo le decía que dicha carta no traía un mensaje bueno. Abrió el sobre y comenzó a leer:

Querida Luz: Desde que me marché de Cali, amiga querida, no había tenido fuerzas ni voluntad para escribirte. Quizá me tildes de ingrata. En estos cuatro años desde que me vine, no encontraba el motivo para escribirte; es más, sentía vergüenza de hacerlo. Recuerdo que cuando te propuse que me acompañaras no quisiste hacerlo y, en realidad, no sé cómo vivirás ahí en nuestra Cali querida, pero yo si te confieso que, mi viaje a España resultó ser todo un fracaso. Por dicha razón no tenía fuerzas para escribirte y contártelo; querría haberme quedado callada para siempre, mejor hubiera sido así, pero es tanto el cariño que por ti siento que, al final, me he decidido a contarte la verdad. Todo resultó ser un engaño. El contrato de trabajo que me enviaron para que viniera a España era toda una mentira. Aparentemente todo era legal, pero una vez aquí, me encontré con la dura realidad que es ahora mi vida. PROMOCIONES HOSTELERAS DE ESPAÑA, S.L., era el título de la empresa que me contrataba, no era otra cosa que un engaño total.

Cuando llegué y me encontré con la realidad que me esperaba, se me desgarró el corazón. Vine con todos los gastos pagados por parte de la empresa y, de repente, cuando entré a trabajar me hicieron firmar un documento en el que me decían que les adeudaba la cantidad de veinte mil euros por todos los trámites que habían realizado para mi llegada hasta España. De cada mensualidad me irían descontando una cantidad hasta resarcirse de todo lo que en mi persona invirtieron. Estoy desolada. La legalidad con la que adornaron el trabajo era toda mentira. De pronto, Luz, me vi envuelta en el mundo de la prostitución. Soy puta por decisión de estos tipos sin escrúpulos que se aprovecharon de mi buena voluntad.

Pronto comprendí que mi futuro sería muy negro, amargo como ninguno y lo peor de todo es que creo que jamás podré volver a Cali. A mis padres les he dicho que estoy muy bien, que estoy como empleada de hogar en una casa importante pero a ti, Luz de mi alma, no puedo mentirte. Quiero que esta carta te sirva como lección. Jamás vengas a España. Aquí me busqué yo sola la ruina y la más grande desdicha. Quiero que comuniques a todas nuestras amigas que, si alguna de ellas recibe una oferta de trabajo desde España, por favor, que se olvide de la misma. Todo es mentira, todo es un engaño y ya viste, yo ejerciendo de prostituta. Estoy llorando, Luz, no puedo seguir. Pídele a Dios por mí. Tuya, siempre. Gabriela.

Pla Ventura