Hoy han asistido a la plaza dos mil quinientas veintiuna  personas, siendo el uno Diego Urdiales que estaba en el callejón, sencillamente el torero que ayer bordó el toreo en dicho ruedo.

Se han lidiado de forma lamentable seis animalitos de Garcigrande que, para los aficionados es todo un fraude mientras que, para los toreros, el caldo de cultivo adecuado para su uso y disfrute personal. Animalitos más anovillados que otra cosa, sin apenas fuerzas; con todos los componentes «mágicos» que necesitan las figuras para ponerse bonitos o, en su defecto, como si fueran héroes jugándose la vida de verdad. Es cierto que, un toro siempre es un toro, por pequeño que sea, pero nos acordamos hace ahora treinta años de los toros que toreaba César Rincón y con las ganaderías que resultó ser triunfador absoluto en Madrid con cuatro puertas grandes en Las Ventas y, compara aquello con lo que vemos en la actualidad nos entran ganas de vomitar. El gran César Rincón triunfó con los toros de Celestino Cuadri  con los Murteria, con los de Ibán y ganaderías encastadísmas, justamente las que le auparon a la gloria.

Morante no ha querido. Le han salido dos animalitos muertos ya de chiqueros y, salvo las cinco verónicas que nos ofreció en el primero de su lote, el resto de su tarde ha sido para olvidar. Pero no pasa nada porque es la figura actual y, lo que él haga bien hecho está, al menos, así lo parece. No es menos cierto que, con esta clase de novillejos con escasas fuerzas, sin casta ni nada que se le parezca a un toro bravo, luego se siguen quejando de que los aficionados  no van a los toros.

El Juli ha tenido un primer enemigo que ha salido muerto a la plaza y no quería ni verle. ¿Tendría razón el toro? Lo digo porque los animales tienen visión y, al ver la cara de mala leche que pone ese hombre, cualquiera embiste ¿verdad? En su segundo, el torito de la tarde ha sido de una bondad extrema; sin casta ni maldad, pero con esas embestidas pastueñas con la que el diestro ha estado tan pulcro como siempre porque, lo que se dice técnica la tiene para dar y tomar. Pero una cosa es dar muchos pases al hilo del pitón, metiendo pico en cada momentos y otra muy distinta torear como Dios manda. No menos cierto que, El Juli se ha hecho rico con su esfuerzo, eso sí, será difícil que nadie recuerde una faena suya, entre otras, la de esta tarde que tras matar de una estocada le han dado regaladas las dos orejas; lo digo porque una hubiera sido el premio justo.

La sinfonía total la ha dado Juan Ortega que, como ha demostrado una vez más, es uno de los grandes artistas que tenemos en la actualidad. Su toreo no es el de nadie; es decir, no se puede comparar con nadie porque Ortega es único en su quehacer. La pureza junto al sentimiento más arrebatado nace de sus manos y sentidos para que todos sintamos la dicha y el placer de contemplar ese sueño al que llamamos arte. Sus faenas han tenido el denominador común de la naturalidad. Vaya manera de mecer la muleta frente a sus enemigos.  No sé si primera labor ha sido más bella pero, en  las dos ha brillado con mucha intensidad; no han sido faenas rotundas porque no han tenido la continuidad que Juan hubiera querido pero, sus muletazos eran monumentos al arte. Ha marrado con el acero en su primero y ha cortado una oreja en su segundo que, las orejas nada importan cuando se ha presenciado ese misterio que se llama arte. Como digo, El Juli ha cortado dos y nadie se acuerda de nada.

Entendemos la lucha de Juan Ortega, esos casi diez años que lleva bregando en el mundo del toro en el que nadie le hacía ni puto caso hasta que el pasado año, en Linares, Córdoba y alguna plaza más, explotó el toreo de Ortega con una intensidad maravillosa y, como si de un milagro se tratare, de repente, le han sentado en el banquete de los grandes. Sin duda que, su calidad artística, la que muestra con estos animalitos le permitirá comprarse un cortijo a poco que los toros duren un par de años más, cosa que dudo. Le deseamos lo mejor, ante todo que se compre un par de fincas que, si las tiene El Juli con su forma trapacera de torear, Ortega es merecedor de eso y mucho más. Eso sí, ahora somos indulgentes porque el chico está empezando y, repito, su arte debe darle para comprarse lo que él quiera que, para eso le ha tocado Dios con la varita mágica del arte. A partir de ahí, a diario le recordaremos que lo de su arte es subliminal, maravilloso, único e irrepetible pero, a partir de muy poco tiempo le tendremos que decir que, ese arte tiene que desarrollarlo frente al toro de verdad porque, junto al burro moribundo no nos sirve. Como fuere, tal y como está el toreo, que Dios siga bendiciendo a Juan Ortega, que nos lo conserve muchos años porque, con su personas, junto a él, nos seguiremos deleitando con su arte.

Pla Ventura