Ante el tremendo escándalo que Lucía había formado, la dirección del hotel llamó a su servicio de seguridad para que detuvieran a dicha señora y cesara de seguir armando semejante alboroto. Dicha mujer había sido capaz de crear un ambiente totalmente incómodo e indeseable para todos aunque en especial la situación era muy difícil de manejar para el diestro y, ante todo, para su amadita que, testigo presencial del escándalo, se había quedado helada. Igualmente, los miembros de su cuadrilla estaban todos perplejos y sufrían porque el incidente podía afectar mucho a Luis en su actuación para el día siguiente en la plaza de Bogotá.

Los guardias de seguridad invitaron con respeto y amabilidad a Lucía para que abandonara el hotel y la instaron a que hiciera la correspondiente denuncia ante la Policía si algo tenía que objetar contra el diestro, puesto que allí –en el hotel– no era el lugar para este tipo de reclamo. No resultó fácil para los guardias lograr que Lucía se marchara, por su boca seguían manando los epítetos más tremendos. Si tenía razón en todo cuanto argumentaba, –algo imposible de saber en ese momento, si quizá después, con el devenir de las horas y los días– ello demostraría, entonces, la cobardía de Arango y si no demostraría que ella era toda una actriz consumada.

En aquellos instantes, nadie sabía la verdad. Es más, la cara desencajada de Luis Arango, hasta daba opción para la sospecha de parte de su amadita que, destrozada, contemplaba con estupor lo que había sido la escena más incómoda e indeseable que en su vida había tenido que soportar. Cualquiera, en la persona de Arango, se hubiera quedado como él, mudo, sin palabras y sin reacciones positivas. Venir de estar disfrutando de un momento agradable, dentro de un círculo íntimo, donde reinaba una alegría desbordante y, en pocos minutos, pasar de la dicha al más profundo desencanto no es algo muy fácil de manejar para nadie y mucho menos si, sin pretenderlo ni imaginarlo, se es el pivote sobre el que se produjo dicho cambio.

–¡Dime que no es cierto todo lo que esta mujer ha dicho, Luis! –exclamó angustiada Luz ante su amadito.

–No la conozco, amor mío. ¡Te lo juro! ¡De verdad, te lo juro! ¡Por Dios, te lo juro! –decía Luis con la voz rota–. Se trata de una oportunista más de turno. Es una de esas mujeres sin escrúpulos que, con grandes dotes de actrices –ante algún famoso de moda– no dudan en fingir lo que haga falta con la finalidad de sacarle el mayor partido a su farsa, y éste ha sido el caso de esta mujer. Recuerda que soy un hombre público y, como tal, me debo a una popularidad, que como has visto en ocasiones como ésta, tengo que pagar un precio muy elevado; cuando nadie me conocía esto no me pasaba. Es más, nunca me pasó hasta que empezó a sonar mi nombre.

–Sí, Luis; yo te creo, pero esa mujer estaba muy convencida de lo que te decía. Es más, afirmaba todo con una rotundidad que me ha hecho temblar y no he tenido valor para mirar la cara del niño. Estoy muy dolida, amor, por un instante he pensado que se derrumbaban todas mis ilusiones, que todo se nos venía abajo y que, nuestro amor, pudiera ser una farsa de tu parte. Por favor, Luis, necesito que me digas algo más que reafirme tu inocencia al respecto.

–Creo, Luz de mi vida, que esta mujer hasta alquiló al niño para su farsa. Durante todo el embrollo que me armó, por un momento, la miré fijamente y convencido quedé que no actuaba como una verdadera madre, algo me dice que ese niño no era de ella. Te juro, Luz, que he sido víctima de uno de los peores atentados que puede sufrir un ser humano, la bajeza de verme destrozado ante ti por las calumnias de una mujer maligna a la que no conozco para nada pero que, como has visto, me ha hecho todo el daño del mundo. Seguramente que esperará ahora, que yo la contacte para ofrecerle una buena suma de dinero para que desmienta públicamente todas las mentiras que ha dicho. Pero no lo voy hacer; es una pobre insensata.

Ella no sabe que, el lunes sin más dilación, me haré las pruebas del ADN y las llevaré a la policía. Si ha puesto la denuncia de la que hablaba, dichas pruebas dictaminarán mi inocencia y si no la ha puesto, demostrará que era una farsante que, como te decía, quería sacar partido a mi fama. Mientras Luis seguía dándole todas las explicaciones que se le ocurrían lógicas a su amadita para convencerla de su inocencia, Rodolfo, su apoderado, estaba haciendo gestiones con la dirección del hotel y con los guardias de seguridad que invitaron a la mujer para que se marchara. A quien antes de que se fuera, le tomaron los datos pertinentes, para identificarla.

La susodicha se llama Lucía del Río Mendizábal. Al comprobar la identidad de dicha señora, Rodolfo quedó perplejo, no daba crédito a lo que estaba contemplando. La tal Lucía del Río Mendizábal no era otra que la señora que llamó a primera hora al hotel preguntando por el diestro, llamada que atendió el propio Rodolfo pero de la que no hizo el menor caso. Rodolfo sabe que llamadas de este tipo las ha tenido en muchas ocasiones. Es cierto que dicha señora le dijo al apoderado que se presentaría en el hotel para mostrarle el hijo de ambos, es decir, para demostrar la paternidad de Luis Arango. Lógicamente, Rodolfo no quiso hacer comentario alguno al diestro puesto que entendía que se trataría de la loca de turno que quiere protagonismo a costa del torero famoso. El hombre creía que sería una anécdota telefónica más, de ahí el silencio que hizo para con el diestro y con toda su gente. La sorpresa resultó la que todos vivieron. La dirección del hotel se ofreció a colaborar con la Policía para que el nombre del diestro quedara en el lugar que le correspondía; es decir, para tratar de demostrar la verdad.

Para fortuna de Arango, en aquellos momentos no había reportero alguno en el hotel porque, de lo contrario, el escándalo hubiera tenido eco nacional y ello hubiera perjudicado mucho la imagen del diestro. La fama, como sabemos, en ocasiones es un accidente del que puedes salir gravemente dañado. Luis Arango lo sufrió en carne propia. Ciertamente, la seguridad del hotel trabajó con eficacia al respecto y se quedaron con todos los datos de la denunciante. Hasta la acompañaron a la comisaría de policía para que pusiera la denuncia respectiva algo que la señora, llegado el momento, desistió. «No quiero hacerle daño al padre de mi hijo», les confesó a los guardias que le acompañaron hasta la comisaría.

Aquel acto de benevolencia de su parte puso un firme manto de sospecha sobre sus afirmaciones y entonces los agentes decidieron actuar de inmediato. Investigaron al respecto, con tremenda prontitud, ya que un hecho como el que había ocurrido en el hotel no podía repetirse jamás por bien del hotel y, ante todo, por la reputación de un hombre famoso que se albergaba en dicho centro. Por todo ello, el hecho de que la señora desistiera de la denuncia, puso en alerta a las guardias que, muy pronto, dieron con la verdadera identidad de la referida mujer.

No resultó nada difícil dar con las pistas que llevaron a la total identificación de la misma. Lucía del Río Mendizábal, con domicilio en la carrera 39, número 190 de la ciudad de Bogotá y natural de dicha ciudad. Conocida la identidad de la farsante Lucía del Río como se presuponía. Se trataba de una mujer de mala vida, oportunista y malvada que, por dinero, era capaz de cualquier cosa. En principio, cuando llamó a Rodolfo, ella creía que éste antes que comunicarle nada al matador la sobornaría para comprar su silencio.

Ante la negativa de Rodolfo, optó por la segunda parte del plan, presentarse en el hotel, lograr el derrumbamiento moral del diestro y, a su vez, conseguir su objetivo, que en realidad no era otro que una fuerte suma de dinero a cambio de su desmentido paternal del que acusó al torero de moda. Lucía del Río Mendizábal, una pobre prostituta de Bogotá, quiso desestabilizar el alma y el cuerpo de Luis Arango, precisamente el día antes de su presentación en dicha ciudad. Ella sabía que el momento, anímicamente, era perfecto.

El momento y las circunstancias porque montar semejante escándalo ante los ojos de la mujer a la que amaba Luis, para Lucía resultó nuy emocionante. Le pegaba al diestro donde más le dolía. Todo quedaba esclarecido. Luis, aún no sabía nada respecto a la verdad que habían descubierto los agentes. Y Luz, seguía con la incógnita viva. Ella sólo tenía la palabra de su amadito y ese era su único asidero.

Al día siguiente, Luis tenía una cita importantísima, su confirmación de alternativa en Bogotá. La noche, a ambos, se les hizo eterna. Los dos estaban desolados por cuanto habían vivido, y Arango seguía enloquecido por demostrarle a su novia su inocencia, razones por las que le había prometido que, al día siguiente del festejo, se haría las pruebas médicas pertinentes para demostrarle a Luz su inocencia. No harían falta. Los hechos verificados por los agentes habían descubierto a la farsante.

Pla Ventura