Un apretón de manos, antaño, era la fórmula donde los caballeros sellaban un pacto de honor entre ambos por aquello que habían decidido previamente. Es decir, no hacían falta más documentos que el honor que dichas personas sellaban en tan hermoso acto. En la actualidad, un apretón de manos no suele ser otra cosa que la cortesía con la que se saluda la gente pero sin más argumentos; algunos, de forma estúpida, te dan la mano, la dejan muerta, lo que equivale a decir que ni debemos fiarnos de dicho saludo que, quién sabe, igual sabe a traición.
Como quiera que estamos hablando de toros, la foto que mostramos tiene mucha lectura, más de la que nos pudiéramos imaginar. Vemos a Simón Casas y a Rafael García Garrido, empresarios de Madrid en su plaza de Las Ventas y, por la forma con la que sonríen, visto así, a vuela pluma, parece que están firmando un pacto sólido para favorecer a los aficionados de la Villa y Corte y, los resultados nos han dicho todo lo contrario.
Claro que, tras todo lo que hemos vivido con esa plaza de Madrid cerrada a cal y canto durante toda la temporada, la foto antes aludida nos da mucho que pensar. Los aficionados, ante dicha imagen, tenemos derecho a pensar que, dicho apretón no ha sido otra cosa que el beso de Judas a Jesús. La sonrisa de complicidad de ambos personajes, la que antaño podía habernos ilusionado, en los momentos actuales nos sabe a la más pura traición, algo así como, “joderos que no habrá toros”. Y así ha sucedido.
Tanta parafernalia entre ambos personajes, tantos millones a espuertas y, a las primeras de cambio, cuando había que apostar por la fiesta, ambos sujetos se rajan por completo y nos dejan en la estacada. Para eso no hacía falta tanta sonrisa ni mucho menos ese apretón de manos que tanto nos esperanzó. Nuestro gozo en un pozo; era todo falso. Mucha tinta ha corrido al respecto pero, siempre será poca para poder cuantificar el ninguneo de dichos personajes hacia la fiesta de los toros y, de forma concretísima, hacia los aficionados que les han llenado las arcas.
Los tiempos han sido difíciles, nada es más cierto; las condiciones sanitarias en la que nos hemos desenvuelto no eran para tirar cohetes ni para ganar mucho dinero pero, ahí quiero ver yo a los empresarios, a las duras y a las maduras. Eso de ser empresario de Madrid durante la feria de San Isidro lo puede ser cualquiera puesto que, la práctica totalidad de las tardes se cuelga el no hay billetes. Es ahora cuando los aficionados reclamaban, más que nunca, el hecho de que Madrid tuviera toros. Pero todo ha quedado, como en política, como una ensoñación que no nos ha aportado nada positivo a la fiesta.
Y, tras todo lo visto, el apretón de manos que mostramos no ha sido otra cosa que una burla hacia los que durante toda la vida han pagado unos abonos tremendos para que, a la hora de la verdad, todos nos hemos quedado compuestos y sin novia. Claro que, si nadie hubiera dado toros en España, hasta comprenderíamos el “silencio” de Madrid y sus puertas cerradas, pero que se hayan dado toros en decenas de pueblos del suelo patrio y que las grandes plazas hayan estado cerradas, eso da mucho que pensar. Y Madrid, lógicamente, se lleva la palma ante a lo que sospechas decimos. Algo ha pasado y nunca lo sabremos, o quizás sí porque hoy en día se sabe casi todo. Pero la gran realidad es que han aprovechado la pandemia para salvaguardar la cartera que, podría ser hasta lógico si nadie hubiera montado espectáculo alguno. Así, del modo que todo ha transcurrido, cualquiera tiene derecho a pensar que los empresarios de Madrid nos han tomado el pelo a todos.
Tras todo lo visto, es difícil ver que pueda quedar algún empresario romántico entre los grandes porque, como se ha demostrado, lo de aficionados por parte de los empresarios, salvo los humildes, no queda nadie. Ellos buscan la rentabilidad de la forma que fuere y, por ejemplo, que Madrid reclame a tal o cual torero, como ellos crean que no es “rentable” ni le escuchan. Cierto es que, este año, lo de la rentabilidad era casi utópico. Siendo así, ¿qué hacer? Lo que han hecho, cerrar las puertas de la plaza con el beneplácito de la Comunidad y si te he visto no me acuerdo. Está claro que, si los que deben ayudar a la fiesta se quedan impávidos, ¿qué podemos hacer nosotros, los aficionados, salvo pagar?