Hoy en día hablar de valores, suena tan vacuo, tan vacío en este mundo que vivimos, que pareciera –si no nos fijamos bien– que el mismo se va cayendo a pedazos; y encontrarlos, de pronto, aquí y allá dispersos pero remarcados en el cuerpo de una novela, pues resulta ya, casi una situación real de fantasía. Y esto es lo que he podido percatarme al leer este nuevo libro de Pla Ventura. Que aquí se habla de valores. Y que hablar de valores, no es para nada aburrido, sino todo lo contrario. Les cuento, para comenzar, que el título me llamó la atención, porque me dio la sensación de que con esa expresión tan española de ‘¡Va por ti!’, como lectora se me increpaba, se me sacudía, se me inducía a tomar acción, diciéndome algo así como… ¡vamos lee, que para ti he escrito este libro! Claro, que esa sensación luego se fue diluyendo, se fue aflojando y me fui sintiendo más relajada, menos increpada, porque no era personal la cosa.

Si bien, Pla Ventura, con su manera tan simple y directa de narrar las situaciones que en estas hojas relata, así parecía querer que sintiera y me di cuenta que no se trataba en realidad de una increpación al lector, sino más bien de un brindis, de corte muy taurino, que mi argentino ser, no llegaba a interpretar como lo que era, es decir, un envite a reparar en algunas situaciones, que él consideró oportunas contar y que a veces uno, si bien puede que las viva o haya vivido, las suele dar todas como normales y todas como por hecho y de todos los días… ¡total…, así es el mundo! Injusto a veces para algunos debido a las acciones de otros que lo consideran de su propiedad y no como un bien común y prestado por Dios. Para este paso, esta transición que por esta Tierra tenemos que hacer, y como lo consideran sólo suyo, les parece por lo tanto, digno de hacer con él lo que tengan en gana, importándoles poco o nada lo que con los demás ocurra –como si los demás no fueran también ellos– y así darle guarida a detestables sentimientos y situaciones que en los sectores más vulnerables de nuestra sociedad hacen más mella. Y nosotros, los que sabemos que el mundo no es nuestro de manera exclusiva, a veces parece que miramos desde fuera sin darnos cuenta de que nosotros también estamos dentro. Años atrás, la crisis, el desempleo… la nada…, eran cosas que pasaban en Latinoamérica o en África o en India o, digamos que para generalizar, en el tercer mundo. Jamás en el primero, donde todo era perfecto a costa quién sabe de cuánto. Pero la vida da muchas vueltas, y el mundo cambia de posición y lo que parecía perfecto un día se vuelve del revés, lo que estaba arriba baja y lo de abajo sube… y ya nada es como era antes, y es ahí cuando nos damos cuenta de que hay cosas que, pase lo pase, no cambian, que en verdad son inalterables, y esas cosas son las que nos hacen sentirnos orgullosos de ser humanos. A esas cosas las solemos llamar valores, porque son inalterables, porque justamente valen, porque nos tocan el alma y el corazón y después de eso permanecen, son eternos.

¿Quién puede dudar del valor y de lo eterno que es el amor de Dios… o de una madre… o de un padre?, ¿quién de la amistad sincera de un leal amigo?, ¿quién de la verdadera justicia, es decir, la divina… de la solidaridad… de la verdad, que siempre termina manifestándose… o del bien hacer de la gente buena? Todos estos valores son lo que consideramos perdurables, inalterables, eternos y a llenarnos de estas cosas propendemos. Cuando caminamos despiertos, y no cegados tras espejitos falsos de colores que nos hacen creer que valen, pero que en realidad son chucherías sin ningún valor, pasajeras, que tendremos que dejar. Sin embargo, sabiendo esto, aún hay gente muy dormida que puja por llenarse de ellas, dejando de lado los verdaderos espejos que son los que retroalimentarán, con su fiel reflejo, los interrogantes de nuestra alma que, resueltos, nos permitirán decir al final de este camino que fue un placer, un honor; una felicidad haber vivido, haber estado de paso aquí, por esta tierra.

Ni el dinero, ni el poder, ni la fama, ni ninguna de todas esas chucherías por las cuales alguna gente muere, mata, dilapida y ofende a Dios, en cada desatino, en cada descuido, les abrirá las puertas del cielo. Sin embargo, siguen inconscientes cual zombis, como si nunca fueran a tener que marcharse de esta tierra, como si nunca nadie les fuera a reclamar por ninguna de sus malas acciones, como si al final del camino no hubiera nada más… como si Dios no existiera… como si el hecho de ser imbéciles en este presente de locura, les diera el pase para la paz y la felicidad anheladas. Sabemos que no, que ellos están equivocados, que ése no es el camino pero, sin embargo, seguimos ciegos del alma, juntando esos falsos espejitos de colores. Pla Ventura, por su forma de ser, todas estas cosas las capta y luego las advierte, moviliza, provoca en la trama de este libro. Y no lo hace desde un púlpito, ni desde ningún lugar santo, sino presentándonos seres de buen obrar que viven vidas extraordinarias sólo porque eligieron ser toreros; pero vidas al fin, como las de cualquiera que todos los días se calza un traje de luces, real o imaginario, a la hora de salir a trabajar y de darle la cara al mundo. Seres, como seguramente somos la mayoría de nosotros, a los que nos pueden pasar algunas de las mismas cosas que aquí suceden, y que nos hacen ver lo falaz de las divisiones: taurino o no taurino, porque somos lo mismo, porque ambos somos humanos. Padres, hijos y demás personas podemos vernos retratados en los personajes que nos presenta el autor de manera exageradamente real. Y ni qué hablar cuando comienza a describir algunos aspectos de la fiesta taurina que no suelen darse en el redondel, sino fuera de él. Cuando sólo queda la persona humana. Y que por lo tanto, nada tienen que ver con el diario fustigar de la profesión de crítico implacable de dicho ramo que, además de escritor, tiene este autor y que lo lleva a denostar permanente todo aquello que huela a mentira y que no tenga que ver con la integridad y autenticidad de esta fiesta tan española, de los toros. Técnicamente, no estaría mal decir que se trata de una novela de temática taurina, pero tampoco estaría mal decir que tiene más de un touchde novela romántica, y tampoco quedaría fuera de lugar afirmar que es una novela de las llamadas psicológicas o reflexivas, ni tampoco sería muy errado aseverar que tiene bastante contenido espiritual, cuando de valores humanos que iluminan el alma, se trata.

Y ni qué hablar de esa pizca de reclamo o alegato social cuando describe situaciones detestables que la gente, por lo general pobre, vive a causa de no quedarle otra alternativa. Ninguna de todas estas temáticas quedan excluidas de la clasificación de su trama, porque es tal como se nos presenta la vida misma. Así, esta nueva novela de Pla Ventura adereza la lectura con variopintos sabores. Hay encanto y también desencanto, hay sonrisas, amor, sexo, valentía, épica, penas y alegrías…; hay vida latiendo en estas páginas y en estas letras, de este inquieto autor. También hay descritas situaciones increíbles, pero posibles… y hay milagros. Hay sorpresas. Hay toros y hay arte. Es más, se podría decir que relatan en cierta medida la vida, las vivencias de dos disímiles, pero a la vez idénticos toreros, en un halo de paradoja constante y con un enganche, una continuación, una historia de otra, impredecible… tal como es la vida, que se abre paso incluso hasta la muerte, y aún después, creando y recreando a su total antojo, sin importar aparentemente lo que los humanos quieran. «El hombre propone, pero Dios dispone», dice un conocido y verídico refrán, y así es como es la vida, que se nos presenta en cueros y en un instante es cal y en el otro, arena.

A la vida, Pla Ventura la describe de una manera llana, sencilla, directa. Él suele decir que así lo hace, porque escribe para que sus libros sean leídos en una presiesta y para que, mientras se vaya devorando su lectura –porque son muchos capítulos cortitos, que se leen rápidamente, y que dan ganas de seguir y seguir leyendo el siguiente y el siguiente capítulo, para saber qué sucede–, el mensaje que quiere transmitir llegue directa e inadvertidamente al corazón y al alma del lector, con el propósito de ponerlo a vibrar en la misma sintonía de la vida que, según Pla Ventura, es la única distracción valedera que todos los humanos deberíamos tener. Él, el autor, siempre se clasifica a sí mismo como un vendedor de ilusiones, aspirante a artista, que nunca pisó la escuela, o que por su puerta pasó ligerito; pero que pese a esto, nunca dejó de cultivar su alma ni de autoenseñarse a ser eso que siempre, y desde muy pequeñito, quiso ser: un escritor. Estimo, que luego de haber leído esta obra y también varias otras que tiene ya hace varios años publicadas –como por ejemplo Diario de un Mendigo, Me Distrajo la Vida, 30 Años y Un Día, La  Magia  de Cabral…–, puedo afirmar que escritor es, pero que vendedor de ilusiones es un título que le viene como anillo al dedo a este autor. Porque, holgadamente, logra con la agilidad y prestancia de su pluma, colocar todas esas ilusiones que vende en el corazón del lector, haciendo que las sienta al punto de que, en determinados casos, éste llega a vestirse con la piel de los personajes y tiene ganas de decirle a Pla: «¡Oye tú, pero cómo es que le has hecho esto al personaje tal!»… o sino… «¿Sabes? Así fue también que a mí me pasó»… o sino esto otro y no menos risueño: «Yo, en el lugar de tal o cual, hubiera hecho esto y no eso otro que éste hizo».

Y Pla, cuando constata que esto es lo que les sucede a sus lectores, se siente feliz y reconfortado, ya que ésa era su meta, y ésta es su obra. Me he enterado de que este libro no va a ser vendido en escaparate alguno, de librería alguna. Sino que Pla hará taitantosejemplares para regalarlos a sus amigos, porque esta es la forma muy personal que él tiene de dar a la gente que ama lo mejor de sí y en el caso particular de este libro que de su pluma nació, es  la manera que siente de regalarles a todos, algo que no pueden comprar en ninguna parte y que sólo lo obtendrán, porque él se los dará, porque así nace de su generoso corazón. Y conocida por todos es la generosidad de este caballero en muchos frentes. Él jamás regala cosas que con dinero se podrían comprar. En su lugar prefiere regalar magia, ilusiones, valores… elementos útiles para elegir mejores caminos donde la verdad siempre sea la meta y donde el bien sea, de los dos lobos que lleva dentro el ser humano, el mejor alimentado.

Si este libro de Pla Ventura ha llegado a sus manos, es porque el autor se lo ha regalado, o bien porque usted tuvo la fortuna de que alguien se lo dio a cambio de que usted, respetable lector, haga una obra de bien donando a Cáritas una suma, pequeña o grande –eso no importa–, porque el tamaño lo fijará su corazón, para que esta noble institución continúe por toda España arreglando, remendando, ayudando a todos aquellos que la crisis, o el ajuste, dejó fuera del camino de la felicidad y de la vida. Dios nos dio todo para que nadie se quede afuera y, sin embargo, hoy muchos se han quedado sin trabajo, sin hogar, sin esperanza. Cáritas sólo intenta cumplir con lo que Dios nos pide en cada momento: AMA A TU PRÓJIMO, COMO A TI MISMO. Si todos hiciéramos esto, pondríamos a favor de los demás, y sobre todo de los más débiles o desfavorecidos, todos los dones que Dios nos da.

Mi querido amigo Pla Ventura pone su verbo, su palabra y lo mejor de sí para venderle ilusiones al mundo, allí donde las hayan perdido, allí donde se las hayan quitado. Ilusiones que le permitan recobrar su humanidad, la esperanza y levantarse para seguir andando. Y doy fe de que lo logra con la magia de su literata pluma y de su genial persona. Lee este libro, amigo lector, colabora con Cáritas, y después me cuentas si VA o no POR TI toda esta obra.

Cristina Gálvez