Recién despertados, les pasaron una llamada que, en principio, hasta los hizo preocuparse. Jamás hubieran pensado que sería la persona que estaba ahora al teléfono la que llamaba ya que era la que menos esperaban; ciertamente, en un primer momento quedaron preocupados. Pero, muy pronto salieron de dudas.
–¿Señor Arango? –se escuchó al otro lado del cable.
–¿Si? ¡Dígame, por favor! –respondió el diestro.
–Soy Norma Contreras, Luis. Me enteré por los noticieros de que venías a México y, amigo querido, no he podido resistir la tentación de llamarte. Perdona que moleste tu atención, pero creo que era mi obligación moral llamarte para agradecerte, una vez más, todo lo que por mi marido y por mí hiciste.
–Gracias, Norma. Es una dicha poder saludarte. Me honras con tu llamada, señal inequívoca de que me profesas amistad y cariño y, repito, soy yo el orgulloso de saberte bien. ¿Has podido ya superar, al menos en parte, el amargo trance de la soledad, sin tu marido?
–Sí, Luis, el tiempo restaña todas las heridas hasta la mía que, como viste, yo creía que eran incurables. Estoy entregada a mis hijos y ellos son el centro de mi vida. No podré ir a verte el domingo en La México pero, amigo, te deseo el mayor de los éxitos, que tu nombre empiece a sonar con más fuerza que ninguno. Yo Luis, soy una mujer afortunada, te conocí en calidad de ser humano antes que torero y, como tal, me has emocionado hasta el alma. Tu calidad de amigo y de buena persona vive dentro de mi ser y, como premio, por todo este cariño y esta solidaridad que tu entregas, estoy segura que Dios ha posado sus ojos de una manera especial en ti, y además, con toda seguridad me atrevo a afirmar que tendrás un éxito sin precedentes no solo en el ruedo, sino en la vida. ¿Puedo pedirte algo, Luis?
–¡Gracias mujer!, y por supuesto que puedes pedirme algo. Ya te he dicho que todo lo que de mí necesites, no dudes en pedírmelo.
–¡Gracias amigo! y siendo así, quería pedirte que ahora que estás en el D.F. me gustaría que, por favor, visites a un amigo de mi marido que está pasando por un trance amargo. Se trata de Rodolfo Martín ‘El Mago’. Está internado en la Clínica Guadalupana. Rodolfo es un gran torero del que habrás oído hablar muchas veces; un genio incomprendido al que los empresarios han maltratado sin piedad. Yo diría que son éstos los que han hecho que la vida resulte injusta con él. Y para sumar pesares a estas desdichas, Rodolfo es adicto al alcohol y así es como sucede, al parecer, a veces las vueltas del destino nos juegan aún más en contra, ayudadas por nosotros mismos, y como me han contado, la muerte de mi marido lo ha sumido en el peor de los caos emocionales, de nuevo lo ha atrapado la bebida, me han dicho que está destrozado. Yo te agradecería que, si te es posible, fueras a visitarlo por dos razones; primera porque se alegrará muchísimo que el diestro de moda colombiano repare en su persona, y segunda, para que le hables, lo motives, lo convenzas y le hagas saber que, ante todo, nada vale tanto como la vida. Y estoy segura que tú podrás convencerlo, Luis querido.
–¡Por Dios, Norma! ¡Cuenta conmigo! Es más, será un honor compartir una tarde con Rodolfo Martín, ese genio del toreo del que tanto tenemos todos que aprender. No sabía de su adicción al alcohol y eso sí que me pone muy triste. Entiendo perfectamente que la muerte de tu marido lo haya sumido en esa depresión en la que se encuentra porque, como me contaste en su oportunidad, eran muy amigos. Ahora bien, como podrás apreciar, tu marido, como torero de élite, no era el único diestro importante que respeta y admira al Mago. Yo también lo he hecho siempre. Si, Norma, esta tarde, cuando haya cumplimentado con los medios, junto a Luz, iremos a visitar a Rodolfo a esa clínica que me has mencionado.
–¡Gracias, Luis! ¡Eres un ser espléndido al que Dios acompañará siempre! Dale a él un abrazo de mi parte y dile que, que ni bien se reponga, se venga a pasar unos días en mi casa, aquí en Aguascalientes. Salúdame a Luz y de mi parte y menciónale que digo yo que estoy convencida que ella comparte amor con el hombre más bello del mundo. Y si Dios quiere nos veremos el próximo mes de abril aquí, en Aguascalientes, porque como todo el mundo sabe, tienes contratadas dos corridas en la feria de San Marcos. Que todo te vaya muy bonito, amigo querido.
Las palabras de Norma llenaron de ternura a Luz; ella había escuchado la conversación y estaba emocionada por todo lo que Norma le había dicho a su novio.
–¿Quién es ese tal Rodolfo? –preguntó Luz.
–Se trata de un genio incomprendido del toreo mexicano. Lleva treinta años como matador de toros y hace tan solo tres años que por fin pudo demostrarle a todo el mundo que siempre estuvieron equivocados con él y que se lo estuvieron perdiendo de disfrutar todo este tiempo. Ha sido una víctima de las terribles injusticias que se suelen dar cita en nuestro mundo. Y como sabes, era muy amigo de Raúl y su muerte lo ha sumido en una inmensa depresión y, lamentablemente, sus penas las ahoga con el alcohol porque su genialidad no ha encontrado aún otra forma de demostrar su arte.
De novillero, resultó ser el único diestro que llenó a reventar el coso de Insurgentes. Es un diestro genial, Luz, donde los haya al que, te repito amor, la vida ha maltratado sin piedad. Iremos a visitarlo esta tarde. La mañana transcurrió para Luis atendiendo a todos los medios de comunicación.
El hotel era un hervidero de ellos: prensa, radio, televisión; todos se habían dado cita para intentar sacar las impresiones del joven diestro colombiano que llegaba a La México con aires de figura; con vitola de diestro famoso. Más de dos horas duró el encuentro con los comunicadores y ese es, justamente, parte del precio que se tiene que pagar por la fama. La fama, esa “señora” que te absorbe, te abruma, te roba tiempo, libertad y, en definitiva, te hace prisionero eterno de tu ego.
Si somos sinceros, la fama es la peor “señora” del universo y, sin embargo, muchos, quieren vivir a su lado. Y digo que es la peor, porque llegado el caso, cuando ésta te abandona, apenas eres nadie. Un torero, en este caso, tiene que mentalizarse inmensamente, prepararse de una manera especial para que el día en que la señora fama lo abandone, pueda asumir la vida tal como es en realidad, sin ella.
A Luis se le notaba ya el cansancio, que su condición humilde le denota respecto a la fama, no es lo que él hubiera querido. Arango buscaba triunfar en los ruedos pero, nunca pasó por su mente todo lo que su carrera llevaba implícito. Luis hubiera querido ser muy conocido dentro de los ruedos, su más grande ilusión; pero lo que él no contaba es que, tras despojarse del traje de luces, dentro del mismo hay un ser humano que tiene que pagar también el impuesto que la señora fama exige. Luz observaba todo con lujo de detalles. Era testigo presencial de cuanto estaba viviendo su novio y aquella situación la estaba poniendo tensa.
Preguntas por doquier, lo lógico e ilógico, todo se aunaba para que el diestro fuera pasto de los medios de comunicación. Veíamos a Luis con cara de resignación. Ese era, claro que sí, el pago por la fama. Dentro de todo aquel cansancio mental que suponía atender a tantas personas, había que mirar el lado bueno de todo aquello, la gran repercusión que tendría su persona de cara al cartel del día siguiente en La México que, como todo el mundo sabía, llevaba varios años casi vacía de público.
Apenas nadie reparaba en los carteles que se confeccionaban y, salvo en contadas ocasiones en las que participaban grandes diestros hispanos, el aficionado de México parecía estar reñido con la organización de dicha plaza. Nadie puede creer que una afición se vaya de dicha plaza sin motivo alguno. El aficionado lo es por siempre y para la eternidad. ¿Qué ocurre? Que nadie quiere sentirse engañado, y si los carteles que se le ofrecen no son garantía de algo interesante, sencillamente, ocurre lo que en cualquier espectáculo o negocio, la gente deja de ir. Es como aquel restaurante que en su día tuvo mucho prestigio y, por pretender engañar al cliente, baja la calidad del menú o el servicio y la gente, poco a poco, deja de visitarlo. Ahora, ya solo les quedaba el almuerzo, un pequeño descanso y, como estaba previsto, visitar a Rodolfo Martín ‘El Mago’.
–Recuerda Luz, Clínica Guadalupana –dijo Luis–. A las cinco, si te parece bien, llamamos un taxi y nos marchamos para visitar al maestro.
–Sí, Luis. Me parece bien y me entusiasma mucho conocer a ese hombre.
Pla Ventura