Puede que organizar ferias del calado y extensión de San Isidro en Madrid o Abril en Sevilla, necesitan de unos gestores profesionales, avezados en la materia. Pero, ¿qué podría suceder en plazas de menor importancia? Hace unos días, hablando con el compañero y gran amigo Luis Pla Ventura, me contaba una de sus mayores experiencias taurinas, que había sido en el pueblo francés de Céret. Tuvo la dicha de vivir esa tauromaquia que muchos amamos y defendemos: ganaderías encastadas, donde el toro-toro se alza como gran protagonista. Después llegarán aquellos espadas que puedan con esas corridas. Evidentemente no van a estar aquellos que si lo hacen en Nimes, por poner un ejemplo; porque no toda la Francia taurina es así.

Los aficionados que acuden a Céret lo tienen muy claro: la suerte de varas es como un acto sacramental, y por ello necesitan del toro exigente, el que no regala su vida. Por eso, nadie suele mentar ni tan siquiera en broma la dinastía Domecq. La pequeña plaza de Céret, con sus 4.000 localidades, lleva camino de convertirse en el santuario de la Tauromaquia; al igual que en la antigua Grecia los peregrinos acudían al templo de Delfos, hoy los aficionados de cualquier lugar lo hacen a Céret para reencontrarse con las genuina filosofía de entender, amar y respetar esta milenaria tradición artística.

Y a todo ello, son los propios aficionados del pequeño Céret, una localidad cercana a los ocho mil habitantes, los que ejercen de empresarios. Se han constituido en lo que denominan «Association des Aficionados Céretans», y ellos serán los que irán buscando encastes serios, ganaderías que no suenan en las ferias españolas ni por asomo, pero que representan el anhelo torista de estos aficionados. Ejemplares que puedan tomar tres o incluso más varas, y que dignifiquen el trapío de un toro bravo.

La ADAC, es decir la asociación, mueve todos los hilos de la organización; desde ir a las fincas para elegir el ganado a lidiar, contratar a toreros, regular permisos, arreglar y preparar ruedo y plaza en general. Precisamente, alrededor del coso, instalan carpas para ofrecer viandas y bebidas a los asistentes. Tanto areneros, acomodadores o personal de limpieza son socios de esta entidad. Uno de los detalles singulares en esta organización, es la participación de algunos hijos de socios, que siendo niños colaboran en algunas tareas; lo que les hace ser incipientes aficionados al toreo.

Las entradas no son precisamente baratas; sin embargo eso no es óbice para que la plaza registre llenos. Esto demuestra que cuando las cosas se hacen bien, y se persigue la autenticidad de un espectáculo, el público siempre responde. La filosofía de esta asociación ha provocado respuestas en algunos puntos taurinos españoles, que han recogido algunos detalles, aunque no lleguen a una consolidación absoluta al puro estilo de Céret.

Ir a este enclave francés, asistir a sus festejos es como viajar en el tiempo para revivir una tauromaquia que mucho tiene que ver con el siglo diecinueve, donde la primacía del toro estaba por encima de todo, que la suerte de varas era la esencialidad del espectáculo y donde las larguísimas faenas del toreo actual con animales que ya llegan picados desde la ganadería están de sobra.

Giovanni Tortosa

En la imagen, el toro que habitualmente se lidia en Céret, sin duda, la verdad de la fiesta.