Cuando llegó el día de decir adiós a la profesión de torero, su último pasillo, la última vez que se enfundaría una taleguilla, sus últimos pasos sobre un ruedo con público, sus dos últimos pares de banderillas y sus últimos capotazos para lidiar un toro, le hizo tener una sensación extraña que recorrió todo su cuerpo.

Sensación extraña porque todo aquello que había vivido durante toda su vida en cuestión de horas iba a pertenecer a un baúl lleno de recuerdos.

No más viajes para torear hoy aquí y mañana allá, no más miedos, no más entrenamientos, se acabó una vida llena de equipaje de sueños, de incertidumbres, de alegrías, de fracasos, de percances, ahora llegaba el descanso y la vida tranquila.

Ahora tocaba vivir la vida no vivida, la vida diríamos civil, adaptar y preparar tu cuerpo y tu mente para la vida normal, porque para los que no lo sepan cuando se está en el toreo en activo siempre existe como una especie de responsabilidad constante, en el entrenamiento, en los tentaderos y no digamos nada los días de festejos, todo eso añadido al miedo que se pasa produce un gran desgaste físico y sobre todo emocional que con el paso de los años se acentúa cada vez más.

Personalmente el día que me retiré del toreo, sentí mucha paz y a medida que va pasando el tiempo también nostalgia y aunque nunca se puede decir de este agua no beberé puedo casi jurar que por nada del mundo me volvería a vestir de luces, mi miedo que siempre fue mi fiel compañero no me lo permite y el sentido de la responsabilidad menos.

Ahora son todo recuerdos, me acuerdo sobre todo de las cosas buenas, de los buenos ratos, también de algunos momentos delante del toro y sobre todo me gusta acordarme de mis comienzos, esa ilusión desbordante, el querer torear cuanto más mejor, el ir de tentaderos, el verme anunciado en los carteles, todo eso me encanta recordarlo y en ocasiones me parece hasta un sueño.

Ahora soy feliz de otra forma, salgo a caminar y cuando no veo a nadie pego algún muletazo al aire, recorro ciudades que no conocía, disfruto de la familia lo que antes no pude disfrutar y me perdí, más allá del mundo del toro hay otra vida por conocer, pero cuando llegan los agostos y septiembres no puedo evitar que mi mente siga acordándose de los días de toros por cualquier parte de España.

Me acuerdo del año 1973 de aquel viejo torero retirado que se sentía un poco fracasado y sacaba de su maco aquel viejo capote para ensayar lances los domingos en la casa de campo, después abría unas latas de conservas que compartía con aficionados y los chavales que empezábamos a querer ser toreros y nos hablaba de sus hazañas de mozo cuando intentaba la bonita historia de querer ser torero.

En sus comentarios se notaba cierta tristeza de lo que él pensaba que podía haber sido y no fue, nostalgia que parecía desaparecer cuando manejaba sus trastos con la ilusión de un chaval que empieza, cuando volvía a cerrar el maco parecía decir que el tiempo no sólo le había gastado a él sino también a sus trastos de torear, yo pensaba que los tratos podían ser viejos y el señor aquel tener muchos años, pero hay ilusiones que nunca se hacen viejas.

1973 un mundo nuevo por descubrir para mí.

2023 ahora retirado miro con cariño hacia aquellos años y con fe e ilusión al futuro que está por venir y vivir.

Julián Maestro, torero.