Realizados todos los trámites legales, al día siguiente partía hacia México el cuerpo sin vida del torero hidrocálido acompañado por su viuda, el apoderado y por Luis Arango que, por gratitud hacia el hombre que lo confirmara como matador de toros en su país y por solidarizarse con el dolor de Norma Contreras, decidió ir con ellos hasta la tierra mexicana en Aguascalientes. El viaje no pudo ser más triste, incluso para todo el vuelo de Aerolíneas Mexicanas, saber que llevaban el cadáver del laureado diestro a bordo consternó también a todo el pasaje y a la tripulación. Arango, en todo momento, estuvo pendiente de la viuda del mexicano.

–No llores –le decía Luis a Norma–, porque, como sabes, Raúl ya está junto a Dios. Ahora enterraremos su cuerpo pero lo mejor de él, su corazón, vivirá siempre contigo, dentro de ti. Recuerda que Raúl ha muerto como un valiente. Se entregó por completo a su arte y, como sucedió, ha dejado su vida por la grandeza de la mejor fiesta del mundo. Haz que viva siempre dentro de tu corazón la idea de que tu marido ha engrandecido a esta fiesta singular por la que muchos, como es mi caso, consagramos nuestra existencia.

El esfuerzo de Arango por consolar a Norma no estaba dando frutos apreciables, ella seguía llorando, rota por el dolor y aún faltaba lo peor. A la llegada a Aguascalientes, una multitud estaba esperando al diestro muerto. Jamás antes se había visto una manifestación de duelo tan sentida. Miles de aficionados esperaban poder darle el último adiós a su ídolo. Ante lo que estaba sucediendo y pese a la negativa de Norma, Miguel, el apoderado, quiso que Raúl García diera su última vuelta triunfal al ruedo en la Monumental de Aguascalientes.

Hasta allí se trasladó entonces el cadáver para que Raúl García, torero de sangre, diera su más apoteósica vuelta al ruedo que tantas veces lo había visto triunfar. La plaza estaba repleta y, además, en los aledaños de la misma, miles de admiradores estaban en la calle por no haber logrado entrar en el coso taurino. El gentío, consternado, emocionado y roto de dolor que estaba dentro de la plaza, en el transcurso de la vuelta al ruedo, arrojó miles de flores sobre el féretro que contenía los restos mortales del diestro. Dicho ataúd iba tocado por la bandera mexicana, todo un símbolo que demostraba que era todo México quien se estaba despidiendo del diestro hidrocálido.

Luis Arango era uno de los portadores del féretro. Su emoción era enorme, jamás hubiera creído ver lo que estaba presenciando, como era esta manifestación tan multitudinaria que se había juntado para honrar al diestro caído, en su último adiós. El féretro era llevado por varios matadores mexicanos y éstos le concedieron al diestro colombiano el honor de que se situara en la parte derecha del féretro en su primer lugar. El momento era dramático y bello a la vez.

Parte de esa belleza no era otra que la plaza que quedó totalmente cubierta de flores por los miles de ramos que allí, con todo cariño y respeto, depositó su gente. Parecía, como si de pronto toda la sangre y las lágrimas que cayeron alguna vez y en este día, en esa arena, hubieran cobrado cuerpo, el ruedo se transformó así en la más bella y multicolor alfombra que pudiese haber soñado jamás el diestro en su honor. Se iba ahora, sacado en alzas por la puerta grande y lleno de gloria. Allí, también en el mismo ruedo se celebró la misa córpore insepulto y los aficionados ofrecieron su última oración por el alma de Raúl García.

La bandera de la plaza de toros ondeó a media asta y el viento la mecía como si derramara sus propias lágrimas de dolor por el hijo caído en acción. Hizo lo suyo el gobernador de Aguascalientes que, en un gesto que lo honró, le impuso al diestro fallecido, encima del féretro, la medalla de hijo predilecto de la ciudad hidrocálida. Era, sin duda alguna, la manifestación más sentida y emotiva de una ciudad a un hijo pródigo que se va.

Que no era sólo un hijo más, sino el ídolo de la torería mexicana. Las autoridades de la ciudad de Aguascalientes dieron la medida de la admiración que sentían por el diestro. A la salida de la plaza, como quiera que allí hubiera miles de personas, la propia policía había acordonado las calles adyacentes para que el tráfico no impidiera a los aficionados poder acompañar al diestro en ese último adiós. Si ya, dentro de la plaza y una vez oficiada la santa misa, la ovación que se escuchó resultó ser la más grande que nunca se había escuchado en la Monumental fuera de la plaza, cuando metían el féretro en el coche mortuorio se formó otra algarabía inmensa. Más ramos de flores para inundar los aledaños de dicha plaza. Ovaciones, vítores y aplausos que, mezclados con el dolor y las lágrimas, lograron que la emoción se palpara a lo largo y ancho de toda Aguascalientes.

Partía el coche fúnebre hacia el Rancho de los Callaítos y, en aquel momento, se produjo un silencio sepulcral. Todos oraban por el diestro, era el último adiós, la última oración, en realidad lo último que podían hacer por el alma de Raúl García. La comitiva estaba presidida por los padres y hermanos del diestro, su esposa e hijos. Los niños, pese a su corta edad, con toda seguridad, jamás olvidarán el momento; sus caritas denotaban una tristeza inmensa, quizá no acertaban en el por motivo de su dolor pero sus lágrimas eran tan sentidas que, al verlos tan seriecitos y sufridos presidiendo la comitiva, cualquiera se emocionaba hasta el llanto. Norma, su madre, los llevaba de la mano mientras que ésta era arropada por los suyos.

Una vez sepultado el cuerpo sin vida de Raúl García, la viuda, Norma Contreras, quiso agradecer a Luis Arango sus atenciones, su cariño y, ante todo, su gesto solidario para con ella y sus hijos. Entonces, lo invitó para que, antes de partir hacia Colombia acudiera al rancho de su esposo puesto que quería hacerle un regalo extraordinario. Ella consideraba y sentía que no había dinero en el mundo que pudiera pagar lo que Arango hizo por su rota familia.

A la mañana siguiente de tan aciago día, tras el entierro de García, se presentó Arango, en el rancho del diestro fallecido y, su viuda lo abrazó con un cariño inmenso. A la tarde, él ya retornaba a Colombia. Ella no creía nunca que un compañero de su marido, que además era extranjero, pudiera portarse tan bien como se portó con ella y los suyos este torero colombiano. Gracias a él pudo mitigar en cierta medida su inmenso dolor.

–Toma Luis –dijo Norma–, te entrego como regalo y con enorme gratitud por tu sentido gesto para con nosotros, el capote de paseo que lució mi marido en la tarde en que murió allá en Bogotá cuando te confirmó tu alternativa. Puedes usarlo o guardarlo, será tu elección. Creo que es el más bello regalo que puedo hacerte. Como verás, Luis, tiene bordada la Virgen de Guadalupe y es precioso. Gracias, amigo, muchas gracias por tus desvelos, por tu actitud, por tu generoso corazón y por todo cuanto has hecho por nosotros. Quedo repleta de tu cariño porque tu solidaridad me ha conmovido; ni siquiera lo conocías personalmente a Raúl y, sin embargo, te has comportado como si hubieras sido su amigo de toda la vida. Una sola tarde que actuaste con él, te bastó y sobró para convertirte en su amigo. Él hubiera disfrutado de tu amistad, seguro que igualmente ahora lo hará y que también te está agradecido.

Y yo … yo no encuentro las palabras adecuadas para expresarte lo que ha significado para nosotros todo este cariño que nos has manifestado.

–Tranquila –dijo Luis–, soy yo el que me siento en paz conmigo mismo, cuanto hice me lo pedía el corazón. Fueron, Norma, órdenes que recibí desde lo más alto. ¿Me entiendes? Quiero que sepas que, desde el momento en que me abrazó Raúl cuando me confirmó la alternativa, desde aquel instante sentí una vibración muy especial hacia su persona. Si yo, como diestro, lo veía grande en aquel momento que lo tuve frente a mí, sentí que estaba junto a un tipo extraordinario en calidad de ser humano.

–Hice lo que debía y me marcho de México con la sensación del deber cumplido. Pese a la desgracia, me voy contento por haberte ayudado y sentirme útil en tu vida. Sepas que, como quiera que vuelva a Aguascalientes en la próxima feria de San Marcos, me las arreglaré, con mis tiempos para visitarlos. Si necesitas de mi persona, no dudes en llamarme. Mientras tanto, que Dios te bendiga junto a tus hijos. Un entrañable abrazo selló la empatía de estos dos seres que, unidos por el dolor, estaban forjando una hermosa amistad.

Pla Ventura