La plaza entera enmudeció ante el anuncio de la megafonía. Hasta el toro, desconcertado, se quedó quieto en el centro del ruedo. Y un silencio sepulcral inundó los tendidos de la Santa María de Bogotá. Ya se palpaba la angustia en el corazón de todos los actuantes y espectadores. Y la noticia se dejó escuchar:

¡Diestros actuantes, señores espectadores, lamentamos comunicarles que el diestro Raúl García ha muerto en la enfermería de la plaza! El equipo médico interviniente luchó con denuedo por salvar la vida del torero pero un paro cardíaco, ocasionado por la gran pérdida de sangre que sufrió su cuerpo, ha sido el detonante de su muerte. Por orden de la autoridad queda suspendido el festejo. Les pedimos, por favor, un minuto de silencio y una oración para acompañar el alma de este admirado diestro mexicano. Gracias.

La Santa María quedó consternada. Lo que era un gentío ensordecedor por el éxito de Arango en el primer toro de la tarde ahora quedó en un silencio sepulcral. Nunca tantas miles de personas guardaron un respeto tan sentido hacia la figura de un diestro que, precedido de enorme fama en su país, acudía a Bogotá para confirmarle la alternativa al diestro nacional y, de pronto, en dicha tarde, encontraba la muerte marchándose junto a Dios.

Poco a poco, como si de un rito litúrgico se tratase, la gente fue retirándose del coso bogotano en procesión, todos habían muerto un poquito en tan amarga tarde. Hasta el toro que había quedado olvidado en el ruedo como presagiando cuanto había ocurrido, al abrirse las puertas de chiqueros, solito se marchó hacia los corrales.

A Luis Arango se lo veía roto por el dolor, no esperaba él que la cornada sufrida por el compañero fuese a causarle la muerte. Allí, en el callejón donde se encontraba, antes que nada corrió a la altura de la barrera donde estaban ubicadas su señora madre y Luz, a tratar de consolarlas aunque más no sea un poquito a ambas porque estaban las dos muy tristes. Doña María lloraba sin consuelo mientras que Luz intentaba tranquilizarla.

El diestro, entonces, se abrazó a su madrecita diciéndole que en esta profesión se muere de verdad y que todos los toreros saben eso. La señora no podía entenderlo. Era la primera vez que asistía a una corrida de toros y; desgraciadamente, fue para encontrarse con el drama más horrible y temido por una madre como es la muerte de un diestro en la plaza.

–¡Podías haber sido tú, hijo mío! –decía doña María.

–Sí, lo sé. Todos los toreros corremos el mismo riesgo mamá. Esta profesión es durísima y los caídos en acto de servicio, de alguna manera, engrandecen nuestra bendita profesión. Es tremendo, mamá, soy consciente de eso, hay un hombre muerto en la enfermería de la plaza pero yo hago lo que amo y si este es el canon que tenemos que pagar los que amamos esta profesión, estoy y estuve dispuesto a pagarlo desde la primera vez en mi vida que puse un pie en la arena de una plaza. ¡Este arte es mi vida, madre! Yo no podría hacer otra cosa mamita, ¿me comprendes?

No me respondas. Sé que lo haces. ¡Te quiero madre! –le dijo el diestro dándole un beso en la frente y buscando a Luz con la mirada, quien lo apañó con un entrecerrar de sus lindos ojos emocionados. Desde el momento del deceso, los servicios de la propia enfermería se encargaron de iniciar toda la tramitación para repatriar el cadáver del diestro a México.

Los noticieros de aquel país daban la noticia en rigurosa primicia. ¡Ha muerto Raúl García! Y lógicamente, los aficionados mexicanos estaban desolados. Además, Raúl dejaba esposa, dos hijos y unos padres rotos por el dolor.

Arango se acercó hasta la enfermería he hizo lo único que podía hacer en ese momento por Raúl García, rezar una oración por su alma. Allí estaban el otro compañero, Rubén Amor y todos los miembros de las cuadrillas respectivas. El cuadro de dolor era inmenso. Les parecía a todos un mal sueño pero era la cruda realidad de cuanto estaban viviendo. A la salida de la plaza una multitud esperaba en los aledaños de la misma, todos querían saber pero, ¿qué más podían saber? La noticia ya la conocían. ¿Sería acaso el propio morbo que embarga a una parte del gentío por ver salir el cadáver de la plaza?

Ciertamente, Raúl García saldría en hombros de allí, así probablemente lo soñaría él antes del paseíllo, lo que no podía sospechar era que saldría muerto y en una camilla. Cumplidos todos los trámites, Luis Arango, junto a los suyos, regresaron al hotel. Allí se conocía la noticia desde el primer instante puesto que, como es sabido, si las noticias como tales vuelan, en este caso, la misma corrió como un reguero de pólvora.

La conocía Colombia y el mundo entero. Todos le preguntaban al diestro pero él, lógicamente, no hizo declaración alguna. Tenía el alma rota por el dolor y no era cuestión de ofrecer ruedas de prensa, nadie tenía ánimos para nada. Allí estaban los periodistas que, cumpliendo con su profesión, querían saber más; cualquier detalle les valdría para su información en sus respectivos medios de comunicación, sin embargo, se tuvieron que conformar con el silencio por parte de todos.

Más tarde llegaron al hotel doña María y Luz para reunirse con el diestro. No hubo cena, nadie tenía ganas de nada. Muy lejos quedaba del pensamiento de Arango que, en la tarde tras su gran éxito en el toro de su confirmación de alternativa, todo acabara del modo que terminó. En aquel momento se barruntaba la mejor fiesta en la noche, y mucho más teniendo junto a él a sus seres más queridos junto a los miembros de su cuadrilla. Lo que se presentía como la gran fiesta quedó en el luto más sombrío, hasta el punto que la habitación del diestro, en aquel instante, se convirtió casi en una capilla en la que, todos juntos, rezaron una oración por el alma del diestro mortalmente herido en la plaza.

Nadie podía dormir. Doña María y Luz ocupaban una habitación junto a la del diestro. Arango, en la soledad de su alma y de su habitación, estaba siendo acompañado por Rodolfo, su apoderado. No cabían las alegrías pero sí el diálogo. Rodolfo, con voz entre cortada le decía algo a su poderdante al respecto de la mala suerte que había tenido Raúl García.

En estos casos, a los toreros se les escapa a todos el valor; se quedan vacíos en su alma y todo el esfuerzo que son capaces de hacer en la plaza ahora, en la soledad de la habitación, al pensar en todo lo ocurrido, les entra un pánico tremendo y Arango no escapaba de dicha situación. Conciliar el sueño era una quimera. Rodolfo intentaba consolar al diestro.

–No todo está perdido, Luis –le decía–. Nada podemos hacer por Raúl, es ley de vida, amigo. Es el trago más amargo que podemos digerir pero, es nuestra obligación, no podemos luchar contra el destino, matador. Tras el éxito en el toro de tu confirmación he recibido muchas llamadas. Verbalmente, he firmado contratos con Manizales, Cartagena, Popayán, Ibagué, Sogamoso y otras plazas de menor entidad pero que todas quieren verte.

Por cierto, cuando me llamaron de Sogamoso ahí me quedé helado; recordé la muerte en dicha plaza del maestro Pepe Cáceres y me quedé petrificado. Como sabes, Pepe Cáceres resultó ser el icono colombiano ante el mundo, y hasta la llegada e irrupción en el mundo del toro del maestro César Rincón, nadie había sido tan laureado como él.

–¿Conociste a Pepe? –preguntó Luis.

–Sí, tuve la suerte de conocerlo y compartir con él muchas vivencias. Era un tipo extraordinario. Si como torero era un emblema como hombre cautivaba por donde caminaba. Un prodigio de ser humano del que me llevé su cariño, amistad y al que jamás podré olvidar. Como te decía, Pepe era todo un símbolo representando a Colombia por el mundo. En mí ya larga vida por el mundo de los toros, he sufrido la muerte del maestro Cáceres y, en España, a Paquirri, Yiyo y varios banderilleros. Pero fíjate, a causa de la desgracia de Raúl García, qué derroteros está tomando nuestra conversación.

–No temas. Soy un hombre adulto y admito la dureza de nuestra profesión. Recuerda que, en Cali, todos lo pasamos muy mal. En un primer momento, tras aquella cogida mía, hasta sentí que se me escapaba la vida, no era mi destino morir y aquí estamos.

La noche se hizo demasiado larga. Infinidad de temas se abordaron por parte del diestro y su apoderado. Conversaron de muchas cosas puesto que ni por asomo podían dormir. Sangraba aún la herida de sus almas como para hacerlo. Como quiera que Luis solo conocía a Raúl García de referencias, su apoderado le explicó la clase de torero que era. Ante todo, un hombre entregado a su profesión que, tras tantos éxitos en México, vino a morir a Colombia.

Pla Ventura