Candelita quedó anonadada tras leer la carta que su amiga le había entregado. No, no era posible, se repetía en su interior. El llanto se apoderó de ella y tuvo Luz que consolarla. Es cierto que, ante aquel panorama, consuelo quedaba poco, sencillamente porque la pobre Candelita había creado en su interior una ilusión tan grande que, sin la posibilidad de marcharse a España, hasta parecía que se le acababa el mundo. El momento era dramático porque a muchachita había albergado demasiadas ilusiones ante un proyecto que, como demostraba la realidad, sería netamente un acto fallido. Existían demasiados argumentos de peso en contra que hacían inviable la ilusión de Candela. Una pena porque, así como ella son miles las colombianas que, en la búsqueda de un mundo mejor, aspiran llegar hasta España para salvarse de sus miserias locales. Luz estaba muy triste. La desolación de su amiga la había dejado casi sin aliento. Ella hubiera querido que Candela hubiera logrado su propósito puesto que ésta albergaba toda la esperanza del mundo ante su posible viaje al viejo continente. Y eso, aparentemente y ¡a Dios, gracias!, por enviar una señal tan oportuna mediante Gabriela.

Estaba claro que no iba a poder ser, por lo tanto no le quedaba otra posibilidad a Luz más que la de ser testigo directo de la desolación de su amiga. Como así también es cierto que la desdichada carta de Gabriela hasta le sirvió como escudo protector porque Luz se ahorró la explicación por la que tampoco la hubiera acompañado. Estaba enamorada y, en tal situación, marcharse hubiera sido, además de todo lo ahora sabido, una locura sin sentido.

–Admitámoslo, la vida es como es –dijo Luz–, no como nosotras quisiéramos que fuera. Yo te comprendo Candelita, pero si analizas mejor pronto entenderás que se trataba de una aventura tremendamente alocada. Era marcharnos con rumbo desconocido para que tal vez nos hubiese caído la misma suerte que a Gabriela y, entonces… ¿te imaginas? No, querida mía, no quiero ni pensarlo. Creo que Dios ha estado junto a nosotras al recibir yo esta carta. Miremos el lado positivo de esta situación y, por favor; admite que todo son bendiciones.

No cabe peor desdicha en el cuerpo y en el alma de nuestra querida amiga Gabriela y su lección, Candela, es la que tenemos que tomar como tal.

–Tienes razón –dijo entre sollozos Candelita–.Ocurre que yo estaba muy ilusionada, más de lo que nadie en el mundo pudiera imaginar. Ya me veía en España con un trabajo digno, con una posición más cómoda y hasta con un novio español que me hubiera querido con locura. Reconozco que soñé más de lo debido y le di rienda suelta a mi corazón antes que a mi cerebro. Pese a todo, como dices, tenemos que darle gracias a Dios puesto que, quedándonos en Cali, en nuestra amada Colombia, de tal modo hemos evitado caer en las garras de la prostitución como le ha sucedido a Gabriela. Yo me muero, Luz, de sólo pensar en estar tan solo por un instante en el cuerpo de nuestra amiga. Es surrealista todo lo que ha contado en su carta, hasta parece increíble y sus letras denotan su tristeza, su angustia y todo su dolor. ¡No, no hay discusión! Estoy desilusionada, como podrás comprender, pero ahora que he reaccionado, segura estoy que la vida nos ha hecho un enorme favor; al quedarnos, nos hemos evitado la mala vida de nuestra amiga que, sola, prostituida y endeudada, quizá no podrá volver jamás a Colombia.

Si te parece, Luz, deberíamos de escribirle a Gabriela. Seguro que en su drama, nos agradecerá mucho que le contestemos y, ante todo, aliviaremos su alma. Soy yo la que tengo que agradecerle, pero más de lo que ella pudiera imaginar porque, como sabes, yo estaba decidida para marcharme a Europa.

–Buscaremos nuevos horizontes –decía Luz–. No todo está perdido. Somos jóvenes y lucharemos con ahínco por lograr la oportunidad que la vida nos debe; la primera, Candelita, creo que ya la hemos gozado; evitar ese viaje que hubiera sido nuestra destrucción como mujeres y como seres humanos. Ahora buscaremos otras; en mi caso, ya viste, hasta tengo un trabajo digno. Si te parece, puedo preguntar en el hotel y, si hubiera una plaza vacante, yo abogaría por ti para que te emplearan. Allí son gentes muy especiales, dignas, admirables. Yo diría que son personas fantásticas puesto que, hasta ahora, en el trato que he recibido no puedo quejarme de nada.

–Gracias, Luz. No quiero pensar qué hubiera sido de mi vida si no te llego a encontrar. Vistos los acontecimientos como se han desarrollado, creo que has sido un milagro. Me evitaste caer en el precipicio y, respecto al trabajo del que me hablas, si lograras que me emplearan para mí sería una felicidad increíble; saberme útil y, para mayor dicha, trabajar a tu lado. Fíjate, y esa ha sido siempre mi desesperación que ni mi titulación como sanitaria me ha servido para encontrar un trabajo con un salario digno, hasta el momento. Yo espero que esta lección que me ha dado la vida me sirva para enderezar el rumbo de mi existencia. Habían pasado varios días y en todos, sin distinción, Luz había visitado a Luis en el hospital.

Pero como quiera que en la última visita que le hizo todavía no tenía fecha para el alta hospitalaria, en este día, cuando llegó al hotel para empezar su jornada laboral, su alegría resultó ser fantástica. ¡Arango había sido dado de alta y ya residía en el hotel! La noticia se la había dado el gerente y Luz no pudo contener las lágrimas y, rápidamente, sin cambiarse de atuendo, corrió hasta la habitación de Luis para verlo. Sin pensarlo, entró sin golpear, y ni bien lo vio, se abrazó a él y le preguntó:

–¿Cómo estás, mi amor? Él, sorprendido ante tan impetuosa entrada pero gratamente conmovido al ver a Luz, correspondió su abrazo y le contestó:

–Con pocas fuerzas, Luz de mi vida, pero muy bien. Todo ha salido conforme tenían previsto los doctores, y ya viste, de nuevo en casa. Dentro de tres días tengo que volver al hospital para que me quiten los puntos pero la herida la tengo muy bien, limpia y seca.

–¿Y aún te quedan fuerzas, Luis, para seguir jugándote la vida?

–Preguntó Luz–. ¿No tienes miedo de que el toro vuelva a cogerte?

–Sí, mi cielo, ésta es una profesión de locos que, como sabes, el que entra ya no puede salir. ¿Miedo? No, vidita. Siento mucho respeto por lo que hago, pero tanto como miedo, no. Es más, si me venciera el miedo habría muerto el torero que llevo dentro. Como te dije una vez, esta profesión es apasionante, el riesgo que conlleva es el que nos hace sentirnos diferentes al resto de los mortales. Somos conscientes de que nos jugamos la vida, un hecho que marca la diferencia con otras muchas profesiones.

–¿Y crees, mi amor, que podrás reaparecer en Bogotá dentro de quince días como me dijiste?

–Por supuesto y, como te conté, tú vendrás conmigo. Para mí es una tarde muy especial, confirmo mi alternativa en dicho coso y, en un acto tan trascendental, deseo que estés conmigo. Me han contado que hay mucha expectación. Parece ser que los aficionados han aceptado de muy buen grado el cartel de mi confirmación y, según me ha dicho Rodolfo, se están agotando los boletos en la taquilla y mira que faltan bastantes días para el evento.

–Tengo miedo, Luis –susurró la muchacha–. Perdóname amor, pero como quiera que fuí testigo de tu cornada en Cañaveralejo, le pido a Dios que te cuide para tu inminente festejo en Bogotá. Fíjate que hasta he llegado a pensar que fui yo la que te di mala suerte. Estoy nerviosa ante esa actuación tuya en el coso bogotano.

–No sufras, por Dios, todo saldrá bien. Los toreros tenemos cornadas pero, amor, no todos los días. Son gajes del oficio, accidentes que pasan en todas las profesiones del mundo en las que se pone en riesgo la vida y, ¿por qué no también accidentes, tan accidentes como cualesquiera otros que podrían ocurrirte en la vida cotidiana? Y por lo que más quieras, no digas nunca más que me das mala suerte, todo lo contrario. No pienses en la cornada que sufrí, piensa, por favor, en el gran triunfo que obtuve pese a mi cogida y herida. Yo diría que tú eres un bello talismán que adorna mi vida y mi carrera, convencido estoy. ¡Ya lo verás! Allí, en Bogotá, te brindaré el toro de mi confirmación de alternativa y, con toda seguridad, nuestro éxito será de clamor. Y digo nuestro porque, Luz de mi vida, lo que a mí me sucede quiero que te suceda a ti y mis éxitos serán los tuyos vidita mía. Con un tierno beso sellaron sus labios los enamorados y se despidieron. Luis se quedó descansando en su habitación y Luz emprendió su jornada laboral.

Pla Ventura