Maldito el caballero que sin espuelas cabalga. Zamora, 1065, en cuya muralla aquel hidalgo caballero, El Cid Campeador, Rodrigo Díaz, el de Vivar del Cid, incrustó su lanza mientras perseguía al traidor que con la vida de su Rey, Sancho II de Castilla, había acabado. No solo dejó clavada en las puertas del fuerte su arma, cuyo cometido era vengar la muerte para quien lealmente servía, sino una lección para caballistas y caballeros: maldito el caballero que sin espuelas cabalga… En la leonesa ciudad, 952 años más tarde, algunos celebran que “Gironero” haya reivindicado un encaste, de los que tuvieran días mucho más lustrosos y cotizados, y por ende, una Fiesta: la de la diversidad, la emoción, la variedad, la casta y la bravura. Por tanto, ese “atanasio-lisardo”, que nació por allá en el diciembre de 2012, sirvió de caballo de batalla de muchos, pues supuestamente se hizo merecedor del indulto, de su regreso a la salmantina finca de “El Puerto de la Calderilla”. Lo mismo que el Cid, “Gironero” podría haber marcado una lección para la perpetuidad, para las generaciones venideras…

 

Vaya por delante que quien esto firma poco partidario es de los indultos. Compréndanme. No seré un absoluto opositor y contrario a ellos, sino solo exijo que se les dé el mérito que realmente merecen: a un toro bravo en su máxima extensión, desde que pisa el albero, la tierra del redondel, hasta que la suerte suprema se simula. Podrán acusarme de mal aficionado, algo que ni siquiera que me considero, también podrán hacerlo de rancio o de reventador, pero me asquea profundamente el arma, que acaba deviniendo en de doble filo, de utilizar los indultos como defensa ante los ataques externos. Tan excepcional y extraordinario premio no puede emplearse para disimular complejos de quienes se avergüenzan de la muerte del toro bravo en el ruedo: único animal nacido para morir, entre los honores y el respeto de quienes más lo admiran, llevando la guadaña de la muerte en sus pitones hasta el último de sus suspiros. Sería algo muy parecido a que los defensores del colectivo afroamericano se acomplejaran de ser, precisamente, negros. No se pueden ir contra algo intrínseco del ser.

“Gironero” fue lidiado, por accidente, pues entró en sustitución de los anunciados inicialmente, por Sebastián Castella, para sorpresa de un mismo servidor. Sorpresa pues lo vi algo más mandón que últimamente, acertado en las distancias y la duración de las tandas.

En cuanto a su lidia, salió frío de salida, algo tan típico y habitual en su encaste, esos toros descendientes de lo que Don Fernando Parladé tuvo en su día; cuyos caracteres morfológicos y temperamentales fueron afinados por don Atanasio Fernández; y mejorados y complementados por otro salmantino ilustre, con reses murubeñas: Lisardo Sánchez. Nuevamente se nos privó del tercio de varas, siendo inexistente. Algo  que, según el artículo 72 del Reglamento Taurino de Castilla y León, es imprescindible, demostrar una gran condición en el primero de los tres que forman la lidia, para postularse a firme candidato del indulto. Por tanto, el indulto del burel fue, ante todo, antirreglamentario. También en los primeros compases denotó su escaso poder y la tendencia a salirse de las telas no muy humillado. Mejor condición tuvo por el derecho, donde el francés se empeñó en dejarle la muleta siempre puesta en la cara, para ligar. Por el izquierdo, el defecto apuntado fue mayor, lo cual debe sumarse al escaso recorrido del animal. Al finalizar las series, el morlaco hizo hilo, cosa que su “matador” garbosamente aprovechaba para lucimiento propio. Embistiendo en todo momento rebrincado, no quiero ser pesado con el porqué. En los últimos compases de la faena, el toro mostraba evidentes signos de haberse rajado, pues siempre buscaba las tablas en los remates. De mientras, en los tendidos se desataba la locura. Dentro del delirio generalizado, el Presidente mostró el tan codiciado moquero naranja. En esos momentos, el toro estaba más pendiente de tablas que de otra cosa…

Ante tal acontecimiento, solo se me plantean tres posibles conclusiones: ciertamente, fue un gran toro y no lo supe ver, ojalá; nos estamos equivocando en la estrategia ante los ataques externos e incesantes; o la gente es lo que realmente quiere… Tres cuestiones para las que no se me ocurre respuesta.

 

Por Francisco Diaz