Mientras Luz y su madre estaban saboreando la dicha del regalo que para ellas había supuesto el hecho de que Luis les entregara aquella suma de dinero tan importante, al parecer, el universo estaba ahora confabulando a favor del diestro. Se hallaba el torero en su hotel y, de pronto, sonó el teléfono.
–¿Señor, Arango? –se oyó al otro lado del cable.
–Sí, soy yo, ¿dígame? –respondió Luis.
–Le habla Nacho Sanz, soy el gerente de la Monumental Plaza de México y quería contratarlo para la temporada grande antes de que se marche usted a España. Ya me ha dicho mi colega de la plaza de toros de Aguascalientes que lo ha contratado para la próxima feria de San Marcos. ¿Tendrá usted alguna fecha libre para dentro de dos domingos, es decir, para cerrar la temporada de aquí con broche de oro? Hemos sabido de sus grandes triunfos en Colombia y nos ilusiona que usted nos obsequie con su arte también aquí en La México, maestro.
Luis quedó expectante; hasta le parecía casi imposible que le estuviera sucediendo una cosa tan buena. En realidad, ilusión la tenía toda por actuar en dicho coso, pero él siempre lo había visto como algo muy difícil. Sin embargo, ahora, lo que era un sueño, dentro de quince días se tornaría realidad. El diestro imaginaba el coso más grande del mundo lleno por completo y se le erizaban todos los vellos de su cuerpo, como si un relámpago helado lo hubiese alcanzado. A cualquier diestro del mundo le agradaría muchísimo ser reclamado para dicha plaza. Y, Arango era el afortunado en esta ocasión.
–Espere, señor, le paso a Rodolfo, mi apoderado y ajustan ustedes todo; fecha, honorarios y todos los detalles al respecto de mi contratación. Ha sido un placer hablar con usted. Hasta pronto y muchas gracias por su deferencia –dijo Luis al empresario. Tres minutos más tarde estaba todo solucionado.
–¡Luis! –dijo Rodolfo–. ¡Hemos concretado todo al instante con Sanz! Había mucho interés por contratarte y todo ha sido muy sencillo. ¿Te acuerdas cuando mendigábamos una actuación? Ahora, ya viste, ¡nos llaman!; antes suplicábamos actuar y, al acabar, si les gustaba nos pagaban algo; ahora, para que toreemos, nos pagan antes y lo que nosotros pidamos. Sí, amigo, Dios mediante, estaremos en La México el próximo día 15. Todavía no sabemos el cartel, pero tú serás la base del mismo, respaldado por dos diestros mexicanos de renombre. Es la última corrida de la temporada grande y, como dice Nacho, quiere cerrar la temporada bien, ¡por lo alto!
La noticia se propagó muy rápido y, al margen de los suyos, la prensa, radio y televisión colombianas se hicieron eco de la misma y todos los medios reclamaban al diestro triunfador. Luis corrió a buscar a Luz que, cumpliendo sus tareas en el hotel y, atareada como estaba, atendió a su amadito.
–¡Luz, mi amor; nos vamos para México en diez días! ¡Tienes que acompañarme! Terminan de contratarme para cerrar la temporada grande en La México. ¿Sabes? ¡Estoy muy feliz! Mis triunfos acá están teniendo una repercusión en el extranjero de una forma que yo no hubiera imaginado jamás. En España, ya formo parte de los carteles de Sevilla y de Madrid, al margen de otras plazas. Pero ¡lo del Embudo de Insurgentes me ha conmovido! ¿Será acaso la novedad que para mí supone actuar en la plaza más grande del mundo? Como sabes, tenía dos corridas previstas para Aguascalientes en la feria de San Marcos, pero los acontecimientos corren más rápido que uno mismo, todo se ha adelantado y, repito, ¡te vienes conmigo!
–¡Amor! –respondió la muchacha– ¡conseguirás que me echen del trabajo! –dijo Luz esbozando una bella sonrisa–. ¡Iré contigo y si tú me lo pides, voy contigo a cualquier parte del mundo! Y se colgó del cuello de su amado, para felicitarlo, besándolo y abrazándolo fuertemente, dichosa y feliz. Sabía lo que significaba para él, esta buena noticia, de su mundo del toreo.
–No sufras que respecto al trabajo, tú sabes que lo que yo le pida a la gerencia del hotel me lo conceden; y lo que les voy a pedir no es ningún abuso. Yo soluciono todo, mi vida. ¡Ya me veo contigo en México! Por Dios, ¿cómo es posible tanta dicha? Sigamos rezando para agradecer, amor; porque es evidente que Dios está con nosotros.
Cuando Luz le contó a su madre los planes que tenía para dicho viaje, la señora se quedó un poco triste; ella temía que Luz comenzase a tener problemas en el trabajo y si bien sabía que Luis nada permitiría que le pasase, no le gustaba la idea de que tal vez pudiese llegar a perder ese trabajo quedando así sin independencia económica; a su vez, saber que su hija se marcharía sola a México igualmente la ponía melancólica.
La madre de Luis, por su parte, cuando él le contó sobre este nuevo acontecimiento de su vida rompió a llorar. Se acordó de la tragedia del muchacho mexicano y no pudo contener sus lágrimas. Sin embargo ellos, por separado y juntos, hicieron comprender a los suyos la magnitud de dicho viaje. Habían pasado los días y, sin darse cuenta, ambos estaban aterrizando en el aeropuerto de México D.F.
Luis no sospechaba todo lo que se le avecinaba. Quizá él no era absolutamente consciente de lo que era su presencia y actuación en el mundo del toreo ni, por supuesto, lo que en el mismo representaba. Y sin embargo, nada es más cierto que todos los medios de comunicación se hicieron eco de su llegada y, tras bajar de la escalerilla del avión, parecía que había aterrizado la personalidad más relevante esperada por México.
Decenas de periodistas y aficionados corrieron a su encuentro; todo era parabienes, felicitaciones, aplausos y gestos de complicidad por parte de toda esa gente. Si Luis estaba aturdido, Luz estaba anonadada; no daba crédito a cuanto estaba viviendo. Era una manifestación de cariño tan multitudinaria la que el mundo del toreo de México le estaba tributando a su amado. Toda la prensa taurina se hico eco de su llegada y la algarabía resultó monumental.
Como cortesía, los esperaba Nacho Sanz, el empresario de La México que, en su Rolls Royce, vino a buscarlos al aeropuerto para llevarlos al hotel. Sanz tuvo que esperar mucho rato hasta que Luis terminara de atender a toda la prensa y demás gente. Era lógico puesto que, dos días más tarde, su persona sería el epicentro del cartel taurino en la primera plaza del mundo. Declaraciones de todo tipo, fotos por doquier, abrazos, autógrafos firmados por Arango; todo lo que estaba ocurriendo cuadraba dentro del arquetipo del ídolo que era él en aquellos momentos para esa entusiasta multitud.
Todos allí comentaban que hacía mucho tiempo que un diestro extranjero no concitaba tanta expectación. Finalmente, tras atender a todos los presentes, Arango y su novia pudieron subir al auto del empresario rumbo hacia el hotel. Una vez allí instalados, tenían ganas de descansar. Había sido un viaje largo y todo el ajetreo de la llegada, los agotó, razón de peso más que suficiente para querer descansar juntos, uno al lado del otro, ellos que tanto se amaban.
Ese era el deseo de ambos, pero el peso de la fama del diestro era el estigma que les acompañaría, de aquí en más por todo México. Y una muestra de esta nueva realidad la tuvieron esa primer noche durante la cena en hotel cuando la gerencia del mismo, como agasajo al matador, hasta contrató un grupo de mariachis que hicieron las delicias de los presentes y, en forma muy concreta, del diestro enamorado junto a la mujer de su vida.
Dos horas largas duró el recital de canciones del grupo de mariachis que engalanó la velada con todas y cada una de las hermosas y afamadas melodías de José Alfredo Jiménez y de otros muchos talentosos compositores más. Rendidos como estaban, eran ya, las altas horas de la madrugada, cuando por fin pudieron recluirse en su habitación, una lujosa suite a la que habían sido invitados por el empresario de la plaza. Todo un detalle. Digamos que el matador estaba lo que se dice puesto en las cuestiones hoteleras, pero Luz estaba alucinada con dicha habitación. Los únicos hoteles que ella conocía, hasta ese momento, eran el Sheraton y en calidad de limpiadora y ese otro de Bogotá pero éste era verdaderamente asombroso. En definitiva, todo esto le resultaba a ella, como un bello cuento de hadas.
Ya en la paz de la media noche, Arango y su novia hicieron el amor hasta caer exhaustos. Por distintas razones, hacer el amor se les había tornado a ellos casi como una quimera. Y a partir de este momento, tenían frente a sí su gran noche. No era cuestión de desperdiciarla. Vendrían muchas más, seguramente; todas las que demandaría su amor pero, aquella era muy especial. Estaban felices y, en sus oídos, todavía retumbaban las dulces melodías de aquellos mariachis que, con toda complicidad y llenos de las mejores buenas intenciones del alma, los habían invitado a la más ampulosa celebración del amor ya que, en definitiva, para eso ellos cantaban con sublime intención. «Te amo, te quiero, te adoro, te necesito…», fueron las palabras que ambos se susurraron con inmenso amor y pasión durante toda esa deliciosa noche.
Pla Ventura