Unas manos artesanales te confeccionaron, en tus telas y rasos llevas bordados, lentejuelas, alamares, machos.

Te pusieron de nombre traje de luces por el reflejo de luz que desprenden tus lentejuelas.

Has sido mi indumentaria durante muchos años, la primera vez que te llevé sobre mi piel fue en 1978, desde entonces todas las primaveras hasta que llegaba el otoño viajabas conmigo, vestirme de ti era una especie de ceremonia o ritual cada día que me enfundada tus prendas y telas.

Siempre al vestirme, te saboreé, lo hacía lentamente como el que da una calada profunda al tabaco y expulsa despaciosamente su humo como si quiera retenerlo y degustarlo más tiempo en la garganta.

Si tú pudieras hablar de lo que es el miedo, de las cornadas, del fracaso y el triunfo, lo explicarías mejor que nadie.

Cuánta intimidad y complicidad hubo entre tú y yo.

Contigo cada viaje y cada tarde de toros era una aventura bonita e incierta, sabíamos cómo salíamos del hotel, yo preocupado, tu brillante y llamativo, todo el mundo se fijaba en tí, deslumbrabas con el brillo de tus lentejuelas, tu bordado, tus alamares y machos captaban la atención de todos los que te veían, nunca ni tú, ni yo sabíamos en qué condiciones íbamos a regresar de la plaza.

El destino y la suerte decidían por nosotros.

Tú podías regresar limpio o sucio, con sangre del animal, con polvo de la arena de la plaza, con algún roto producido por las astas de un toro y yo podía también como tú regresar intacto o no regresar por ser corneado, podría también regresar triste si no habían rodado las cosas, alegre si había habido triunfo, et.

Lo que estaba claro que a nuestro regreso de la plaza ninguno de los dos íbamos a volver igual por las diferentes circunstancias que conlleva el desarrollo de la lidia de un toro.  Las tardes de calor de verano solíamos regresar los dos mojados, tus telas húmedas y mi piel sudada.

Al término de los festejos, cuando cae la tarde el sol ya no brilla con la misma intensidad o incluso ya se ha ido y los metales de tus lentejuelas no tienen la misma viveza de la mencionada luz, yo si no tenía ningún percance físico que suele ser lo normal la mayoría de las veces aunque no siempre,  volvía con otro gesto en la cara, alegre si había salido todo bien, enfadado si no me habían salido las cosas como uno quiere, lo que sí es seguro que el rostro de mi cara, ya era otro, estaba relajado, la tensión, preocupación y miedo que se tiene antes de torear desaparece, al término del festejo el cuerpo suele estar sin el más mínimo estrés.

Cuántas cosas he sentido junto a ti, cuántas satisfacciones, preocupaciones, éxitos y amarguras hemos vivido juntos.

El día que dije adiós al toreo para despedirme de mí profesión en cierto modo también me despedí de ti, ya nunca estarás sobre mi piel, ya nunca más tus lentejuelas brillarán a la luz del sol, ahora por fin después de tantos años descansas en la percha del armario.

Seguro que en las tardes de verano sientes frío en ese armario y te gustaría sentir el miedo, el calor, las ovaciones y tantas cosas que vivimos los dos.

Desde que te colgué en el armario no he querido volver a verte y no es porque te odie, todo lo contrario, es por no recordar tantas cosas que vivimos juntos y que ya no volverán.

Los dos nos merecemos una vida sosegada y tranquila.

Gracias, traje de luces (Vestido de torear).

Julián Maestro, torero