Conforme tenían previsto, todavía no eran las cinco de la tarde y ambos enamorados partían hacia la Clínica Guadalupana para encontrarse con ‘El Mago’. Acudían a dicho centro atendiendo el pedido de Norma Contreras y, durante el transcurso del viaje, Luis llevaba en su pensamiento al artista incomprendido. Se ponía en su piel y, en su fuero interno, reconocía que probablemente él quizá hubiera hecho lo mismo que ‘El Mago’; ver que te lo arrebatan todo y que no te dejan ni te permiten ser el que en realidad tú eres, eso destroza al más grande de los seres humanos aunque sea torero y esté dotado de una fuerza interior extraordinaria, que nada tiene que ver con el resto de los mortales.

Se imaginaba Luis que el encuentro sería emocionante. Arango conocía por completo las vicisitudes de ‘El Mago’ y barruntaba que el encuentro tendría que ser muy emotivo. Luz, desconocedora de la magnitud artística de Rodolfo, estaba más tranquila. Para ella se trataba de visitar a un amigo de Norma, un torero, pero ella no tenía ese convencimiento de que el personaje con el que se encontrarían era diferente, mágico y único; mucho menos sospechaba acerca de la calidad de persona que pudiera ser este tan mentado Mago. Una hora más tarde estaban frente a la clínica.

–Se acabó el trayecto –dijo el taxista. Dentro del recinto hospitalario preguntaron en recepción.

–Por favor –dijo Luis–, ¿la habitación del señor Rodolfo Martín ‘El Mago’?

–¿Quién lo busca? –preguntó la señorita de recepción.

–Soy Luis Arango, matador de toros colombiano y vine a visitar al maestro. ¿Podría usted avisarle o si me lo permite, que subamos a su habitación?

–¡Perdón, señor Arango! No lo reconocí en persona y eso que los medios de comunicación en estos días solo hablan de usted. Sí, ¡cómo no! Seguro que Rodolfo se alegrará mucho de verlo. Puede usted subir. Está en la habitación 206 de la segunda planta.

La joven pareja tomó el ascensor y en breves momentos estaban frente a la habitación del maestro Rodolfo Martín ‘El Mago’. Llamaron a la puerta y, en tres segundos, ‘El Mago’ abría la misma. Era el mismísimo Rodolfo que, un poco demacrado tal vez, los recibía en persona.

–¡Don Rodolfo! –exclamó Luis. ¿Me reconoce?

Por un momento, ‘El Mago’ quedó perplejo. No lo reconocía. Su cara de estupefacción lo decía todo. Solía recibir pocas visitas y aquella lo había puesto en vilo. Unos chicos jóvenes habían reparado en su persona y, este hecho de por sí, como tal, lo dejaba abrumado.

–¡Maestro! ¡Soy Luis Arango, el torero de Colombia!

–¡Luis, por Dios! –dijo ‘El Mago’– si en esta ciudad no se habla de otro tema que el de tu presentación mañana en La México. ¡Qué alegría tengo de verte muchacho! ¿Cómo se te ha ocurrido venir a verme? Me siento bendecido en este instante, matador. Todos los aficionados nos encontramos expectantes ante tu actuación de mañana. Por cierto, has llevado a cabo una temporada magnífica en Colombia y, al parecer, te espera una gran campaña en España.

–Es una dicha, maestro, poder abrazarlo. Me lo sugirió Norma Contreras que viniera a visitarlo y, esa sugerencia, de pronto se convirtió para mí en un deseo inmenso. He visto todos los vídeos de sus actuaciones y, la verdad Maestro, es que todos los que nos preciamos de ser toreros tenemos mucho que aprender de usted. Sus arrebatos, sus genialidades y todo su arte, Rodolfo, me dejan casi sin sentido cada vez que veo sus presentaciones.

–¡Ay, mi Normita! Ella es como una hija para mí. He quedado destrozado ante la muerte de Raúl, éramos muy amigos. Tendría que haber sido yo el que debería de haber muerto en una plaza de toros porque ahora, como ves, soy un cadáver ambulante. Me derrumbé, y ahora, fíjate tú, el testigo de aquella cogida de muerte has tenido la deferencia de venir a visitarme para contarme. Y por cierto, vaya faena que llevaste a cabo con el toro de tu confirmación de alternativa, matador. Bueno, y ahora sí, cuéntame, ¿cómo fue la cogida mortal de Raúl García?

–Mire, maestro, Raúl venía muy dispuesto. Mi gran triunfo lo había espoleado, y mi padrino de ceremonia no quería irse vacío de nuestra plaza de Bogotá; es más, era su presentación en mi país y él no quería irse sin el triunfo. Era el segundo toro de la tarde, y Raúl le enjaretó un aplaudido quite por verónicas y, como le sucediera al español Paquirri, en el último lance, incomprensiblemente el toro lo venció por el pitón derecho y se lo hundió totalmente en la ingle. Todos comprendimos que la cogida era grave. La sangre, el desvanecimiento del diestro, todo hacía presagiar que la cornada era muy fuerte, como decimos los toreros. Pero como usted sabe, los toreros siempre tenemos la esperanza de que la pericia de los doctores con la guía de Dios, haga el milagro. Ellos hicieron todo lo que estuvo al alcance de sus manos, pero cuando salió a la arena el último de la tarde, en aquel momento, Raúl entregaba su alma al Creador.

Rodolfo escuchó atentamente el relato de Luis, y cuando éste terminó de hablar, se quedó en silencio, con la mirada clavada en el piso y los ojos llenos de lágrimas que inútilmente intentaba contener.

Luis, entonces, prefiere cambiar de tema y decide comenzar a interesarse por la persona de su admirado Maestro ya que, en definitiva a eso había venido. Entonces, ahí no más y sin respiro para no seguir con este tema que lo lastimaba tanto, le espetó:

–Y por cierto, ¿cómo se encuentra usted, maestro?

–Estoy mal, amigo. Una vez más me he tenido que internar en esta clínica para desintoxicarme. Me ganó la batalla el alcohol, no supe afrontar mi situación, y ya viste, me refugié en la bebida. He sido un diestro muy humillado por la vida, por la sociedad, por los empresarios, y eso de que mi arte no resplandeciera como en verdad merecía, me derrotó. Me abandonó mi esposa, la gringa. Quizá tenía ella razón. Se llevó a mi hija, y según me han contado, viven en Miami. Todos los males se me juntaron, razón por la que me aboqué a esta desdichada vida. Ni mis éxitos de hace dos años en La México y en todos los estados, han servido para que yo vea la luz en este oscuro túnel en el que me encuentro. Son treinta años como matador de toros y, en el otoño de mi existencia, ni siquiera puedo ordenar mi vida. La desesperación me ha vencido; el dinero que gané se lo llevaron otros y, mi pena, Luis, mi gran pena es que mi madre sigue sufriendo por mí a sus 85 años. Voy a cumplir sesenta años el próximo mes de mayo y, siento que mi vida se ha acabado. En realidad, no quiero vivir. Por eso te decía antes que un toro debería de haberme matado en alguna de las tantas plazas de toros que estuve. Hubiera sido una muerte gloriosa, no sé si la que yo merezco pero sí la que deseo.

–No diga eso, maestro. A usted le quedan todavía muchas páginas bellas por escribir en el glorioso libro de la tauromaquia. Yo hubiera sido feliz si mañana usted hubiera sido el padrino de confirmación en La México. El destino no ha querido pero, fíjese, no descarto la idea de que nos encontremos en algún cartel de tronío. De mi parte, haré cuanto esté en mi mano hacer para cumplir con este deseo mío y si usted no se opone, claro. Mire, voy a proponérselo a la empresa de Aguascalientes, donde estoy contratado para tan importante feria. Sí Maestro, esa feria de San Marcos a la que usted conoce tanto y en la que ha logrado tantos éxitos. Le suplico arrodillado que deje usted la bebida, se lo pido por Dios, Maestro, usted es mucho más que una maldita botella de alcohol, usted es el referente del arte y de la magia, por algo un día lo bautizaron como ‘El Mago’.

Ese apodo dice mucho a su favor, y lo que es mejor, no se lo pueden endosar al primero que pase. Se lo pusieron a usted los que conocían sus genialidades. Ser genial, maestro, es lo más grande que puede sucederle a un artista y ese es su caso. Aquí, Maestro, delante de mi novia quiero que usted me prometa que va a dejar el alcohol: si lo hace, todos seremos felices; desde su señora madre a Normita, nosotros y el toreo entero. Las páginas por usted firmadas en el libro de la torería vivirán eternamente. Ya me gustaría a mí llegar a la mitad de donde usted ha llegado. Sepa que aún en contra de los empresarios, usted sigue siendo el mejor, el más artista, el más rotundo, el más brujo de los diestros que existen por el mundo. Tiene que seguir usted. Su carrera no puede morir como usted pretende. Nadie, maestro, de cuantos toreros estamos en activo, hemos logrado sus cotas artísticas. ¡No se maltrate entonces usted también a sí mismo, por favor! He venido para reconfortarlo y para hacerle comprender que, dentro de su persona, anida un artista irrepetible. No lo mate usted. ¿Me promete usted que dejará el alcohol? Pero, por favor, no lo haga por mí, hágalo por usted y, ante todo, por la persona que más lo quiere en el mundo, su señora madre, Maestro.

El veterano torero estaba totalmente emocionado. Su pecho estaba agitado, latía con fuerza su corazón. Le costaba comprender que este muchacho exitoso le estuviera demostrando tanta admiración, respeto y cariño. Se sentía dichoso. Irreconociblemente dichoso para él, que hace tiempo se había olvidado como era sentirse así.

–¡Prometido, Luis! Lo voy a intentar, es más, lo voy a cumplir. El gesto que has tenido al venir a verme para darme ánimo es lo más bello que me ha pasado en la vida. ¡Gracias, muchas gracias, querido amigo!

Pla Ventura