Tras haber estado el día anterior con ‘El Mago’, Arango se sentía feliz ante lo que representaba su inminente debut en La México, apenas pasada la media tarde. Dicha actuación, en el coso más grande del mundo, dejaba al diestro colombiano lleno de ilusiones. Y para ratificar su dicha, en un momento tan especial, hasta tenía la fortuna de contar con la presencia de su amadita, situación que lo colmaba de gozo. Se había formado un gran revuelo ante lo que sería su actuación esa misma tarde; La México lo esperaba, y los aficionados que por alguna razón no habían podido adquirir sus entradas con la debida anticipación, pujaban ya desde muy temprano por la mañana para adquirir las últimas pocas localidades disponibles que quedaban.

Hacía mucho tiempo que un diestro extranjero no concitaba tanto interés como lo había logrado Arango. El hotel en el que se hospedada era un verdadero hervidero de gente. Todo el taurinismo de México quería saludar al diestro colombiano. Y en parte, toda esta atención de los mexicanos se debía a su loable actitud ante la muerte de Raúl García en Bogotá cuando él, Luis Arango, se comportó de aquella manera tan humana y solidaria con la familia del diestro muerto en Colombia. Dicha noticia corrió como un reguero de pólvora por todo México, y ahora, los mexicanos, querían rendirle gratitud a Luis Arango.

Todo hacía presagiar una tarde inolvidable.

No eran las doce del mediodía cuando Arango ya se hallaba recluido en su habitación. El diestro estaba concentrado ante lo que sería su debut en La México y quería estar solo. Había atendido ya a los medios de comunicación y, por unas horas, deseaba privacidad con el objeto de concentrarse al máximo. En la habitación lo acompañaba solamente Luz puesto que los miembros de su cuadrilla y su apoderado descansaban en otras habitaciones aledañas. En casos como el citado, estar muy centrado en lo que será su futura actuación ayuda mucho al diestro que tiene que salir, quería estar solo para lograr ese grado máximo de concentración. Relajado y feliz, el diestro se había quedado dormido. Sonó el teléfono y lo atendió presurosa Luz para que Luis no fuera a despertarse, con el ruido del timbre, del fastidioso aparato.

–¡Dígame! –dijo Luz. –Señorita Luz, le paso una llamada de Colombia; desean hablar con el matador –dijo el recepcionista del hotel.

–¡Por favor, por favor, el señor Arango! –se escuchaba decir a una voz angustiada–. ¡Póngame con Luis Arango!– se oía al otro lado del cable.

–¿Quién habla?¡Soy Luz, su novia! –respondió la muchachita.

–Luz, mi amor, soy María la madre de Luis; ¡pásamelo hija, por favor te lo suplico!

–Está descansando, doña María. ¿Le ocurre algo? –preguntó con preocupación. –¡Si, hijita, una desgracia muy grande! ¡Ha muerto Roberto!

–Y terminado de decir esto, rompió en llanto. Roberto Arango era el hermano mayor de Luis, un muchacho trabajador y honrado que se ganaba la vida como empleado de una fábrica de balas. La causa de su muerte, totalmente fortuita, no fue otra que un compañero de Roberto haciéndole una broma con una pistola, ¡te voy a matar! –le dijo– mientras le apuntaba con la misma creyendo que dicha pistola estaba descargada, pero al sonar el fatídico clic del gatillo, Roberto cae derrumbado y sangrando. Tres segundos más tarde, yacerá muerto en el suelo.

Los allí presentes quedaron helados y estupefactos. Todos creían, en principio, que se trataba de una broma. Serafín, el que disparó, era el primero que deseaba que esto no fuera verdad a pesar de la roja sangre que fluía, y a pesar de la quietud de su amigo. ¿Quién iba a pensar que esa pistola tenía una bala en su interior o que no tenía puesto el seguro? Ellos trabajaban en una fábrica de balas y había normas de seguridad industrial muy estrictas al respecto. Es más, nunca, a lo largo de la investigación se pudieron explicar cómo llegó esa pistola allí. El revuelo que se formó no tuvo parangón en la historia de la fábrica.

Todos, en un primer momento quedaron sin habla, pero luego todo fue un caos de gritos, súplicas, pedidos de médicos, órdenes y contraórdenes de llamadas a ambulancias. Lo que se presuponía era un juego, una chanza entre compañeros, en breves instantes se tornó un drama insalvable. Y allí tendido, para certificarlo, quedó el cuerpo sin vida de Roberto Arango en el medio de un gran charco de sangre.

La bala le atravesó el cerebro y su muerte fue súbita. Serafín entró en un estado de shock, no podía creerlo. En breves instantes pasó de ser el compañero bromista de Roberto a convertirse en su asesino. Hasta en un momento cogió la misma pistola apuntando a su propia cabeza para quitarse la vida. Era horrible la escena. Y para su fortuna la pistola no tenía más balas. Fortuna o desdicha, según el punto de vista de quien lo quiera ver puesto que Serafín deseó con todas sus fuerzas que dicha arma hubiera tenido otra munición.

Allí se amontonaron todos los compañeros de Serafín y Roberto, incluyendo a la dirección de la empresa y, atónitos todos, contemplaban la escena. Un drama inmenso porque ya no quedaba nada por hacer, ya no había remedio para tal situación. Serafín tuvo que ser hospitalizado debido al trauma que había sufrido. Mientras tanto, el cuerpo sin vida de Roberto Arango era trasladado a la morgue policial.

–¡Doña María, por Dios! ¿Cómo dice? –exclamó Luz.

–¡Han matado a Roberto! ¡Sí, Dios mío, Luz, han matado a Roberto!

–¡Señora, por el amor de Dios; no puede ser posible!

–¡Sí, mi amor, sí lo es! ¡Ocurrió esta mañana! En la fábrica donde trabajaba mi pobre hijito –comenzó a contarle la desconsolada madre entre sollozos–, un compañero, gastándole una broma, lo apuntó con una pistola, ésta tenía una bala y le atravesó el cerebro causándole la muerte en el acto. ¡Estoy deshecha Luz! ¡No tengo consuelo! ¡Todos estamos rotos por el dolor! Luis debe saberlo hija, antes de que se entere por los noticieros. Te juro que jamás lo hubiera llamado en este día porque sé que todas sus ilusiones están puestas en lo que será su presentación esta tarde en la plaza de toros de México. Pero no quiero que se entere; en un momento más inoportuno aún, de la muerte de su hermano. No quiero perder otro hijo. Y yo sé que él nunca me perdonaría que yo no se lo dijera ni bien ocurrió, pero… ¡Ay Dios mío…! No sé qué hacer hija, porque si él no puede cancelar la presentación y tiene que salir igual al ruedo, va estar muy afectado. Él quería mucho a Roberto. Eran muy apegados. ¿Qué piensas Luz? ¿Cuándo se lo decimos a Luis? Tengo la cabeza nublada y el corazón roto, hija… No sé bien cómo proceder.

–Doña María, estoy convencida de que este es, sin duda alguna, el momento más dramático que le debe haber tocado vivir en su vida. También lo es para la mía. Sus miedos son ahora mis miedos. Quedo con el corazón estrujado, y la acompaño señora, lo mejor que puedo, en su sentimiento. Soy consciente de su desconsuelo. De momento, rece usted por Roberto y mañana cogemos el primer avión que salga para Cali para estar ahí junto a usted y abrazarla. Dejemos ahora todo en manos de Dios, nada más podemos hacer.

–¡Esta bien hija! Sé que amas a Luis, por lo tanto respeto tu decisión ya que tú estás ahí y sabes a ciencia cierta cuáles son las posibilidades que tiene mi hijo de llegar al ruedo y terminar su actuación sin que ningún pájaro agorero le dé la mala nueva. ¡Un abrazo hijita, los espero! Como quiera que sucedió que Luis se había quedado dormido a la espera de la hora del frugal almuerzo que elige tomar el torero previo a su actuación, no se había enterado de la conversación de su amadita con su madre.

Luz estaba desolada, con el rostro desencajado, no le quedaba más opción que contárselo todo al diestro. El tema era en qué momento lo hacía. Lógicamente, la situación era de un dramatismo que asustaba. Más aún para la corta edad de la joven muchacha. Arango, pocas horas más tarde tenía que jugarse la vida, de ahí la concentración que había pedido y la noticia que tenía que recibir podía causarle estragos en su alma. Luz estaba inquiera, nerviosa, deshecha en su interior. Optó por bajar al hall del hotel para seguir respetando el descanso del diestro.

Ella quedó temblando y agradecía que el sueño hubiera vencido plácidamente a su amado y, mientras tanto, decidió soportar el inmenso dolor de la noticia que había recibido desde Colombia. No quería encontrarse con nadie por lo que se recluyó fuera del hall, en el jardín del hotel. Necesitaba pensar cuidadosamente cómo iba a proceder. Era ella, en su soledad, la que tenía que tomar la decisión de darle o no la fatal noticia a Luis. Si lo hacía ahora, sabedora de que el compromiso contraído no podía cancelarse, corría el riesgo de que fuera muy perjudicial para el desarrollo de la actuación de su amado, poniendo en peligro aún mayor su vida; si lo hacía más tarde, Arango podía enojarse por su silencio a lo que para peor podía sumarse el enterarse quizá por los noticieros segundos antes de su actuación.

Era sin dudar un dilema griego el que le atormentaba su corazón y su mente en esos momentos. Luz no quería encontrase con ningún miembro de la cuadrilla del torero ni con su apoderado. Su rostro, con toda seguridad, la delataría por completo porque su cara, ciertamente, lo decía todo. Si alguien conocido la cruzaba ahora, inevitablemente, tendría que contar la verdad de cuanto le sucedía. Esconderse de todos en la medida que le fuera posible fue la solución que adoptó. Apenas faltaba una hora para que Luis almorzara, hecho que los reuniría a todos y su cara, desencajada por completo, si no lograba remediarla en lo inmediato, iba a delatarla ante el infortunio que estaba padeciendo.

Pla Ventura