Cuando me refiero a los burros de Castellón no me estoy refiriendo a sus aficionados que, como se sabe, son santos hasta el límite de los altares; pero por esa misma razón pierdo el humor al ver qué clase de animalitos se lidian en dicha feria. A la capital de la Plana acudí invitado por un amigo querido, Juan Nebot Far, un aficionado auténtico que sabe mucho de toros y, naturalmente siente la misma vergüenza ajena que yo sentí al ver los toros que se lidiaron en Castellón.
Digamos que, tras el festejo, en el Hotel Mindoro, Javier Hurtado de TVE era el encargado del coloquio tras el festejo y, Hurtado no dañó a nadie; es decir, siguiendo los parámetros del taurinismo, todo resultó maravilloso en dicha feria. Claro que, uno tiene memoria y le hubiera gustado ver dichos coloquios tras el festejo y lo que había sido la tarde, a Alfonso Navalón Dios lo tenga en su gloria. Lo de Navalón si eran coloquios como Dios manda y, repito, tras todo lo que se lidió en dicha plaza, de haber estado Navalón en dicho hotel todo Castellón se hubiera enterado de todo lo que allí aconteció. Hurtado, el hombre, es una pieza más del engranaje del periodismo taurino ligado a dicha materia y, por respeto al jornal que cobra, el pobre no pude decir una palabra más alto que otra.
Juan Jesús Herrero, mi director, a sabiendas de que acudía yo a Castellón, me pidió que, tras la feria le hiciera un breve resumen y este es el resultado de todo lo que vi. Como digo, siento escalofríos cuando veo que se burlan de estos aficionados y lo hacen de mala manera; es decir, sabedores, los taurinos, de que en Castellón quieren ver a los toreros, éstos se traen sus animalitos debajo del brazo y, a partir de ahí, todo lo que salga ya es ganancia. Decía Hurtado, en su análisis sobre el festejo que todos los toros cumplieron con la legalidad establecida, pero lo que el bueno de Javier no nos dijo es que aquellos pitones olían a serrucho de mala manera; y nunca lo podré afirmar ni nadie nos lo podrá demostrar pero, tampoco hace falta ser muy listo para comprobar lo que digo. No eran los de Arnedo, pero faltaba muy poco. Para suerte de los castellonenses, los pitones de los toros allí lidiados no sangraban por las puntas, algo es algo.
¿Qué decir de todo aquello? Los burros de Juan Pedro como el resto de las ganaderías lidiadas no emocionaron a nadie. Decía Valle Inclán que la fiesta de los toros para que emocionara tenía que estar teñida de tragedia; es decir, que se palpara el peligro, el drama, la tragedia que aludía don Ramón María. Allí no hubo peligro alguno y todo ocurrió con la normalidad que caracteriza a este tipo de festejos. Es cierto que los toros tenían el peso reglamentario pero, lo que se dice trapío, no lo vi por lado alguno. Más que toros, todos, en su conjunto, eran hermanitas de la caridad que correteaban por dicho ruedo.
El Fandi trabajó a destajo y sus piernas siguen siendo las más atléticas del toreo, sin ser del Atlético de Madrid. El hombre puso lo que sabe, banderilleó, trabajó a destajo y le premiaron con orejas. El Juli hizo el ridículo más grande del universo; con los pegajositos animalitos que le cupieron en suerte no supo qué hacer. Vulgar hasta decir basta y, a sabiendas de lo que tenía delante, eso era de vergüenza, pero como este tipo no la tiene se marchó tan contento. A Manzanares sospecho que le dieron una oreja pero, el petardo no pudo ser mayor; uno de sus enemigos se le cayó varias veces y, una de ella, por poco le cae encima y le hubiera podido hacer mucho daño. Como digo, animalitos moribundos, sin peligro, sin maldad, sin ninguna mala idea, con semejante material anduvieron todos, incluso Pereda que, dada su estatura, sus enemigos parecían ratones negros ante su muleta. Igualmente le premiaron. La gran traca la disparó Roca Rey que, con lo que tenga enfrente es capaz de repetir la proeza y triunfar porque está en estado de gracia y, como quiera que ha logrado lo más grande del mundo, que la gente le espere, le esperan para premiarle su tremenda voluntad y, sin duda su ciencia estoqueadora. No hace falta ni que tenga toros enfrente porque ha logrado ser perdonado de antemano.
De todo lo acontecido en Castellón me quedo con el duende de Morante y la magia de Finito. Morante tiene un estado de gracia tal que, es capaz que nadie mire el burro que tiene enfrente porque su arte puede con todo; es decir, ese duende que atesora le sirve para emocionar a los espectadores sin apenas tener un toro delante. Momentos bellísimos que nunca olvidaré. Pese al sainete con la espada, Morante encandiló a propios y extraños, algo que me supo a gloria. De igual modo, Finito, en la tarde lluviosa de ayer tuvo valor y arrestos para mostrar su magia como hiciera en Valencia; no redondeó nada, pero los momentos que tuvo con su segundo enemigo ya valieron el precio de la entrada. Son toreros distintos que, sin apenas toro, nadie repara en ello porque el arte es superior a la pobreza de los toros lidiados.
Cayetano estuvo digno, como siempre, pero no convence a nadie; es el comparsa de las figuras pero como está rico y famoso, todo se le consiente. Varea pudo haber salido por la puerta grande pero el presidente le negó la segunda oreja, una pena porque el chico estuvo digno, por momentos muy torero y, a tenor de la porquería de orejas que se habían dado anteriormente, darle la segunda a Varea no hubiera desdeñado con nadie. Toreó muy bien pero, solamente por el esfuerzo que hizo ante el barrizal, con ello ya bastaba para haber sido premiado por partida doble, no es menos cierto que su rotunda estocada, la misma, ya valía el premio doble.
Pla Ventura