Ya de regreso en Cali, Arango quedó instalado en el hotel donde vivía. Digamos que, durante todo su periplo colombiano, dicho hotel era su morada. Su madre se marchó a su casa y, contenta como estaba, sabía que al llegar junto a sus otros hijos y su marido para darles la noticia del regalo que su hijo les había hecho, todos estarían felices, no podía ser de otro modo. Luz estaba disfrutando de los días de permiso que le habían dado en el Sheraton pero estaba ansiosa por llegar a su casa. Le pidió a Luis que la acompañara pero él le dijo:

–No, mi amor. Es un momento importante el que tienes que vivir junto a los tuyos y no quiero restarte protagonismo. Tu madre se sentirá muy feliz con el regalo que le harás y esa dicha quiero que la compartas con ella y con todos los tuyos. Yo me quedo aquí en el hotel y mañana, cuando vengas a trabajar, ya me contarás las sensaciones que has tenido con tu adorada madre. –¡Gracias, Luis! ¡Una vez más te lo digo… eres el ser más bello que Dios ha puesto a mi lado!

Un taxi llevó a Luz hasta su casa. Ella iba sonriendo en el transcurso del trayecto y lo hacía porque sospechaba que la sorpresa que se llevaría su madrecita sería inmensa. La muchacha comprendía que lo ocurrido, en todos los órdenes, a su madre le parecería tan irreal que quedaría anonadada. Ya dentro de la casa, la emoción de volver a ver a su hija, era algo maravilloso para doña Liliana. Era la primera vez que la muchachita pasa varios días fuera de casa y volverla a ver era la dicha más grande que ella en calidad de madre podía sentir.

–¡Hija de mi vida! –exclamó doña Liliana.

–¡Mamá, qué ganas tenía de abrazarte! ¡Ya estoy nuevamente en casa!

Abrazadas como estaban, doña Liliana tenía la sensación de que hacía años que no platicaba con su hija.

–Cuéntame todo lo ocurrido –le dijo doña Liliana a su hija–. Me enteré por los noticieros de la muerte de ese muchacho mexicano y pasé unos momentos de angustia terrible. Por un instante, hasta creí que pudiera haber sido Luis el torero herido. ¡No te imaginas, hijita querida, que mal rato pasé! Porque, en la radio pude escuchar el percance pero no alcancé a escuchar el nombre del torero herido, y temí que pudiera haber sido Luis nuevamente.

–Sí madre, nosotros también pasamos un momento muy desagradable, triste y horrible. La cogida del chico mexicano nos derrumbó a todos los presentes en la plaza y, más tarde, la noticia de su muerte nos dejó consternados por completo. Luis, luego de todo eso, se fue hasta México para acompañar a la viuda del torero muerto y demostró una humanidad inmensa y hermosa, pero ante todo, demostró poseer un corazón solidario como pocos. Según me contó Luis, Norma, la viuda, quedó dentro de su dolor, reconfortada por todo cuanto Luis hizo por ella.

–¡Qué admirable y maravilloso esto último que me cuentas hijita! Comprenderás, Luz mía que, tras lo ocurrido en Bogotá no volveré nunca más a los toros y, mucho menos, si torea Luis. Imagino todo lo que pudiste sentir en tan amarga tarde y no  quiero ni pensarlo. Como espectáculo me parece hermoso pero no puedo soportar todo el dolor que en dicha profesión puede existir. Pudo haber sido Luis el torero muerto y, entonces, de tan solo pensar lo que tú hubieras sufrido, yo creo que me hubiera estallado el corazón, hijita querida.

–Madre, relacionado con todo esto que me dices, te cuento que Luis me ha hecho comprender que estos accidentes forman parte de esta profesión maravillosa que él ha elegido y a la que yo, ahora, comprendo y respeto mucho. Es cierto porque, como dices, pude palpar el dolor en el rostro de doña María, su madre, por la pérdida de la vida de Raúl García, que era tan solo un torero que confirmó a su hijo amado y me lo puedo imaginar, con suma facilidad, en el de Norma Contreras, la esposa del torero caído –y digo así, porque yo a ella no la quise ver, no lo hubiera resistido– y te puedo asegurar que todo ese dolor de ese momento no se lo desearía a nadie, ni a mi peor enemigo.

Pero ellos, mami, los toreros de vocación, saben a lo se exponen y lo hacen porque el amor que sienten por su profesión es mucho más grande que el que sienten por su vida. Y eso merece respeto, tolerancia, comprensión y mucho amor. Hoy solo nos queda rezar por el alma de diestro mexicano. La vida, madrecita, no es como nosotras quisiéramos que fuera, sino más bien es como en realidad se desarrolla y de tal forma tenemos que admitirla y vivirla. Al margen de dicho accidente, me quedo con toda la gloria que Luis alcanzó en su confirmación de alternativa puesto que, como sabes, en su primer toro logró un éxito sin precedentes, éxito que le ha valido muchísimo.

Ya está contratado para las próximas corridas en Bogotá, y su cartel, en lo que restan de las ferias colombianas, ha crecido muchísimo. Ahora se lo espera con más y verdadera expectación, y eso es buenísimo para el devenir de su carrera. ¿Sabes una cosa, madre? A Luis lo han contratado para la próxima feria de San Marcos, en Aguascalientes, la ciudad natal de Raúl García. Todo eso es hermoso. Luis está viviendo un momento lleno de gloria que, a Dios gracias y si Él me lo permite, me gustaría poder saborearlo junto a mi amorcito.

Doña Liliana escuchaba a su hija con suma atención. Es cierto que, desde siempre, la compenetración entre los sentimientos de ambas era admirable; no hay que olvidar todo lo que esta señora sufrió cuando Luz, ilusionada por la idea de marcharse a España, tuvo que bregar desde el fondo de su alma para hacerle comprender a su hija que su idea no era la adecuada y, Dios mediante y el tiempo, le han dado la razón.

Ahora, a medida que la iba viendo feliz y dichosa, se iba contagiando y ese contagio, las iba embelesando a las dos. Madre e hija, en ese preciso instante, estaban sintiendo lo mismo; una alegría que las desbordaba. Así, relajadas como estaban, creyó Luz que había llegado el momento de sorprender a su madrecita. Si aquel momento para doña Liliana era feliz por el hecho de tener a su lado a su hijita querida, ahora su madre tenía derecho –pensaba Luz–, de disfrutar además de una ocasión irrepetible. Su corazón le indicaba que ahora era la oportunidad para darle a ella la sorpresa que tenía escondida.

–Quiero hacerte un regalo, mamá –dijo Luz–. Abre el bolso y una cosita que hay dentro, es para ti. Te pido que no te alarmes, asómbrate sí, pero no te asustes.

Ya, de la forma como Luz se lo había anticipado a su madre, dejaba a ésta un tanto perpleja, casi no se animaba a abrir el bolso que su hija le había pedido que abriera. Las manos de doña Liliana estaban temblorosas y no acertaba en abrirlo bien. Por fin, una vez que lo logró, metió la mano dentro, tanteó y luego observó un sobre cerrado pero que abultaba mucho.

–¿Qué es esto, hija mía?

–Tómalo y ábrelo, por favor. Bueno, antes de que lo abras, deja que te diga que es un regalo que Luis me ha hecho para ti; digamos que para todos nosotros, pero que yo le he dicho que serás tú la receptora de dicho regalo, la administradora de todo lo que vas a ver. Doña Liliana, muy intrigada, finalmente abrió el sobre.

–¡Hijita, es dinero, mucho dinero! –exclamó ella–.¡Por el amor de Dios, es muchísimo dinero! ¿Por qué? ¿De dónde los has sacado? ¡Devuélvelo a su procedencia –soltando el sobre otra vez dentro del bolso –, por Dios te lo pido! ¿Qué has hecho, amor? Esto es una locura.

¡Jamás en mi vida había visto una suma tan grande de dinero! ¡Vete ya, por favor a devolver este dinero! ¡Por lo que más quieras, devuélvelo a su origen; esto es una locura! ¿Cómo se te ha ocurrido hija de mi vida? Nunca creí que pudieras hacer algo así. ¡Llévate este dinero, de mi vista, ahora mismo, Luz de mi vida!

Doña Liliana se puso muy mal, no escuchaba lo que le decía su hija y su único deseo era que desapareciera de su vista aquel dineral; que para su realidad era una locura que además les amargaba la vida puesto que se le había cruzado por la cabeza la idea de que, por sacarlos de la pobreza, su hija adoraba hubiese cometido un delito tremendo.

–¡Mamá, atiende, por favor, lo que te digo! Te previne que no te pusieras nerviosa. Te dije que este regalo te conmovería y así ha sido. Pero, ¡escúchame, madrecita! Este dinero me lo ha dado Luis para ti. De Luis, para ti –recalcó Luz –, ¿comprendes ahora, lo que te digo mamá? ¡Sí, es cierto!

Es la cuarta parte de sus honorarios de la corrida que toreó en Bogotá. Como anécdota te diré que Luis, tras percibir los cuarenta mil dólares por sus honorarios, los dividió en cuatro sobres y a uno de ellos lo llevaba él en un maletín que le habían dado en la empresa cuando le pagaron y nos atracaron por la calle, allá en Bogotá, y se quedaron con todo ese dinero. Yo llevaba esta suma que hoy te he entregado a ti; Rodolfo, otra de igual cuantía y doña María, la madre de Luis, el resto.

¡Aquí hay diez mil dólares, madre! –dijo Luz tomando el sobre y volviéndolo a poner entre las manos a su madre a la par que se las apretaba fuertemente y sacudía, como para rescatarla de su alteración; y prosiguió diciendo–.

Luis, en un gesto de generosidad inmensa que lo honra, ha querido regalármelos para que, en su nombre, yo te lo entregue a ti. Dime por favor, madre, ¿comprendes ahora esto que te digo?

–¡Sí, sí, hijita, lo comprendo! Perdóname…  es que yo pensé… ¡Nada, hijita, no me hagas caso! ¡Qué feliz me siento!

–Dijo doña Liliana sin poder ocultar sus lágrimas–.

Llama a Luis, por favor. Le quiero mostrar mi gratitud. Bueno, no, mejor no lo llames, mejor dile luego, cuando lo veas o hables con él que, mañana, por favor, cuando tú termines de trabajar, si sus compromisos como artista se lo permiten, que digo yo que lo espero aquí en casa para cenar con nosotros. ¡Lo quiero abrazar con todas mis fuerzas y darle las gracias con todo mi corazón! ¡Ese muchachito es un ser tremendamente bueno! Y no lo digo por este dinero que nos obsequió, sino por sus actitudes, que abarcan a ésta y las demás que me has contado. Tiene una linda forma de ser. ¡Cuánto me alegro hijita, que Dios los haya acercado uno al otro! Porque tú, mi tesoro, eres un alma tan buena como él –terminó diciendo doña Liliana mientras abrazaba a su hija y depositaba un beso sobre su frente.

Pla Ventura