En un arrebato de impotencia en cuestión de minutos aquel día tiraba por la borda millones de sueños, miles de horas de sacrificios, quince años de plena dedicación, ilusión y entrega a intentar conseguir el milagro de querer ser figura del toreo.

Después estuve un mes perdido, sin rumbo, sin ideas, sin ilusiones, ningún motivo por el que luchar, hasta que un día me decidí por empezar otra etapa en mi vida taurina, ahora lo haría  como banderillero, algo que nunca me gustó pero siempre respeté, me esperaban nuevas experiencias, nuevos viajes, otros amigos por conocer, una pendiente alternativa, hasta desembocar otra vez en el principio; «Los pueblos», pero ya sin ser protagonista en el cartel, sin soñar con fincas ni cortijos, ahora tratando de desarrollar una labor lo más eficaz posible e invirtiendo el oficio aprendido para el triunfo de los que tienen los sueños que un día tuvimos tantos y tantos chavales que épocas atrás soñábamos con ser figuras del toreo.

Pero hasta llegar ese día de junio en que me hice banderillero y decidí dar ese paso como he escrito líneas atrás, había transcurrido un mes que se me hizo eterno.

Primero me tendría que remontar al día 1 de mayo de 1989 día en el qué toreando una novillada en la plaza de Madrid tras una actuación sin suerte con un lote de novillos difíciles y casi imposibles para el lucimiento al terminar la lidia y muerte del cuarto novillo de la tarde, segundo de mi lote, en un ataque de rabia, ira e impotencia sin pensarlo fríamente, con la adrenalina subida por las nubes ordené a un subalterno de mi cuadrilla que me cortase la coleta.

Al término del festejo de vuelta para el hotel en el coche reinaba un completo silencio, para romper el hielo un banderillero de la cuadrilla dijo con perdón de la expresión que había que tener muchos cojones para tomar la decisión que yo había tomado en la plaza (cortarme la coleta), a lo que mi hermano que era quien conducía el coche respondió, más cojones hay que tener para seguir.

Yo en aquellos momentos ya ni me inmutaba, me daba igual lo que dijeran de buena fe unos y otros.

A esas alturas de aquella tarde metida ya casi en noche me sentía ido, me sentía un fracasado, un tío con veinticinco años que se veía sin sitio y sin porvenir en el mundo.

Cuando llegué a la habitación del hotel para cambiarme mientras me quitaba la ropa de torear, (chaquetilla, chaleco, taleguilla, medias, leotardos, etc,) por momentos deseaba desprenderme rápido de esas prendas de mi cuerpo, deseaba quitarme esa ropa lo antes posible para evadir y olvidar lo antes que pudiera de mi mente los recientes recuerdos amargos, otra parte de mis pensamientos quería que aquello fuese lento, quería sentir mi taleguilla y mi camisa pegada a mi, quería conservar ese sudor como un último recuerdo agridulce por mi paso por el toreo.

Una serie de contradicciones invadían mis sentimientos.

Aquella noche en que me sentí lleno de angustia y amargura salí por las calles y bares de Madrid para emborracharme, aquella noche mí consuelo fueron los garitos de la calle Huertas y los del barrio de Malasaña.

Quería que aquella noche fuera interminable, no quería que llegase el amanecer donde me esperaba la serenidad, la incertidumbre y la dureza de tener que enfrentarme a la realidad.

Los días siguientes me encarcelé y me refugié en la soledad de mi casa.

No quería salir a la calle, sentía que el mundo y la gente eran mis enemigos.

Pasados unos diez o doce días me decidí a dar un paseo por la casa de campo madrileña, quería estar solo, no quería ver a ningún compañero del mundo del toro, quería evitar preguntas y comentarios, pero basta que no quieras estar con nadie para que te encuentres con algún conocido y así fue.

Me encontré con el banderillero ya retirado en aquellos años Alberto Díaz «Madrileñito» y a decir verdad ese hombre fue como mi ángel de la guarda aquel día.

Me habló con sabiduría y prudencia y me aconsejó que me hiciera banderillero, que en esa faceta me iba a seguir sintiéndome torero igualmente, que iba a ganar dinero para vivir dignamente y que me sentiría también respetado.

Mis ideas hasta que me encontré con aquel torero eran confusas, no sabía si darme otra oportunidad y tomar la alternativa o irme a América a probar fortuna.

Alberto, despejó mis dudas y me aclaró mi futuro inmediato y llegado mediados del mes de junio de aquel año 1989 debuté en Toledo como banderillero, función que desempeñé durante trece temporadas pues en el año 2002 reaparecí para tomar la alternativa.

Todos esos años dieron mucho de sí para escribir muchas vivencias e historias que ya iré contando según me vaya acordando e inspirando.

P.D.- Puedo decir con total sinceridad que en aquellos días no sé si fui un fracasado o no, pero en cierto modo si me sentí como tal.

Pero aprendí que el fracaso también puede ser fugaz o eterno depende de cada uno, gracias a Dios y a mi destino yo lo sentí como algo fugaz.

El fracaso te ayuda a conocer la mentira de una noche de juerga al amigo pasajero y al amigo de verdad.

El fracaso puede fortalecer o hundir a la gente.

El fracaso, te hace meditar y sacar conclusiones en el delicioso silencio.

El fracaso, te desenmascara a los conocidos que en realidad nunca  fueron amigos.

El fracaso, trae lecciones que no te enseña el bullicio ni el éxito.

El fracaso, es la soledad no buscada.

El fracaso, puede ser tu amigo si le sabes plantar cara.

El fracaso, puede ser visible o invisible según tú lo quieras mostrar.

El fracaso, fue para mí un amigo pasajero por todo lo que me enseñó en aquellos días y en algunos más que vinieron después, pero no quiero ver más a mi amigo el fracaso, tiene cara amarga y te hace pasar dolor en el alma que duele mas que el dolor físico.

El fracaso, suena mal hasta su palabra así que hasta aquí escribí de él.

Julián Maestro, torero